El insulto político en el Ecuador es parte de nuestra historia. Denigrar al opositor mediante lisuras e invectivas ha sido una estrategia para atraer al electorado o mostrar autoridad. Pero, ¿es necesario tener políticos que insulten?

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Definamos: ¿qué es el insulto? 

Según Marina González, en su estudio Las funciones del insulto en debates políticos televisados, el insulto es esa palabra o frase que transgrede las normas de cortesía y que tiene la intención de “herir, provocar, marcar jerarquía y estigmatizar”. Freud le daba un valor civilizatorio al insulto: “El primer humano que insultó a su enemigo, en vez de tirarle una piedra, fue el fundador de la civilización”. Según el estudio de González, el insulto “presenta un doble valor comunicativo, el de la agresión y la defensa”.

Su rol en la política

En la política tiene “un efecto devastador”, escribe Luisa Messina, en su libro Lenguaje Político. Messina dice que los políticos entienden que, a través del insulto, pueden “destruir reputaciones” y “mofarse de sus adversarios”. El insulto político en el Ecuador no es sorpresa porque, como explica González, agredir de palabra ha recibido bastante atención, especialmente en el discurso parlamentario”.

Para Nelson Nogales, profesor de Ciencias Políticas de la UDLA, el insulto político en el Ecuador está relacionado con el “uso de la violencia política” y se da por “la concepción de autoridad que tiene el político”. Nogales dice que tanto el político como el electorado piensan que el cargo “permite denigrar, insultar y ofender al oponente”.

Los ecuatorianos preferimos la mano dura

La idea del líder autoritario está atada al uso y aceptación del insulto político en el Ecuador. Es “característico de los líderes autoritarios, pero no exclusivo de ellos”, dice Gabriel Hidalgo, analista político y docente universitario.  

El pensamiento de que “con mano dura” se gobierna mejor se refleja en el último informe del Latinobarómetro de 2018. El 19% de ecuatorianos prefieren un gobierno autoritario, ubicando al Ecuador como el cuarto país de la región que los acepta. 

El analista Hidalgo dice que el insulto es una forma del argumento ad hominem, que consiste en tratar de descalificar al contrario denigrando las características propias de la persona que emitió el argumento —y no atacando al argumento como tal.

Nogales coincide con Hidalgo y dice que los políticos intentan deslegitimar a su contrincante con referencias “a la incompetencia, a la corrupción, y que buscan denigrar a la persona o a la familia”. 

Los insultos más memorables de la política nacional

Cuando Jaime Nebot era diputado, en el congreso de 1990, se enfrentó a Víctor Granda, diputado socialista. Lo que en los videos se ve como una riña vergonzosa entre dos legisladores, para Nebot y sus seguidores es una escena memorable. “Ven acá para mearte, insecto ‘hijuepucta’” es de las frases más emblemáticas de Nebot y de la historia del insulto político en el Ecuador. 

Nebot dijo que esa frase le costó la presidencia, pero que protegió su dignidad. En el caso de Nebot, la pelea con Granda no afectó en nada su acceso a la alcaldía, que sucedió 10 años después. Durante sus cuatro períodos siempre ganó con más del 55% de los votos. Solo meses antes de dejar su gestión municipal, en enero de 2019, la aceptación de Nebot era del 77%, según Perfiles de Opinión. 

Los también diputados Marcelo Dotti y Leonardo Escobar —que se convertiría en Ministro de Agricultura en 2004— discutieron en 1990. Escobar le dijo “maricón” y Dotti le respondió otra de las ‘frases célebres’ de la historia del insulto político en el Ecuador: “Soy maricón porque me acosté con tu mujer que tiene cara de hombre”. Ese era el nivel del debate en el congreso de los 90s.

Pero los insultos en el Ecuador no empezaron en el congreso de los noventa. José María Velasco Ibarra, que ocupó cinco veces la presidencia, les decía a los socialistas “personas con mente ratonil”. Carlos Julio Arosemena, otro presidente, le decía a Julio César Trujillo, abogado y político ecuatoriano, “gallo hervido”. Jaime Roldós a León Febres Cordero, expresidente y padre político de Jaime Nebot, lo tildó de “insolente recadero de la oligarquía”.

Los insultos y el electorado

La relación del insulto político en el Ecuador con el acceso al electorado también sirve para construir el discurso. Nogales dice que cuando el político insulta “se acerca más a la gente, a las masas populares, como una forma de identificación”. Según Hidalgo, sirve de “acceso al lenguaje popular”, así el político que insulta “accede a una parte del electorado que el político clásico, aristócrata no puede acceder”.

César Montúfar, político y académico ecuatoriano, en uno de sus estudios publica que en las elecciones presidenciales en donde Rodrigo Borja gana a Bucaram el país “vivió momentos muy conflictivos en los que el enfrentamiento entre las posiciones de disputa, que alcanzó niveles de violencia verbal”, una forma elegante de decir que los políticos se insultaban.

Otros exponentes del insulto político en el Ecuador son Abdalá Bucaram y Rafael Correa, ambos populistas.Bucaram se reía de las élites. Por ejemplo a Joyce de Ginatta, mentalizadora de la dolarización en el país, le dijo “la barbie de Vilcabamba”, a César Verduga, político ecuatoriano, le dijo “patacón pisado”, y a Rodrigo Borja, expresidente, le dijo “nariz de tiza de sastre”.

A la orden del día

El insulto político en el Ecuador parece haber funcionado siempre que estaba dirigido al adversario, nunca al pueblo. León Febres-Cordero dijo en 1996 que todos los que votaron por Abdalá en la primera vuelta de las elecciones presidenciales eran “prostitutas, marihuaneros y rateros”. Esto, según el analista Hidalgo, le costó la presidencia a Nebot, a quien Bucaram derrotó en segunda vuelta. 

Rafael Correa, en sus sabatinas, principalmente, profería insultos a diestra y siniestra. En 2010, la empresa Ethos, del exalcalde de Quito, Mauricio Rodas, contabilizó cerca de 500 insultos del expresidente al referirse a políticos, empresarios y periodistas. Entre los más recordados están “gordita horrorosa”, “bestias salvajes”, “ecologistas infantiles”, “pelucón” y “prensa corrupta”. A pesar del constante desfile de “palabrotas” de Correa, gobernó durante una década y rompió récords de aceptación, superando a Jaime Roldós. 

En la campaña presidencial del 2006, el multimillonario Álvaro Noboa y Correa se enfrentaron con insultos en un debate. Álvaro Noboa tildó a Correa  de “copión” y “corrupto”. Y Correa le devolvió esos calificativos diciéndole: “oligarca aniñado”, “mediocre”, “heredero  corrupto y farsante” y “fariseo”.

Instituciones débiles, vocabularios densos

Que los políticos insulten no solo es cuestión de ellos. Nogales dice que “en la medida en que la población acepte y avale este tipo de violencia y la normalice, es muy poco lo que se puede hacer”. Para Hidalgo, el problema del insulto político en el Ecuador también radica en la falta de institucionalidad: “a mayor grado de institucionalidad, menos posibilidades de insulto”, dice. Para Hidalgo eso demuestra “el poco respeto que los políticos se tienen”. 

Hidalgo explica que mientras “más improvisado” es el espacio político, es ocupado por “los menos aptos para la política”. Dice que esos improvisados responden a menos solemnidades y formalidades” lo que propicia que aumente probabilidad “de poder expresar las discrepancias con insultos”.

En países con mayor institucionalidad como España, Hidalgo dice que el insulto a otro político, incluso dentro del propio partido, “puede ser sancionado por un tribunal de disciplina”. Explica, además, que no solo los estados o gobiernos son institucionalizados, sino también los partidos.

El analista dice que los ecuatorianos no tenemos una tradición de instituciones políticas sólidas, entonces “no tenemos mucho que escoger”. Una forma de demostrar que las instituciones no son sólidas son las reformas constitucionales. “Desde nuestra primera constitución en 1835 en adelante, tenemos un promedio de 1 constitución cada 8.5 años”, dice Hidalgo.

La consecuencia es que –dice Hidalgo– “como los partidos políticos no son partidos de trayectoria institucional sino de trayectoria caudillista, demagógica o populista», los políticos insultan. Para el analista, los políticos ecuatorianos prefieren «la agresión al adversario más que por la cooperación como estrategia de concertación y de diálogo”. Hidalgo asegura que los ecuatorianos estamos acostumbrados a tener “políticos insultadores” en lugar de “políticos que favorezcan la consolidación del institucionalismo”.

Según Click Report, en marzo de 2018, la función pública tenía bajos niveles de credibilidad, más del 50% de la población no creía en las instituciones del estado. Sin embargo, parece que los ciudadanos aceptan al insulto político en el Ecuador así como a los políticos corruptos.