Cuando Maribel Sánchez tenía 3 años, su padre la separó de su mamá, la llevó a una familia en Quito, y la dejó ahí para que viva. Cuando cumplió 5 años se convirtió en la empleada doméstica de la casa. “Trabajaba porque me daban casa y comida pero nunca me pagaron por los quehaceres”, dice. Nunca la mandaron a la escuela, como los patrones le habían prometido a su padre. Tampoco la dejaban salir. Aunque tenía mucho temor de irse, cuando cumplió 15 años se escapó a Guayaquil, la mayor ciudad costera del Ecuador, donde intentó estudiar. Maribel recuerda que cuando las clases se ponían difíciles se desanimaba: era una adulta estudiando con niños de 6 años. “Ya me daba vergüenza, tan grande y en primer grado”.

Intentó varias veces, avanzaba de a poco, pero nunca terminaba. Años más tarde, regresó a Quito a buscar a su mamá, pero ella ya había muerto. Se quedó en la capital y empezó a trabajar en un local comercial. Un día, décadas después, cuando tenía 42 años, una mujer entró. Empezaron a conversar. La mujer era de La Escuelita Popular y Feminista, que da la posibilidad a mujeres adultas de terminar  su educación primaria. “Me llamó la atención porque yo justo estaba buscando eso pero no me atrevía”, dice Maribel. De eso ya son seis años.

Mujeres vuelven a estudiar la primaria en una escuela de Quito

Maribel juntó letras para formar palabras sobre la mesa en La Escuelita Popular y Feminista. Fotografía de José María León para GK.

Desde entonces, Maribel  ha ido a clases dos veces por semana. A comienzos de noviembre de 2018, ella  y cuatro mujeres más —de entre 43 y 72 años— se graduaron de la primaria. “No me creía al principio, mi inconsciente sentía que era un sueño y me sentí muy feliz y muy agradecida a esa persona que tuvo la facilidad de ayudarme”, dice Maribel —de pelo corto castaño y ojos marrones— sentada en una biblioteca del centro de Quito donde funciona La Escuelita. Desde que la escuela abrió en el 2008, 120 mujeres han ido a las clases, entrando en diferentes momentos, y tomando las clases a diferentes ritmos. Quince ya se han graduado. Todas habían dejado de estudiar cuando eran niñas.

§

La escuelita empezó en una prisión de mujeres de Quito. En 2004,  en la cárcel del Inca, mujeres universitarias y mujeres encarceladas se aliaron. “Surge como un diálogo, reconociendo nuestra desigualdad”, explica Andrea Aguirre, profesora y una de las fundadoras de esta alianza. “Pero al mismo tiempo siendo capaces de encontrar lo que tenemos en común en términos de violencia sexista”. El primer nombre de la alianza fue  Mujeres de Frente. Se convirtió en un colectivo que buscaba debatir el sistema penitenciario, la violencia y la desigualdad entre mujeres.

Cuatro años más tarde, la Asamblea Constituyente del Ecuador aprobó el indulto de mil doscientas mulas del narcotráfico. Los asambleístas consideraban que la pena de 8 años era desproporcionada al delito. Muchas de las mujeres que trabajaban en el colectivo y estaban en la cárcel por microtráfico salieron libres.  Una vez afuera, dedicarse a algo distinto al microtráfico, fue un reto. “Ellas me dijeron: yo no he ido a la escuela, yo no sé leer ni escribir y es el trabajo que aprendí a hacer de mi madre, el microtráfico, porque no tenemos otro trabajo”, dice Gloria Armijos, integrante del colectivo. Armijos trabajó hasta el 2009 en la guardería de la cárcel de mujeres del Inca.  

Que las mujeres no tengan una educación primaria es más una regla que una excepción. Según datos del Instituto de Estadística de la UNESCO, 15 millones de niñas en el mundo en edad de cursar la primaria no lo hacen. En Ecuador, según el Ministerio de Educación, en los últimos diez años, más de 200 mil niñas dejaron de estudiar cuando tenían 7, 8, 9, 10 años. Es como si todo Portoviejo, la octava ciudad más poblada del país, no terminase la escuela más básica.

Los motivos de la deserción son múltiples: un estudio de la organización no gubernamental Plan Internacional dice que son el matrimonio temprano, el trabajo y la violencia en el entorno escolar. A esto se suma que muchos padres consideran que no es necesario que las niñas estudien porque en algún momento serán mantenidas por su marido. En su lugar, las obligan a hacer las tareas de la casa y a atender a sus hermanos varones desde que tienen 5 años.

Las mujeres vuelven a estudiar la primaria en una escuela de Quito

Blanca Moreno estudia en La Escuelita Popular Feminista desde hacía seis años. Fotografía de José María León para GK.

Esa fue la vida de Blanca Moreno, una de las mujeres que se graduó de La Escuelita en noviembre de 2018. Ella no es una expresidiaria pero, como muchas de ellas, dejó de estudiar cuando tenía 8 años. Sus padres creían que no era necesario: eran los maridos los que deben mantener el hogar.  “Muchas de las compañeras no han podido acceder a la educación desde que son niñas y esto es súper marcado por el machismo dentro de sus familias”, dice Stephany Cárdenas del colectivo Mujeres de Frente. “En una familia, la niña se tenía que quedar con la mamá cocinando, lavando”. Los hijos varones, si es que había el dinero, explica Cárdenas, iban a la escuela. En el complejo andamiaje de la adversidad, el futuro de las niñas era —es— la primera pieza descartable.

§

La falta de educación es el primer giro de un círculo malicioso: cuando crecen, esas niñas necesitan un trabajo para sobrevivir y, sin educación, es muy difícil conseguir uno que no esté ligado a la servidumbre o a la ilegalidad, como las mujeres microtraficantes indultadas en el 2008. Cuando salieron de la cárcel y no podían encontrar trabajo, pidieron a las universitarias del colectivo que creen una escuela para que las ayuden a terminar la primaria y, así, tener más oportunidades laborales.

La escuela abrió sus puertas ese año, en un espacio llamado La Casa Rosa Feminista en Quito. La dirigía Pascale Laso, una pedagoga. Para las clases, cuatro profesoras sacaban copias de los libros para cumplir con las materias del currículo del Estado. Las maestras acompañaban a las mujeres, sus madres y sus hijos a completar las tareas, les enseñaban cómo sumar, restar, dividir, leer.

La escuela iba bien y  las mujeres aprendían mucho. Pero un año y medio después tuvieron que cerrar por falta de recursos. El colectivo, con el tiempo, también se fue rompiendo pero todavía quedaban algunas mujeres que querían seguir con esta iniciativa.

La Escuelita estuvo cerrada casi dos años. En el 2011, las integrantes que quedaban del colectivo,  la reabrieron. Igual que antes, seguían el currículo oficial, pero  adaptaron los textos y hacían fichas de trabajo para que sea más fácil de aprender para las mujeres adultas. A esta escuela no solo iban mujeres que habían salido de la cárcel sino que, en su mayoría, llegaban de barrios empobrecidos, trabajadoras domésticas pagadas y no pagadas o trabajadoras informales. Todas con el sueño de terminar (o comenzar) los estudios primarios que les fueron negados cuando niñas.

§

El salón es amplio, con piso de madera y ventanas grandes. Hay un aire entre melancólico y esperanzador, producto de la mezcla de la antigüedad del edificio y  los sueños de las estudiantes. En el centro hay dos mesas largas donde las mujeres están sentadas uniendo letras coloridas de cartulina para formar palabras. Otras leen sobre el homo sapiens y los dinosaurios en una computadora, otras responden un cuestionario en un papel. En el pizarrón blanco se lee “suma y resta de números enteros” y unas operaciones matemáticas resueltas. Ese es el campus de la Escuelita Popular y Feminista.

 

Las mujeres vuelven a estudiar la primaria en una escuela de Quito

Aula de estudio en La Escuelita Popular y Feminista donde Maribel, Blanca y María Juana estudian. Fotografía de José María León para GK.

“Matemáticas es mi materia favorita”, dice María Juana Cuenca, una de las mujeres que se graduó en noviembre. Ella, de pelo largo lacio negro y ojos negros, dejó de estudiar cuando tenía 8 años.

“Mi sueño era ser doctora, y yo ya habría acabado”, dice María Juana refiriéndose a qué hubiera pasado si no dejaba de estudiar. Su mamá la llevó a trabajar con ella en el campo y cuando tenía 15 años se fue a Riobamba para trabajar como empleada doméstica. Unos años más tarde, sus empleadores la trajeron a Quito para que siga trabajando con ellos pero María Juana apenas sabía hablar en español —su lengua materna es el kichwa. Con el tiempo, aprendió lo básico para sus actividades diarias, pero siempre tenía pendiente el regresar a sus estudios.

Las mujeres vuelven a estudiar la primaria en una escuela de Quito

Las mujeres vuelven a estudiar la primaria en una escuela de Quito

Cuando María Juana y una amiga estaban caminando por el centro histórico se encontraron con La Escuelita Popular y Feminista. Su amiga entró a averiguar y “ahí dice aquí abajo hay clase y está ahí mismo da material, da todo, tienen paciencia, ¡vamos!”. María Juana tenía 40 años cuando, por fin, retomó sus estudios donde los dejó: en el segundo grado.

La Escuelita Popular y Feminista trabaja con dos mallas curriculares de estudio. Laso explica que una de ellas es la necesaria para cumplir con los requisitos del séptimo año de educación básica y que la otra tiene una mirada feminista. “Proponemos espacios de reflexión sobre nuestro propia vida y las situaciones de opresión en el sistema”, dice la directora de la escuela. Por ejemplo, cuando enseñan matemáticas les enseñan con ejercicios para calcular cuánto del trabajo de ellas es remunerado o cuántas horas invierten en el cuidado de otras personas. Además, conversan sobre la violencia de género, lo que ha significado ser mujer para cada una, y cómo la educación les permite ser independientes y tener una vida libre de violencia.

Dicen las maestras de La Escuelita que una niña o una mujer no tenga educación es otra forma de incentivar la violencia en su contra. Como no pueden leer, siempre dependen de alguien para pedir una dirección, para seguir una receta de cocina, para tomar un bus, para saber qué están firmando. Como no pueden escribir, a veces no pueden llenar formularios para denunciar a sus agresores o comunicarse por correos electrónicos o mensajes de texto. Y como no pueden hacer estas cosas, se sienten menos. Según Laso, “esto es usado en las situaciones de violencia también como un agravante: tú que eres bruta qué me vas a entender, entonces toma por bruta”.

Uno de los mayores retos y logros de la escuelita, dice Laso, fue crear las condiciones para que las mujeres puedan estudiar sin importar sus horarios. Cuando María Chicaiza —una de las mujeres que se graduó  en noviembre— casi deja de ir a clases porque solo tenía 30 minutos libres, Pascale decidió cambiar la forma en que se ofrecían las clases. “Yo vi en ella las ganas que tenía pero no le daba la vida  para venir” dice Pascale. Entonces modificaron la escuela para que puedan ser procesos individuales: cada mujer recibe el material necesario para cumplir con la malla escolar pero avanza a su ritmo, dependiendo del tiempo disponible que tenga.

Escuela Mujeres 021 1

En la foto Maribel de espaldas, Blanca y María Juana estudiando los primeros textos y trabajando en ejercicios del primer año de secundaria. Fotografía de José María León para GK.

A veces, por distintos motivos hay mujeres que dejan de ir a la escuela pero regresan después de un año y siguen donde se quedaron. Pero otras,  las mujeres no regresan porque, dice Laso, conocen a un hombre, se hacen su pareja y él les convence de que abandonen la escuela. “Nosotras conversamos con ella, le decimos cuáles son los riesgos, pero si ella decide irse, nosotros respetamos su decisión siempre”, dice Pascale.  

María Juana Cuenca dice que lo más importante para ella es incentivar a sus hijos a que estudien, que terminen la primaria y luego la secundaria. Blanca Moreno, una mujer de 68 años, pelo blanco y corto, que se acaba de graduar de primaria, piensa igual. Sus hijas estudiaron y tienen una profesión. Es una forma de que la cadena de niñas que son privadas del estudio se rompa. Para Laso, esto y la graduación de las mujeres de la primaria son “una revancha de la justicia”, como un pequeño ajuste social por las violencias que sufrieron desde niñas. De cierta forma lo es, pero lo ideal sería que en unos años no se necesite una escuela como esta, que unos años todas las niñas terminen sus estudios y se gradúen cuando niñas.


Este reportaje es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de
Logouk 300x226