Hace dos años, Aidan Sleeper necesitaba encontrar un apartamento.

Sleeper, gerente de locaciones de Billions, cuya cuarta temporada se estrenó en Estados Unidos el 17 de marzo de 2019, visitó más de cien lugares que valen decenas de millones de dólares, pero no lograba encontrar el indicado. “Era imposible”, dijo.

El apartamento no era para él —que vive con su esposa en un lugar arrendado en Clinton Hill, Brooklyn. No, tenía que conseguir una residencia en Manhattan para Bobby Axelrod, genio de los fondos de inversión en Billions interpretado por Damian Lewis. No se necesitaba un lugar cómodo ni acogedor, sino uno que intimidara, asombrara, abrumara y dejara sin aliento. Todo de un golpe.

“Siempre bromeamos, ‘multimillonario, no millonario’”, dijo Sleeper una mañana de enero en la oficina de producción de Billions en Greenpoint, Brooklyn, mientras revisaba archivos de fotos en su computadora. Hizo clic en la de un departamento de tres pisos avaluado en 65 millones de dólares que no lo había impresionado. “Vas y piensas ‘¿en serio?’”. Sleeper se encogió de hombros y siguió revisando los archivos.

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Eric Daman, el diseñador de vestuario de «Billions», trabaja en el plató con el actor Damian Lewis. Antonio Santos para el New York Times

Meses después de la fecha límite, mientras inspeccionaba un aburrido penthouse en el vecindario de TriBeCa, alcanzó a ver desde la terraza otro penthouse a varias manzanas de distancia. Era una caja de cristal ubicada encima de una vieja imprenta. Tenía una sala de doble altura y una terraza circundante, además de una vista de 270 grados a los ríos Hudson y Este. Era urbano, masculino, casi escueto debido a sus pisos de concreto pulido y líneas limpias —decía multimillonario, no millonario. Lo rentó.

Algunos programas, como Billions y Succession, de HBO, un punzante drama sobre una dinastía mediática como la de Rupert Murdoch que regresará para su segunda temporada a mediados de 2019, deben ofrecer una representación visual convincente de los ultrarricos —el uno por ciento del uno por ciento.

Jesse Armstrong, quien creó Succession, describe un principio rector: “Seamos lo más veraces que podamos”.

La verdad no siempre es halagadora. A diferencia de la pornografía de la riqueza que antes se veía en la televisión —Dinastía, Dallas, Gossip Girl— estos programas representan un momento cultural en el que muchos estamos obsesionados con la riqueza extrema, pero a la vez perturbados por ella.

Succession y Billions son dramas con destellos de comedia negra y no son precisamente aspiracionales. La cámara encuentra todas las ojeras, amplifica todas las oficinas impersonales. Incluso ese penthouse llega a verse casi feo desde ciertos ángulos.

El diseño de estos programas conlleva, a veces de maneras más sutiles que otras, una crítica a la riqueza misma. Los sintonizas para ver los jets privados y te quedas para ser testigo de la inevitable deshumanización de los personajes.

Para ilustrar el estilo de vida de un multimillonario, los diseñadores de ambos programas investigaron en línea a los muy ricos y estudiaron revistas como Architectural Digest y Vogue.

Pero a la gente extremadamente rica no siempre le gusta que fotografíen sus casas y no todos ellos visten alta costura. “Cuando llegan a los mil millones de dólares ya no están en una situación en la que tienen que impresionar a los demás ostentando los símbolos banales de la opulencia”, dijo David Levien, uno de los creadores de Billions.

Así que estos programas contratan a varios consultores en riqueza —algunos de ellos multimillonarios y otros proveedores que ofrecen servicios a multimillonarios—, para que los orienten sobre qué uniformes usaría el personal doméstico, o qué obras de arte deberían adornar una oficina corporativa.

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Una colección de trajes en el plató de «Billions» Fotografía de Antonio Santos para el New York Times

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En ocasiones, también hay consultores voluntarios que contribuyen con sus opiniones. Un gerente de un fondo de inversión mandó un correo electrónico a los creadores de Billions (quienes no quisieron revelar la identidad del individuo) para quejarse del minúsculo avión privado de Axelrod. “Primero muerto antes que meterme a esa lata de sardinas”, escribió. (La lata de sardinas tiene un precio de venta al público de 40 millones de dólares). A veces los símbolos banales de la opulencia sí importan.

Para el episodio piloto de Succession el equipo de producción quería crear un apartamento para Logan Roy –el paterfamilias interpretado por Brian Cox– que sugiriera poder, no una ostentación superficial. Kevin Thompson, el diseñador de producción del piloto, tomó prestados dos pisos del Consejo de Relaciones Exteriores, y los decoró como si fueran un penthouse dúplex.

Cuando se autorizó que el piloto se convirtiera en serie, el espacio fue recreado en un pequeño set de filmación en Queens. Al entrar a ese apartamento —suponiendo que no eres un multimillonario— se siente mucho asombro y un poco de emoción por esas proporciones tan imprudentes. Pero los adornos, aunque de muy buen gusto, no son ostentosos y los colores son opacos. “Puedes escuchar el dinero, pero sin que te grite”, dijo Thompson.

Aun así, los diversos departamentos de diseño deben mostrar el estilo de los multimillonarios sin un presupuesto de millonarios (de acuerdo, gastan decenas o cientos de miles de dólares, pero de todos modos no es tanto). En todos los platós se hacen cálculos para decidir en qué invertir y qué pedir prestado o regalado, o bien falsificar.

En el apartamento de Logan Roy los muebles son auténticos, al igual que algunas de las antigüedades. Pero los cuadros son copias escaneadas o pastiche —ni siquiera el dinero de HBO alcanza para comprar Gauguins verdaderos— y los tapices no son precisamente invaluables. “El público nunca verá la diferencia”, dijo Stephen Carter, el actual diseñador de producción, mientras caminaba por el foro una tarde de febrero de 2019.

En otro set de Succession, unos trabajadores construían un jet privado. En televisión se vería lujoso. Los enormes asientos eran originales, una donación de la compañía aeroespacial Embraer. ¿Y el opulento diseño del interior? Papel adhesivo pegado en madera contrachapada. “Papel adhesivo caro de Japón”, aclaró Carter. “Pero básicamente son calcomanías”.

Hay un área en la que no se puede fingir: el vestuario. El mismo día que conocí a Sleeper, Eric Daman, el diseñador de vestuario de Billions, me dio un paseo por el laberinto de ropa. Se detuvo enfrente del perchero de Bobby Axelrod, donde sobre todo hay pantalones de mezclilla, camisetas y sudaderas, muchas de las cuales son de Loro Piana, una marca italiana de prêt-à-porter. Rondan los 2000 dólares: son de casimir y cualquiera que haya acariciado la piel de un bebé puede comprobar que estas sudaderas ridículamente caras son en verdad más suaves.

Sin embargo, hay límites. Unas semanas antes, Daman había mandado pedir una camiseta cien por ciento de casimir de The Row que costaba 1800 dólares. Le producía un poco de vértigo, pero “pensé que iba a ser algo especial”, dijo. No lo fue, así que la devolvió.

Algunos de los objetos más costosos han sido regalos o préstamos hechos a la producción. Daman me señaló una pared de lo que describió como “bolsos promocionales” enviados por Stella McCartney y Phillip Lim para que se usaran en el programa. Michelle Matland, la diseñadora de vestuario en Succession, también recibe artículos promocionales y no le pone peros a comprar en sitios web de reventa como The Real Real para ahorrar dinero. “Soy muy popular en los centros comerciales de descuento”, dijo.

Además del costo, una manera de transmitir la idea de riqueza no tiene tanto que ver con los objetos en sí, sino con cómo reaccionan los personajes ante ellos. En la segunda temporada de Billions, Bobby y Lara Axelrod se suben cada uno a su propio avión privado, sin hacer más alharaca que un simple beso de despedida. Los personajes no se sorprenden, así que nosotros tampoco.

Succession casi no emplea los primeros planos para los productos. Armstrong le dijo a su equipo: “Nunca hay que tratar de persuadir a nadie ni de venderles un elemento de este estilo de vida”. Los personajes suelen tener una actitud casual hacia el dinero, a veces incluso muestran desdén, como cuando alguien se deshace de un reloj Patek-Philippe que había recibido como obsequio regalándoselo a alguien más o al subirse a un helicóptero Sikorsky como si fuese un auto cualquiera.

“Parte de lo divertido de la manera en que nuestro público vive esta riqueza tiene que ver con cuán poco les importa a estas personas”, dijo Carter.

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Daman con la sudadera de punto cien por ciento de casimir del diseñador Vince. Fotografía de Antonio Santos para el New York Times

Pero, ¿acaso es eso divertido en realidad?

Mucho de lo que hizo tan exitosos a programas como Dinastía y Dallas fue la manera en que los afeites de la riqueza se convirtieron en fetiche. La nueva versión de Dinastía sigue con esa tradición y deja que la cámara se demore con tomas a los zapatos (¡los zapatos!), las joyas, las fuentes.

Sallie Patrick, la productora ejecutiva de Dinastía, dijo que se sentía obligada a perpetuar la extravagancia de la serie original. Pero incluso el placer culposo de una cadena televisiva, como Dinastía, se rehúsa a ofrecer lo que Patrick llama “solo hacer realidad todos los sueños”.

“Es un poco más satírico, un poco más burlón y comentamos lo ridículo que es”, dijo. Tienen una broma sobre riñoneras que cuestan 1000 dólares.

Que incluso programas como Dinastía hagan una crítica socioeconómica sugiere conjeturas respecto a los muy acaudalados, una ansiedad de que tal vez no sean como el resto de nosotros. Quizá esa ansiedad no carezca de fundamentos. Los años ochenta —la era de la primera versión de Dinastía— y el presente son periodos que se asocian con enormes incrementos en la desigualdad de la riqueza.

“La gente rica se ha vuelto tan diferente a la persona común”, dijo Shamus Khan, profesor de Sociología en la Universidad de Columbia que se dedica a investigar la influencia política de las élites económicas. “Son interesantes en el mismo sentido en que un animal en el zoológico es interesante”.

Estos programas quizá hasta nos sirvan como una especie de consuelo perverso al resto de nosotros, al reflexionar sobre cómo la riqueza abundante puede crear sentimientos de alienación, un fenómeno que Khan ha estudiado.

“La gente se imagina que les va a dar algo de sentido o que va a satisfacer alguna necesidad”, dijo. Sin embargo, “la gente rica muchas veces se describe a sí misma como muerta por dentro”.

Los personajes acaudalados de estos programas suelen preferir el dinero a la familia, la comunidad o la integridad moral. El diseño —lujoso pero a veces frío y sin belleza— lo refleja.

De cualquier manera, la alienación en la escala multimillonaria puede tener sus ventajas. En una tarde a inicios de marzo, Sleeper me dio un recorrido del penthouse de Bobby Axelrod. La madera brillaba, el metal relucía, los rayos del sol invernal quemaban a través de las ventanas de más de 5 metros y, desde lo alto, se veía todo Manhattan.

Sleeper salió a la terraza. “Yo sé que nunca voy a tener esto, y eso es algo que no me molesta”, dijo.

“Pero, al mismo tiempo, me puedo imaginar, ¿no sería increíble vivir en este lugar?”, se preguntó. “Absolutamente”, se respondió.


©The New York Times 2019