Todos los días, Roberto recorre varios kilómetros en su motocicleta para entregar comida, encargos o regalos. En Venezuela, de donde llegó hace 11 meses, era enfermero, no sabía conducir una moto pero tampoco pensaba emigrar. Cuando lo hizo —empujado por la violencia, la hiperinflación y la crisis humanitaria— vino a dar a Quito, donde la dificultad para conseguir empleo hizo que se registrara en una aplicación móvil de reparto a domicilio. “Me pareció lo más conveniente, lo más rápido y lo más acertado”, dijo mientras entregaba el pedido. En un país en el que las cifras de empleo seguro han bajado, muchos, muchos como Roberto han optado por esta forma de subsistir llamada ‘autoempleo’.

La aparición de aplicaciones móviles con distintos propósitos trae de vuelta la discusión ética y regulatoria sobre el ‘autoempleo’. Para algunos, es una forma de precarización laboral. Para otros, una salida innovadora al desempleo y una consecuencia de la economía colaborativa (también llamada la ‘uberización de la economía’).

Aunque muchos lo hacen, técnicamente, el autoempleo no existe. La ausencia del término en el Código de Trabajo ecuatoriano —el cuerpo legal que regula la vida laboral en el país— no solo dificulta su comprensión sino que lo invisibiliza. Incluso el Ministerio del Trabajo — supuesto encargado de administrar la política laboral del país—  no muestra interés en el tema ni registra datos ni informes sobre su incidencia en la economía nacional. Ahí la gran dificultad de comprender (y determinar con claridad) qué rol juega el autoempleo dentro del sistema de trabajo y la economía.

Conseguir trabajo en el Ecuador no es fácil. Apenas 3 millones 262 mil tienen un empleo adecuado. La cifra representa poco más del 40% de la población económicamente activa, y ha descendido en comparación con el 2017. El empleo adecuado está definido como el que hace una persona que trabaja 40 horas semanales, gana el salario básico y  está afiliada a la seguridad social.

El resto, está clasificado como empleo inadecuado, subempleo, y una categoría llamada “el otro empleo”. Cerca de 1 millón 323 mil personas trabajan en condiciones de subempleo. El subempleo consiste en una deficiencia en horas de trabajo o salario. El  autoempleo no está dentro de ninguna de estas clasificaciones. Vive en una nebulosa regulatoria. Y eso abre un abanico de incertidumbres.

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Las eternas promesas para fomentar el empleo, “inyectar incentivos a la economía” y cambiar el modelo económico no han mejorado las condiciones de lo más de 296 mil desempleados ecuatorianos. Encontrar empleo en un país sumergido en una crisis económica —atribuida al gobierno de Rafael Correa, pero más antigua de lo que pensamos— es cada vez más complicado. Ya no importa la inoperancia de los Ministerios, las discusiones retóricas alrededor del tema cuando lo realmente importante para muchos es salir del desempleo.

Varios han encontrado la solución para mejorar su situación económica a través del autoempleo. Oficios como repartidores, choferes, vendedores de maquillaje, productos naturales y energizantes son solo algunos de los más populares. Roberto, es uno de ellos.  

Él es consciente de que “conseguir trabajo en el Ecuador es muy duro” y mucho más si eres migrante. Para Roberto, el trabajo a través de aplicaciones móviles fue una manera de de ayudar a su familia.

El trabajo autónomo a través de aplicaciones móviles toma más fuerza en el país. Alberto Acosta Burneo, economista y editor de la publicación especializada Análisis Semanal, dijo que el uso de las nuevas tecnologías se ha convertido en un mecanismo para crear nuevos empleos y nuevas oportunidades de autoempleo. “El mundo actual va hacia el uso de estas nuevas tecnologías como un mecanismo no para precarizar sino para que aquellos empleos precarios puedan vender sus servicios directamente al cliente”, dijo Acosta.

Un mensajero de una de las aplicaciones móviles dijo que no ganaba lo suficiente en su anterior empleo como repartidor. Hace 7 meses, tenía un empleo fijo como mensajero de una compañía, pero no ganaba lo suficiente. “Ahora gano más, pero trabajo 12 horas al día”, dijo.

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Hablar de autoempleo a través de aplicaciones móviles es como pisar arenas movedizas. No existe una clasificación, sustento legal, ni siquiera una definición exacta. Esto lo convierte en el centro de un eterno debate entre posturas conservadoras y liberales. Mientras unos rescatan la importancia del autoempleo en una economía agonizante, otros la consideran como la excusa perfecta para la precarización laboral y la competencia desleal.

Y aunque en el mundo ha existido desde hace mucho gente dedicada a vender productos de terceros (maquillaje, pastillas para adelgazar), o conducir autos propios o ajenos (como los taxis), que han estado fuera de las definiciones —y preocupaciones— legales, la emergencia de plataformas digitales que han fomentado la economía colaborativa genera nuevos cuestionamientos. Las fricciones sociales y regulatorias están sino en buena parte de los lugares donde existen y operan aplicaciones ‘colaborativas’.

Para ponerlo de una forma sencilla, en este tipo de economía las aplicaciones lo que hacen es intermediar entre proveedores de un servicio y sus consumidores a través de un espacio digital. Antonio Kovacevic, ex director de la escuela de Administración de la Universidad Católica de Chile escribió que “este concepto está creciendo a pasos agigantados, extendiéndose a diversos ámbitos. Y es muy difícil que tengamos un vuelco hacia atrás.” Según él, podría generar “mucha prosperidad e impacto laboral”. Pero también, dice Kovacevic, “demanda ciertas regulaciones para asegurar que efectivamente sea justa, inclusiva, eficiente e innovadora”.

Exigir regulaciones para una realidad que no ha sido recogida por el Código del Trabajo está provocando problemas. Por ejemplo, del gremio de transportistas acusan a las nuevas aplicaciones móviles de quitarles espacios de trabajo y promover la competencia desleal. En ciudades como Barcelona estas empresas se han visto obligados a suspender sus servicios. Ambas compañías dijeron que tendrán que despedir a más de 3.500 conductores. De su lado, un representante del gremio de los taxistas de Barcelona celebró la medida. «Esta es una victoria de la gente obrera y trabajadora contra las multinacionales esclavistas, no solo del taxi», según reportó diario El País.

La profesora en Derecho Laboral de la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB) Elisa Lanas insiste en la importancia de reconocer el trabajo a través de una aplicación móvil como un trabajo de relación de dependencia. Las aplicaciones de transporte, dice, “no son empresas intermediarias de servicios informáticos sino prestadoras de servicios de transporte a través de una plataforma de medios informáticos”.

Aunque en el autoempleo no hay un elemento de dependencia directo, “existen ciertas reglas de subordinación, que se presentan de manera amigable”, dice. Por ejemplo, dice que la compañía propone una mayor paga si el conductor, vendedor —en definitiva el proveedor del servicio— cumple con ciertas condiciones. “Pero, si usted ofrece estar en un horario y no se presenta, le vamos a penalizar”, dice Lanas. 

Acosta Burneo discrepa. Para él, las plataformas móviles son “un espacio digital que permite vender directamente servicios a quien lo demande”. No es una empresa con servicios tradicionales. “Estamos frente a un cambio de paradigma económico”, dice, añadiendo que los beneficios son múltiples porque permite “vender un servicio que es valorado por la población y les da una opción de llevar ingresos a sus familias”, dice Acosta Burneo. 

Desde el urbanismo la importancia del empleo en la ciudades es un tema de importancia. Para Jaime Izurieta, especialista en estudios urbanos, el autoempleo a través de plataformas móviles no debe ser considerado como un empleo formal. “No fue pensado para ser un trabajo a tiempo completo”, dice y pone como ejemplo los servicios de transporte: “No están pensadas para reemplazar a taxis sino para personas que aprovechan su tiempo. Tienes un carro, tienes tu trabajo y utilizas el auto una o dos horas diarias para redondear tu sueldo”.

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Para los más afortunados el autoempleo puede ser un sueño para alcanzar la libertad económica. Para otros, es sinónimo de precariedad. Convertirse en un trabajador independiente implica ciertas responsabilidades. Desde asumir los costos que un empleador normal debería cubrir como uniformes, transporte, hasta asumir el pago de salarios y enfermedades. Aunque todo va por cuenta del trabajador, el autoempleo está cada vez en aumento en varios países.

En países como Reino Unido, el autoempleo ha crecido en un 45% desde 2002. Pero el promedio de trabajadores autónomos de Gran Bretaña gana menos que hace 20 años, dijo Adam Corlett, analista económico de la Resolution Foundation. En plataformas de mensajería como Hermes el repartidor debe responsabilizarse de cualquier riesgo. Los paquetes, el automóvil o motocicleta, el pago de salarios. La cobertura de cualquier enfermedad corre por cuenta de cada empleado.

Ecuador no es la excepción, los trabajadores deben hacer frente a todos los gastos. Roberto, el repartidor, recuerda que varios compañeros “viven cayendo de las motos, les roban. La empresa no se hace cargo. Sería bueno tener seguridad”. Elisa Lanas explica que para “ la empresa es totalmente cómodo no tener responsabilidad absoluta.”.

En otros países, como España, dice, algunas comunidades han detectado relación de dependencia. “Por lo tanto, empresas como Uber tiene que cumplir con toda la legislación laboral. En otros casos, han dicho, a lo mejor no es una relación laboral en toda regla sino es una relación paralaboralizada”.

En noviembre de 2018, la empresa de entregas a domicilio Deliveroo retiró una apelación que había puesto contra una sentencia que le ordenaba pagar a un ex repartidor una indemnización por despido. Víctor Sánchez era un rider de la empresa que denunció su despido. Una jueza de la ciudad de Valencia, España, dictaminó que era un “falso autónomo”.  En esa misma ciudad, la inspectoría de Trabajo exigía a la compañía el pago de 160 mil euros a más de 50 riders por aportes a la seguridad social. La autoridad laboral española, además, determinó que la empresa debe pagar 1,3 millones de euros por los repartidores en Barcelona.

Pero no todos concuerdan con estos criterios. Para Jaime Izurieta, los trabajadores de estas plataformas “no deberían tener seguridad social porque no tienen una relación laboral. No son empresas que están trabajando a tiempo completo. Si sufres un accidente de trabajo es como autónomo”. Su condición de autoempleados ubica a estos trabajadores en un limbo entre ser reconocidos o no por sus empleadores.

Pero en el Ecuador, esta discusión aún no ha empezado. Apenas hay una disputa entre el gremio de taxis —autoempleados por excelencia— con las aplicaciones móviles de transporte. Pero no es un debate sobre en qué categoría del trabajo entran esos conductores, si son independientes aprovechando su tiempo o personas con trabajos precarizados, que aceptan porque es mejor que no tener ningún ingreso. El conflicto entre taxistas y aplicaciones es una pulseada de intereses gremiales y corporativos, no una discusión de qué es, y cómo debería abordarse, el autoempleo, que no existe para nadie —salvo para quienes trabajan todos los días en esto.


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