La imagen de Freddy Paredes, periodista de Teleamazonas, caído sobre el asfalto, con sangre a su alrededor, después de haber sido atacado por la espalda con un piedrazo, es quizás la de mayor violencia en contra de la prensa en estos once días de protesta. No es la única. 

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A un grupo de periodistas que cubrían el paro desde la terraza de un parqueadero, los arrinconaron, amenazándolos con golpearlos y quitarles sus equipos. Ellos huyeron por el tejado de una casa vecina. A un equipo de Ecuavisa le rompieron el parabrisas de su camioneta. A Andrea Orbe, periodista de TVC, la amenazaron, le lanzaron botellas, le quitaron su celular,  le borraron el material que había grabado y bajo amenaza de linchamiento la obligaron —junto a sus compañeros— a salir del sitio en el que hacían cobertura. Iván Lozano, periodista de Udla Chanel, el medio de la Universidad de las Américas, fue detenido por la Policía en medio de las protestas. 

Una turba incendió una antena y dos vehículos en el edificio de Teleamazonas en Quito. Adentro, 25 trabajadores se escondían en un cuarto de seguridad. Afuera lanzaban piedras y palos e intentaban impedir el paso de los bomberos que iban a apagar el fuego. La Policía llegó y rescató a los trabajadores, pero la transmisión desde Quito tuvo que ser interrumpida.  En diario El Comercio pasó algo similar. “Se están metiendo al periódico, aquí estamos algunos compañeros trabajando”, dijo una de sus reporteras en una nota de voz. En los chats de prensa, sus colegas pedían ayuda a los ministerios de Gobierno y Defensa y al ECU911.

Como esas, hubo 115 agresiones a periodistas y seis a medios de comunicación en los nueve primeros días de las manifestaciones, según Fundamedios, una organización que promueve la libertad de prensa e información. En esas cuentas no se incluía aún lo que ocurrió el sábado 12 de octubre con Teleamazonas y El Comercio. 

Mientras tanto, la prensa seguía en las calles en la cobertura: algunos con cascos de bicicleta, otros con máscaras antigas o pañuelos, varios habían decidido retirar los cubos de micrófonos que identifican a sus medios y guardar las cámaras para reemplazarlos por celulares y audífonos. Alguien ha convencido, de manera perversa, que los responsables de las consecuencias de las decisiones públicas no son quienes las toman, sino quienes las reportan. Y eso es demasiado peligroso.

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Un paro que ha durado once días, con acciones extremadamente violentas y confusas, con participantes identificados —como el movimiento indígena— y otros sin identificar —como los que provocaron los incendios en la Contraloría o en Teleamazonas— ha dejado muertos, heridos, desaparecidos, daños materiales altísimos. 

Pero también ha dejado a la prensa herida. Cuestionada por algunos sectores que la acusan de sesgar sus coberturas, acusada por otros de “corrupta”, amenazada por otros que piden cobertura pero la agreden en cuanto la ven. 

¿Qué garantías hay para la prensa en este país? Pocas. En un país que quiere hablarse a los gritos y entenderse a los golpes, las amenazas para los periodistas durante estas protestas, vinieron tanto de manifestantes y fuerzas del orden. No hay argumento o razón suficiente para los que la atacan de que los periodistas estamos ahí para recabar información y poder contar lo que pasa. Lo que pasa no siempre es lo más bonito de contar. 

A los manifestantes violentos no les gusta que se les enfoque con una cámara que muestre su violencia. A los policías represores no les gusta verse retratados en actos abusivos. A los políticos bailarines no les gusta escuchar sus incoherencias amplificadas. 

Entonces intentan silenciar. Con la amenaza de quitarte un equipo, de detenerte, de golpearte. A veces lo cumplen y te rompen la cabeza, como a Freddy Paredes. Te quitan tus equipos, como a Andrea Orbe. Te detienen, como a Iván Lozano. O incendian tu medio, como a Teleamazonas. 

Que hay prensa buena y prensa mala dicen algunos sin ver el enorme peligro de esa evaluación. ¿Cuál es la prensa mala? ¿La que cuenta lo que no me gusta? 

Y la prensa buena, ¿cuál es? ¿la que confirma mis prejuicios, respalda a los que me caen bien y denosta a aquellos con los que no simpatizo? ¿Quién la califica como buena o mala? ¿El Presidente? ¿El político? ¿El movimiento indígena?

La prensa fue atacada durante el paro

Hubo 115 agresiones a la prensa durante las manifestaciones. Fotografía de José María León para GK.

La prensa no es impoluta. Los periodistas no somos infalibles. Podemos fallar. Podemos equivocarnos. Lo que no podemos es faltar. Sin prensa y sin periodistas no hay democracia. Y está bien que nos exijan equilibrio. Y está bien que nos exijan ecuanimidad. Y está bien que nos exijan calidad. Y está bien, también, que si no se las damos, no consuman nuestros contenidos. 

Ese es el castigo para la prensa que no hace bien su trabajo. No un golpe. No una amenaza. No una agresión. Eso es inadmisible. Y no es obligación soportarlas. No es obligación ser estoico ante las pedradas, ante los palazos, ante las amenazas. 

Es momento, quizás, que desde las gerencias se empiece a evaluar los riesgos a los que sometemos a los periodistas. ¿Es responsable mandar a un periodista a una protesta en donde piden su cabeza? ¿Nos hemos tomado el tiempo de evaluar los riesgos, evaluarlos de verdad? 

Quizás las 115 agresiones nos provoquen un doloroso sacudón sobre las condiciones en las que los periodistas hacemos nuestro trabajo. Sin victimizaciones y con absoluta responsabilidad sobre nuestros actos, es quizás el momento de preguntarnos qué garantías tenemos. 

No podemos ser carne de cañón. No podemos ser moneda de cambio. 

¿Quieren cobertura? No nos agredan. No nos amenacen. No nos exijan contar lo que les gusta. El periodismo no está para condescendencias, para silencios, ni para militancias. 

Estamos para informar con contextos, con miradas críticas, con preguntas incómodas. Y eso no puede significar exponernos a ser golpeados, detenidos, amenazados. 

Que haya garantías para que periodistas y medios hagan su trabajo significa que haya garantías para que una sociedad se informe. Si no le gusta un medio, no lo consuma. No se mata la información matando al mensajero.