En la nueva normalidad, la calle es incertidumbre y esperanza. Más de dos meses ha pasado Quito —y sus más de 2,7 millones de habitantes— en cuarentena. El semáforo de movilidad impuesto a inicios de mayo estuvo en rojo hasta el 3 de junio, cuando cambió a amarillo.
La ilusión del cambio de luz era, para muchos, una luz después de una época sin mucho color. Paradójicamente, el miércoles 3 de junio, Quito amaneció frío y sin un rayo de luz directo que caliente el concreto capitalino. La ciudad no se rindió y a pesar del clima nublado tuvo un día que trató de asemejarse a la vida que solíamos llevar. Quito despertó en amarillo pero sin sol —y es como una metáfora sobre la paradoja del optimismo casi desesperado con que muchos han regresado a las calles y un brote crítico de covid-19.
El día fue movido como un sábado: tráfico, ventas formales y callejeras y gente retomando sus actividades.
§
El comercio informal durante este tiempo de confinamiento padeció en agonía. En teoría, la nueva dinámica cotidiana tampoco les sería del todo favorable: son transacciones que se hacen a menos de un metro. Pero en este día pareció que la confianza se había restituido.
Las mascarillas se han vuelto parte de la nueva normalidad.
§
Las calles exhalaban el smog al que estábamos acostumbrados, pero algo ha cambiado. La bicicleta se volvió popular entre los habitantes de Quito.
| Si quieres recibir los textos de GK en tu correo, regístrate aquí. |
El transporte público también volvió. Con un 50% de su capacidad, buses y articulados rodaron sobre el frío cemento de Quito.
Los empleados municipales también han adaptado sus oficios para seguir trabajando.
Las largas filas de gente se han vuelto una normalidad. Los dos metros entre persona y persona las extienden hasta que, por pura ilusión óptica, parecen interminables. Es como un retrato de la soledad en un mundo híperconectado.
A las afueras de un concurrido mercado capitalino, una fila doblaba la esquina como una serpiente mitológica. Era uno de los puntos en que el municipio de Quito entrega —entre las once de la mañana y las tres de la tarde— kits de alimentos a cualquiera que alcance a coger un turno. Con la cédula y la dirección de domicilio, quienes llegaron el 3 de junio se llevaron una funda de comida.
Durante 79 días permanecieron los quiteños sin sentir desde las calles la nostalgia esperanzada de los atardeceres. Las reglas cambiaron, y todo se va reactivando. El miércoles 3 de junio empezó la nueva normalidad a la cual nos tendremos que adaptar —y en la que reconocemos aquellas cosas que nunca cambian.