Cuando la tía de Martina fue a un curso de educación sexual se dio cuenta que su sobrina podría haber sido víctima de abuso. Desde hacía algún tiempo, ella y la mamá de Martina habían notado que la niña de siete años se frotaba las partes íntimas contra los muebles, pedía a otros niños que la toquen y quería tocarlos. Cuando su mamá habló con ella, le contó que cuando tenía 4 años su papá le hizo ver videos “de personas desnudas” y le decía que hiciera lo mismo que las mujeres hacían en la televisión. Le decía que la amaba pero también la amenazaba: si le contaba a su mamá lo que hacían, le daría dos correazos. Martina nunca dijo nada. Su madre, quien trabajaba todo el día en un almacén de ropa, no se dio cuenta de lo que sucedía en su ausencia. Fue ese curso de educación sexual que recibió su hermana lo que evitó que la niña guarde la dolorosa historia de su abuso por más tiempo, que no reciba ayuda psicológica adecuada para superar el trauma, y que su abusador siga en libertad.
Hay muchas razones por las que la educación sexual debe existir. Nos enseña lo que es el consentimiento, a decidir cuándo y con quién comenzar nuestra vida sexual, cuándo no está bien que nos toquen, a prevenir enfermedades, a protegernos de la violencia, a disfrutar nuestros cuerpos. Es tan importante, que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableció en un informe de 2011 que acceder a la información en materia sexual reproductiva es un derecho humano que el Estado debe garantizar. Sobre todo, porque con ese conocimiento no solo se puede planificar —para que no hayan embarazos no deseados— sino también prevenir y proteger a otros de violencia sexual. Pero, a pesar de todos los beneficios que trae, la desinformación sobre la educación sexual ha causado mucho rechazo.
Cuando la Corte Constitucional del Ecuador notificó su fallo en julio de 2018 que decía que los adolescentes tienen libertad y derecho a tener salud reproductiva y educación sexual completa, los grupos denominados pro vida y pro familia se opusieron: “a mis hijos los educo yo”, dijeron. La presidenta de la Red Provida dijo que era, supuestamente, un camino para aprobar el aborto y promover la homosexualidad.
Pero la educación sexual integral está lejos de eso. Según la Unesco, es un proceso de enseñanza y aprendizaje basado en planes de estudio que “versan sobre los aspectos cognitivos, psicológicos, físicos y sociales de la sexualidad”. Busca dar a los niños y adolescentes el conocimiento para “disfrutar de salud, bienestar y dignidad”, y de “entablar relaciones sociales y sexuales basadas en el respeto”.
Es, además, una forma de comprender cómo protegerse “en un mundo de violencia y las desigualdades basadas en el género, los embarazos precoces y no deseados, el VIH y otras infecciones de transmisión sexual”. Para ello, la UNESCO ha creado una guía completa, que especifica por grupo de edad qué temas —violencia, compromiso, relaciones, cómo funcionan los genitales— deben ser tratados y en qué forma. Porque, al ser un derecho, debe fomentarse, de forma consistente, a lo largo de nuestras vidas.
Como muchas otras educaciones, la sexual no termina nunca. El psicólogo Rodolfo Rodríguez, Vicepresidente de la Sociedad Ecuatoriana de Sexología y Educación Sexual (Sesex), dice que es necesaria desde que somos pequeños hasta que morimos.
Los padres de los niños en la etapa de la primera infancia —entre los 3 y 8 años— deben enseñarles sobre las partes de su cuerpo: por qué las tienen, cómo se llaman, la diferencia entre niños y niñas, cómo cuidar su cuerpo y su higiene.
En los años de la primera adolescencia, la enseñanza es distinta: se habla de la pubertad, los cambios hormonales, cómo funciona el cuerpo para reproducirse, cómo vivir la sexualidad de forma placentera, los métodos anticonceptivos, la planificación familiar. En la adultez, dice el sexólogo, se debe trabajar sobre las relaciones, la comunicación, el amor, el intercambio entre personas. Pero una educación sexual integral, más allá del conocimiento del cuerpo y el sexo, ayuda a prevenir e identificar cuando un abuso está pasando.
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Cuando el abuso a Martina estaba ocurriendo, ella tuvo una infección vaginal. Su mamá la llevó a un centro de salud para que la atendieran. La doctora le dijo que era algo normal, que los niños de su edad se tocan con las manos sucias y se infectan. Le prescribió baños con agua de manzanilla. Y nada más.
Ni la doctora ni su madre sabían que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una infección en las vías urinarias o dolor al orinar pueden indicar que una niña o niño son víctimas de abuso sexual. La educación sexual podría habérselos enseñado. Podría haber ayudado a detener la violencia antes.
Cuando las niñas y niños no tienen una educación sexual, no pueden defenderse ni entender cuando algo está mal. Mayra Tirira, abogada de la fundación Surkuna y de Martina, dice que la niña “quizás en su época no sabía ni le parecía raro que su padre tenga estas actitudes hacia ella porque le decía ‘yo te amo’”.
A Martina nadie le explicó cómo funciona su cuerpo, que nadie podía tocarla, que nadie podía obligarla a hacer cosas que veía en una película pornográfica. Y si nadie le explicó, y su papá le decía que la amaba, era difícil para una niña entender el abuso al que era sometida. “Cómo el Estado, cómo la sociedad no van a intervenir en las familias cuando precisamente son las familias quienes agreden, quienes violan y quienes no quieren tampoco denunciar”, dice Tirira. “Una forma de intervenir es a través de la educación sexual integral que tiene que ser dada a los niños de forma inicial para que ellos puedan detectar situaciones extrañas”.
Pero esto está lejos de ocurrir en Ecuador. La Subsecretaria de Innovación Educativa y Buen Vivir del Ministerio de Educación del Ecuador, María Fernanda Porras, dijo que la asignatura de educación sexual no está en la malla curricular sino que es trabajada de forma transversal. Un documento enviado vía correo electrónico por el Ministerio dice que en la materia de Ciencias Naturales, por ejemplo, para que “los estudiantes comprendan el funcionamiento de los sistemas biológicos se incluye destrezas enfocadas en comprender el funcionamiento del cuerpo humano para mantener la salud integral con un enfoque de proyecto de vida”. En el currículo de esta materia, están temas como la menstruación, las enfermedades de transmisión sexual, la pubertad, la reproducción, los aspectos biológicos, psicológicos y sociales que determinan la sexualidad, entre otros temas más.
El sexólogo Rodríguez dice que esto no es suficiente: quienes dan clases de sexualidad deben ser personas con “formación académica, teórica y práctica” y no “profesores que les han dado algún tipo de curso”. Explica que es importante porque al hablar de sexualidad no solo es decir cómo funcionan los genitales o la menstruación, sino que para hablar de sexualidad se debe tener en cuenta la parte psicológica y afectiva. “No estás hablando de un animal, estás hablando de un ser humano”, dice.
Además, la educación sexual debe darse desde la educación inicial no solo porque es importante que desde pequeños conozcan su cuerpo sino porque si se espera hasta la secundaria, es muy probable que no reciban esta educación. Según datos del Ministerio de Educación, en el año lectivo 2016-2017, más 321 mil 600 niños y niñas dejaron de estudiar antes de entrar a la secundaria. Eso quiere decir que 300 mil niños y niñas no recibieron educación sobre su sexualidad. Pero, dice Rodríguez, el Ministerio de Educación tiene una guía de educación integral de la sexualidad desde la niñez, solo que no la utiliza.
A comienzos del 2018, la psicóloga clínica y sexóloga María de los Ángeles Núñez entregó una guía de educación sexual al Ministerio de Educación pero no fue acogida. Un año antes, un funcionario —que no reveló el nombre— le pidió que la escriba para poder implementarla en las mallas curriculares del Estado. Cuando la entregó, la persona que la había solicitado fue reasignada a otro ministerio, y la nueva encargada no aprobó su guía. “No lo quisieron recibir ni siquiera como una guía de referencia”, dice Núñez.
La guía de Nuñez se basa en la Declaración de Punta Cana de 2014. En ella, la Asociación Mundial para la Salud Sexual (WAS) y la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual (Flasses), proclamaron el derecho a la educación integral de la sexualidad adecuada a la edad, científicamente precisa, culturalmente competente y basada en los derechos humanos y la igualdad de género. Busca, sobre todo, tener un enfoque positivo de la sexualidad y el placer, abarcando la sexualidad desde los aspectos biológicos, psicológicos y socioculturales. Es una guía dividida por etapas, que explica a los profesores y padres qué debe enseñarse a los niños en cada edad, los beneficios de esas enseñanzas, los resultados positivos que se pueden obtener.
El Ministerio tenía en sus manos una herramienta que podría evitar abusos, violencias y enseñar pero decidió ignorarla.
Abordar la educación sexual desde la violencia no es lo ideal, pero historias como las de Martina nos obligan a hacerlo. Si Martina, su madre, sus profesores, o médicos hubieran tenido algún tipo de conocimiento, hubieran podido identificar lo que estaba pasando a tiempo.
Si seguimos pensando que hablar de sexualidad con nuestros niños es enseñarles a tener sexo estamos perpetuando una cultura donde la sexualidad es algo malo, oscuro, clandestino. Pero sobre todo, estamos repitiendo una aseveración sin ningún sustento.
Ecuador es el tercer país de la región con la tasa más alta de embarazos en niñas y adolescentes —entre 10 a 19 años— detrás de Nicaragua y República Dominicana. Entre 2010 y 2016, hubo 413 mil nacidos vivos de niñas y adolescentes. Un estudio realizado en Estados Unidos en 2012 reveló que una mejor educación sexual en el currículo escolar está asociada a menos embarazos adolescentes. Los estados con rankings más altos de religiosidad y conservadurismo tenían una tasa mayor de nacidos vivos de embarazos adolescentes entre 1997 y 2005.
Podríamos aprender, más bien, de países como Holanda donde por ley todos los estudiantes de primaria deben recibir educación sexual. Aunque puede ser flexible el cómo, debe tener ciertos principios fundamentales: respetar la diversidad sexual, protegerse de abusos, coerción e intimidación. El objetivo es claro: el desarrollo de la sexualidad es un proceso natural por el que todos pasamos y al serlo, todos tenemos derecho a tener información clara y confiable sobre el tema. Como resultado, en el 2006 por ejemplo, las enfermedades de transmisión sexual, los abortos, y los embarazos fueron mucho más bajos —14 por cada mil adolescentes— que países como Estados Unidos —que fueron 61 por cada mil adolescentes.
Los monstruos no se barren bajo las alfombras. Tampoco se esconden debajo de la cama, o en el clóset. Muchas veces —la mayoría de las veces— están ahí, a plena luz, visibles, con el rostro descubierto. Si no les damos a las niñas y niños de este país las herramientas para identificarlos, seguiremos contando las tristes cifras de violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes que se acumulan en el Ecuador.
Después de todo, nadie puede defenderse de lo que no conoce.
Este reportaje es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de