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Hace algunas semanas, sentí una emoción propia de mis tiempos universitarios, cuando se anunció que, por primera vez, se logró fotografiar la sombra de un agujero negro. Sin embargo, mientras estas noticias circulaban a nivel global, en Ecuador sucedía lo opuesto.

Esa misma semana se anunciaba que la exvicepresidenta había obtenido su título de maestría de forma fraudulenta, y se recordaban a todos los ex funcionarios de alto nivel que habían falsificado sus títulos universitarios, o habían cometido plagio, o habían obtenido doctorados en ´combo familiar´.  Así mismo, la Presidenta de la Asamblea Nacional remitía un proyecto para modificar la Ley Orgánica de Educación Superior (que luego fue archivado) en la cual se pretendía restringir sustancialmente la posibilidad para que el país mejore sus sistema académico y desarrolle las capacidades de producción de ciencia.

Quizás los lectores puedan ver la relación que hay entre todo esto. De una u otra forma, la academia (universidades, en este caso) en Ecuador es vista simplemente como una fábrica de certificados que permiten que un estudiante ingrese a un mercado laboral y sea ‘valorado’ por el título obtenido. Por ende, con el afán de conseguir uno, existe falsificaciones, plagios y demás.

Pero esto es solo el síntoma de un problema mucho más profundo: una gran parte de la sociedad ecuatoriana desconoce cuál es el verdadero rol e importancia real de la academia —no simplemente de la Educación Superior— para el desarrollo de un país.

Así como tenemos instituciones que sirven para que una población sea saludable (el sistema de salud) o que exista sanciones a quienes infringen la ley (el sistema judicial) o nos enseñan a leer, escribir y a pensar sistemáticamente (el sistema educativo), las instituciones académicas son las encargadas de producir nuevo conocimiento, analizarlo críticamente, acumularlo y difundirlo.

La academia, por medio de las universidades, nos ayuda a conocernos y a comprender el espacio en el que nos desenvolvemos como sociedad. Ya sea ayudándonos a explicar de dónde venimos, cómo funciona nuestra economía, a comprender por qué nos enfermamos y cómo curarnos, y hasta a entender los orígenes de nuestro universo.  

Cuando una sociedad carece de este componente, está tuerta y se vuelve ingenua. Si la academia no cumple su rol, la sociedad no recuerda las razones por las que se produjeron conflictos armados o cree que una enfermedad es un castigo divino. Si no fuera por las universidades, cuando son productoras de conocimiento, no tendríamos el internet o las computadoras (o teléfonos) que estamos utilizando en este momento. Sin investigadores en las universidades ecuatorianas, no conoceríamos nuestra propia historia, ignoraríamos la actividad de nuestros volcanes o desconoceríamos que nuestro país tiene una biodiversidad única en el planeta.

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En los últimos cinco años ha existido un gran adelanto en la producción de conocimiento en el país, pero si la comparamos con el resto del mundo, sigue siendo extremadamente limitada. Según datos de la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología, en el 2016 se publicaron aproximadamente más de 2 millones 885 mil artículos científicos en todo el mundo, mientras que Ecuador publicó 2395. En otras palabras, por cada artículo publicado en el Ecuador, el resto del mundo publica un poco más de mil.

Teniendo en cuenta el PIB por persona, Burkina Faso o Mozambique o Zimbawe producen más investigación que nuestro país; Colombia produce un poco más del doble. Si consideramos solamente la producción científica por población, Bielorrusia, Costa Rica o Botswana nos superan y Chile triplica la del Ecuador. Si lo comparamos con la región, Venezuela generaba más ciencia que Ecuador hasta el 2016, pese a la crisis económica y social que vivía ya.

Es importante recalcar que desde el 2014 el Ecuador duplicó su producción de ciencia gracias a las regulaciones que se implementaron en esta área. En especial, a partir del momento en que se establece como requisito mínimo que, para ser profesor principal y rector de una universidad, se requiere tener formación como investigador (título de PhD) y publicar. Sin embargo, pese a esto, estar relegados genera serios problemas.

Para dar unos ejemplos concretos, desde la perspectiva de las ciencias sociales: existen muchas realidades que han sido estudiadas en países desarrollados, las cuales no necesariamente son aplicables a los países en desarrollo.

En un estudio muy importante sobre economía urbana, Juan Pablo Chauvín (PhD lojano de Harvard), estudia comparativamente los procesos de crecimiento y urbanización en Brasil, India, China y Estados Unidos. Chauvín concluye que, pese a que existe cierta similitud en estos procesos en los países estudiados, existen divergencia entre los efectos observados en la literatura tradicional.

Por ejemplo, los procesos de urbanización en India no han generado los resultados en término de ganancias económicas, felicidad y movilidad que se han observado en otros países. Esto es de extremada relevancia: muchas de las ideas aceptadas para la aplicación de política pública en países en desarrollo sobre concentración urbana, se basa en mecanismos que funcionan principalmente en estructuras de ciudades desarrolladas. Por esta razón, se requiere académicos que analicen críticamente la investigación del exterior y desarrollen investigación contextualizada a nuestra realidad.

Algo similar sucede en las ciencias naturales: el año pasado, científicos de la Universidad Tecnológica Equinoccial, encontraron la existencia de sesgos estructurales en la investigación oncológica en todo el mundo.

Esto quiere decir que concluyeron que, en los estudios sobre cáncer, existe una “sobrerrepresentación de muestras de individuos caucásicos; contrastada con una presencia porcentual en promedio de menos del 5% para poblaciones asiáticas, afrodescendientes, hispanas u otras”. Lo que estos científicos quieren decir es que el origen étnico de los pacientes tiene un gran impacto en el desarrollo del cáncer. Al existir este gran sesgo en el estudio de los tratamientos, se desconocen los efectos que podrían tener en poblaciones no caucásicas (es decir, que no son blancas). Si el Ecuador no produce investigación, permitimos que otros piensen por nosotros, convirtiéndonos en simples repetidores de lo que otros han investigado.

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En mis tiempos de estudiante de pregrado, tenía profesores que llegaban a clases a leer apuntes de sus cuadernos viejos y nosotros teníamos que copiar lo que dictaban textualmente, como niños de escuela.

Se llegaba al extremo que algunos profesores, daban calificaciones por la presentación de tus cuadernos ¡solo les faltaba que nos califiquen las carátulas! Uno de estos profesores, ’enseñaba’ con anotaciones que repetía por años y se llegaba al extremo que estudiantes de previos semestres nos ‘donaban’ sus propios dictados, los cuales eran repetidos al pie de la letra en clases. Se que esto no es la realidad en todas las universidades, pero eso era lo que vivíamos en la Universidad Central en esos tiempos. Estas cosas han cambiado: este profesor, ya no solo da clases, sino que es director de toda la Carrera.

Para superar este tipo de casos, se debe tener claro —lo reitero… que el rol de la universidad y sus profesores debe ser la producción de conocimiento. No es limitarse a repetir lo que otros han hecho. Es importante comprender que la universidad no es una simple extensión del colegio.

Si volvemos nuestra mirada a lo que pasó en abril de 2019,  la profesora Katherine Bouman con su algoritmo lograba procesar las imágenes obtenidas por el telescopio Event Horizon y mostraba al mundo la primera fotografía de la sombra de un agujero negro.

Si ella no estuviera entrenada como investigadora (con un PhD) y si estuviera obligada simplemente a enseñar y repetir lo que sus profesores alguna vez le enseñaron, nunca habría logrado innovar y hacer su contribución al mundo.

Si una persona requiere simplemente de herramientas para ejercer un trabajo, existen excelentes programas en internet que inclusive te entregan certificados. Pero si un alumno accede a clases con un investigador, aprende lo más actualizado en su campo de estudios.

Imaginémonos por un instante, todo lo que un alumno podría aprender directamente de científicos como la profesora Bouman. O con los científicos ecuatorianos más reconocidos internacionalmente, como la doctora Linda Guamán (PhD en Microbiología),  considerada una de las cien líderes mundiales en Biotecnología. O con Inty Gronneberg (Candidato a PhD en Ecosistemas de Innovación), reconocido en el 2018 como Inventor del Año para América Latina por el MIT Technology Review.

No solo el estudiante ganaría, sino la sociedad  entera. Las empresas tendrían a estudiantes críticos, con conocimientos actualizados y relevantes. El sector público tendría pensadores críticos y conocerían mucho mejor nuestra realidad.

Cuando todos comprendamos el rol principal que deben cumplir las instituciones académicas, el país podrá retomar el rumbo que se merece. Si las universidades cumplieran su rol y dejarían de ser fábricas de títulos, no se permitiría que estudiantes publiquen tesis plagiadas, así fuera “solamente el marco teórico” como en el caso de nuestro exvicepresidente.

Si la academia en el Ecuador desarrollase el pensamiento crítico mediante la investigación, sus alumnos tendrían más herramientas para analizar su realidad y lo que aprenden. Los títulos entregados dejarían de ser un simple requisito para tener un trabajo —y quizás se reduciría los casos en los que, para llegar a puestos altos, se obtengan títulos de forma ilegal. Si lo anterior fuera una realidad, no tendríamos a la máxima autoridad ecuatoriana intentando dar cátedra de Mecánica Cuántica en universidades del exterior. Si la sociedad comprendiera finalmente cómo debe funcionar un sistema académico, ya no estaría en cuestión que sus profesores y autoridades tengan como requisito entrenamiento como investigadores —es decir, un PhD-.

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