Hugo* sube apresurado las gradas del Centro de Equidad y Justicia Tres Manuelas, ubicado en el sector de la Marín, en el centro histórico de Quito. Sobre sus hombros lleva una maleta para hacer entregas de comida. Toca la puerta y pide permiso para entrar al salón donde se reúne el Club de Hombres por el Buen Trato, un taller de nuevas masculinidades que dicta el Patronato San José para cualquier hombre que quiere sumarse y aprender, y para aquellos que han sido denunciados por haber maltratado de alguna manera a su pareja.
Ir a estas reuniones es parte de una sentencia que les ha impuesto un juez por haber cometido una contravención. Asistir a este grupo reemplaza los 15 días en prisión.
Hugo deja su mochila sobre una mesa triangular y se suma a la reunión. Los que llegan tarde deben acogerse a lo que dicta la regla de buena convivencia: comprar el refrigerio para sus compañeros, puede ser una gaseosa, galletas, bizcochos, pan o cachitos.
En el salón hay 14 hombres y cada uno tiene su propia versión de por qué está en el Club de hombres, y por qué sus parejas los denunciaron. La mayoría asegura que no ha maltratado a sus parejas y que por el contrario, fueron ellas las que los insultaban o las que, con frases hirientes, les hacían sentir inútiles. Pero algunos sí admiten que agredieron de alguna forma a sus parejas cuando estallaron.
En 2022, los 7 centros de equidad y justicia que existen en el Distrito Metropolitano de Quito atendieron a 13.114 personas víctimas de violencia —psicológica o física— y a sus maltratadores, quienes como parte de la sanción por la contravención que cometieron, deben asistir a este club. Según el informe de Quito Cómo Vamos, las administraciones zonales con más casos de violencia intrafamiliar son: Eloy Alfaro, Quitumbe —ubicadas en el sur de Quito— y Eugenio Espejo, en el norte.
El Club de Hombres por el Buen Trato es el lugar al que voluntariamente han herido psicologicamente o golpeado a otra persona, causándole lesiones o incapacidad para el trabajo, que no excedan de tres días.
Roberto Moncayo, coordinador del Centro Integral Tres Manuelas —donde se hacen las reuniones—, explica que en los talleres se trabaja en que los participantes reconozcan sus emociones, porque aunque parezca increíble muchos hombres están desconectados de estas y las transmiten en forma de enojo.
Con este criterio coincide Lorena Cordovez, psicóloga experta en pareja y familia. Ella explica que muchas veces las personas que ejercen violencia se han criado en entornos en los que no les han enseñado a observar y reconocer sus necesidades emocionales, y estas han sido invalidadas. Por eso, explica Cordovez, es menos probable que sepan cómo se sienten o que reconozcan que pueden necesitar ayuda.
Moncayo dice que durante las sesiones, a los participantes se les explica de formas prácticas y con ejemplos de actitudes cotidianas los tipos de violencia que existen, y así puedan identificar lo que hicieron porque “si no pueden reconocer los tipos de violencia es imposible que reconozcan lo que han hecho”. En estos talleres también se busca que los participantes compartan con el grupo las experiencias de vida que les han marcado y provocado que estén sentados en esa sala.
Con el avance de las sesiones, los hombres reconocen qué tipo de violencia han ejercido, como la simbólica que aunque no deja marcas físicas sí deja heridas emocionales. La violencia simbólica es sutil, está interiorizada y naturalizada. Un ejemplo es cuando se habla de los cuerpos de las mujeres para validarlos o criticarlos. Otro es cuando un hombre le explica a una mujer un asunto con condescendencia como si él supiese más que ella, y siempre tiene algo que enseñarle.
El coordinador recalca que el objetivo es que ellos entiendan los tipos de violencia que han ejercido, pero también las que han recibido.
“Muchos de ellos vivieron en entornos violentos en su infancia y la reproducen”, asegura el coordinador. Moncayo también destaca que en algunos casos se evidencia que los hombres han sido maltratados por sus parejas por creencias machistas como que “si no tienen el suficiente dinero para mantener el hogar son poco hombres” y que en esos casos también se trabaja con ellos porque les enseñan a valorar y poner límites.
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Hugo es frontal. Cuenta que él sí le pegó a su exnovia después de ver cómo le era infiel. Dice que asume su responsabilidad y parte de hacerlo es ir al club y aprender. Él admite que ir a estos talleres le hicieron darse cuenta de que tenía que respetarse más y reconocer sus emociones aunque estas fueran difíciles. Por ejemplo, se dio cuenta que ya no amaba a su exnovia y no debía someterse a una relación que era una “bomba de tiempo”. “Esa relación tenía muchos problemas, pero me apegaba a ella porque al salir de Venezuela, ella era mi familia en Ecuador”, reconoce Hugo.
Javier Omar Ruiz, cofundador del Colectivo Hombres y Masculinidades de Colombia, explica que trabajar con talleres de nuevas masculinidades en grupos de hombres desde enfoques prácticos y que se acerquen a prácticas cotidianas genera cambios positivos en quienes asisten. Estos cambios se dan en hombres de cualquier edad, pero sin duda son los jóvenes los que más cambian su forma de ver y concebir el mundo.
Las nuevas masculinidades o masculinidades alternativas es un concepto que propone replantear la idea de la masculinidad tradicional, donde el hombre debe ser el proveedor, no debe expresar sus sentimientos, o es ser superior a las mujeres. Esta idea busca establecer lógicas y modelos de hombres que contribuyan a la equidad de género y la erradicación de la violencia hacia las mujeres o grupos considerados como vulnerables como la población LGBTI.
El experto en nuevas masculinidades asegura que en América Latina estos procesos deben ser prácticos y que los ejercicios deben ser lo más cercanos a la realidad que vive cada país para que el participante reflexione sobre ciertas actitudes y creencias machistas, reconozca el motivo por el cual está mal y se genere un cambio: “Sin un proceso de reflexión el cambio es posible que no se dé”.
Ruiz asegura que las metodologías que se usan para este tipo de talleres deben ser pedagógicas porque abordan temas de roles, conductas y hasta cómo hombres y mujeres perciben las prácticas sexuales, tema que puede ser un poco controversial y el tallerista debe saber manejar la situación de forma asertiva.
También Ruiz reconoce que vivir en contextos violentos y tener más niveles de tolerancia a la violencia provoca que tanto hombres y mujeres tengan tendencia a caer en prácticas violentas. Por lo que recomienda que las mujeres también tengan este tipo de talleres para deconstruir ideas machistas con las que la sociedad nos ha enseñado desde la infancia como “el hombre es más fuerte o el que tiene la obligación de mantener el hogar”, otras como “solo las mujeres deben hacerse cargo de la maternidad”.
Con este criterio coincide Moncayo y cuenta que en las Tres Manuelas también hay talleres para mujeres, pero que en estos tienen un enfoque un poco más terapéutico ya que por lo general son ellas las víctimas y se busca que sanen pero también que reflexionen sobre ciertas prácticas machistas y violentas.
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Seis sillas a la izquierda de Hugo se sienta Martín*, de 36 años. Es alto, delgado y de cabello negro. También fue denunciado por su pareja. Él es padre de una niña de dos años que está bajo su tutela. Cuenta que se unió con su expareja luego de que ella quedara embarazada, pero que el embarazo sucedió mientras él estaba pensado en terminar la relación. “La responsabilidad era más grande que la razón de saber que habían varias diferencias entre nosotros”. Con el paso del tiempo esas diferencias “se volvieron irreconciliables”, asegura Martín.
Durante un año, la relación entre Martín y su expareja se volvió muy tensa porque él consideraba que ella no cuidaba a su hija. Además, ambos tenían visiones diferentes del mundo por lo que chocaban permanentemente y peleaban a diario. Por eso, un día, Martín la denunció en el Centro de Equidad y Justicia por negligencia del cuidado de un menor y pidió la patria potestad de la niña. Al poco tiempo ella también denunció a Martín por violencia intrafamiliar.
Según Martín, las discusiones eran frecuentes, y reconoce que solo una vez, un poco antes de la separación, la tomó de los brazos y la lanzó a la cama.
“Yo me sentía como un delincuente, hasta humillado, por tener que ir al Club de Hombres porque sentía que mi sentencia era injusta. Además, me costó mucho explicar en mi trabajo lo que pasaba y que me dieran permiso para asistir a estos talleres”. Sin embargo, el hombre reconoce que una vez que entendió que este taller era una oportunidad, lo aprovechó. “Entendí que la ira no me lleva a ningún lugar y puede causar situaciones que se tornan incontrolables”, dice Martín.
“Antes, siempre que manejaba me peleaba con otros conductores, pero lo dejé de hacer porque entendí que un día puede llegar uno más bravo que yo y la historia puede ser diferente”. Martín asegura que el taller le ha ayudado a mejorar la relación con su pequeña porque “para mí era muy difícil educar a mi hija solo, es como que la paternidad a veces viene con muchos vacíos, como con una falta de instinto de qué hacer en algunas ocasiones”.
Pero Martín asegura que Roberto Moncayo le dio algunos consejos de cómo lidiar con la situación y educar a la niña cuando se portaba mal sin necesidad de alzar la voz.
*Hugo y Martín son nombres ficticios para mantener en reserva la identidad de las fuentes.
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