Cuando Nelly  tenía 10 comenzó a trabajar como empleada en una casa en Guayaquil: había dejado la escuela y su casa en el campo. Tras cumplir 12, fue abusada sexualmente por el dueño de la casa donde trabajaba y vivía. Nunca lo denunció. Clara, a los nueve años, era obligada por su patrona a pararse sobre un taburete para que alcance la hornilla en la que debía freír el arroz. Cuando Lucía tenía 13, dejó de ir a la escuela y comenzó a trabajar porque su mamá no podía pagar sus estudios y los de su hermana menor. A los 11 años, la madre de Carmen la mandó a trabajar como empleada doméstica. Mientras limpiaba y cocinaba, veía por la ventana cómo los niños de su edad jugaban en el patio. Según un estudio realizado por Care, una organización no gubernamental, como Nelly, Clara, Lucía, Carmen, la mayoría de empleadas domésticas del Ecuador comenzaron a trabajar cuando eran niñas: en promedio, empiezan a los 12 años, aunque se han registrado casos de niñas que trabajan desde los 6.

La idea de que las niñas y las adolescentes deben dedicarse al trabajo doméstico comienza en sus propios hogares. Según datos de la organización Plan Internacional, 10 millones de niños y niñas en el mundo trabajan en el servicio doméstico o en condiciones de esclavitud —el 67% de ellos son mujeres. Un estudio de Plan Internacional Ecuador revela que los padres cargan con el peso de limpiar, cocinar y arreglar la casa a sus hijas desde que tienen apenas 5 años. A sus hijos varones los dejan ir a la escuela y jugar con sus amigos.

Camila, una niña entrevistada por Plan en la provincia de Los Ríos, cuenta que a ella le hacen lavar, cocinar y arreglar todo mientras que a su hermano no. “Él come, no hace nada, mi mamá lo consiente… yo quisiera que mi mamá sea igual con todos, que no por ser mujer yo tengo que ser una esclava” dice en su testimonio. Camila es parte del 65% de niñas en Ecuador que dedican su tiempo al trabajo doméstico, según la encuesta del Instituto Nacional de Estadísticas y Censo sobre el Uso del Tiempo de los ecuatorianos. Para muchos padres, tíos, vecinos, es normal, algo que les toca a las niñas por ser niñas: porque algún día serán mujeres. Y eso es lo que hacen las mujeres.

Según un informe de UNICEF las niñas que habitan en viviendas con servicios básicos inadecuados tienen mayor probabilidad de trabajar. “Esto puede estar relacionado también con el hecho de que las tareas domésticas se incrementan con la carencia de servicios básicos”, dice el estudio. En el mismo reporte se diferencia al trabajo doméstico (dentro de la casa de la niña) del mercantil —agricultura, comercio, manufactura, etc.— pero se especifica que “si bien ambas actividades pueden ser complementarias, no necesariamente la intensidad del trabajo mercantil reduce el tiempo de dedicación al trabajo doméstico en el caso de las niñas”.

Vivir privadas del juego, ocio y estudios para dedicarse al servicio afecta gravemente a estas niñas. “Genera un perfil psicológico de ‘yo no valgo, yo solo puedo hacer esto, yo no tengo otras opciones”, dice la directora de Plan Internacional Ecuador, Rossana Viteri. “Las niñas ni siquiera lo ven como un trabajo, sino como parte de la vida”. El estudio de Plan encontró que las niñas invierten 18 horas a la semana en los quehaceres domésticos. El problema no son solo estas extensas jornadas de trabajo, sino que  lo que hacen es denigrado por sus familiares: si las niñas no cumplen con todas las tareas, son castigadas, y ellas piensan que lo merecen. “Esa niña ya no crece con lo que tendría que tener como recursos básicos: confianza en sí misma, seguridad y conocimiento de que nadie debe violentarla, derecho al descanso, a la educación, al ocio”, dice Viteri. “Todo eso queda vulnerado con esta dinámica del trabajo doméstico”.

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Muchas de estas niñas dejan de estudiar por su situación de pobreza o porque los papás las obligan a quedarse en la casa para cuidar a sus hermanos y servirlos. Según la directora de Plan Internacional, “hay un tema de inversión económica: dicen esa niña se va a casar y no va a aportar nada en esta casa, para qué invierto”. Según el Ministerio de Educación del Ecuador, 44 mil 700 niñas y adolescentes mujeres abandonaron sus estudios en el periodo de 2016 al 2017. Los principales motivos son la falta de dinero, de trabajo, desmotivación, embarazo o matrimonio. Esta deserción se refleja en las trabajadoras domésticas: el 67% solo terminó sus estudios primarios o no tienen ningún nivel de educación.

Según Nubia Zambrano de Care —una organización no gubernamental dedicada a erradicar la pobreza— , hace unos 40 años era muy común que las mamás de zonas rurales enviasen a sus hijas a la ciudad. Llegaba a trabajar en casas, con la idea de que pudiesen acceder a educación. En otros casos, simplemente las mandaban a conseguir una ayuda económica para sostener a los que se quedaban en el campo. Y en muchos otros, hay niñas que escapan de sus casas porque viven en círculos de violencia y el trabajo doméstico es lo único que saben hacer para sustentarse. Pasan de un círculo de violencia a otro.

Las promesas educativas y dinerarias muchas veces no eran más que eso: promesas. Las niñas no iban a la escuela, eran golpeadas, obligadas a trabajar más de 12 horas diarias, y muchas veces no les pagaban. Si se quejaban, las amenazaban con denunciarlas con la Policía por hurto. Las niñas, por falta de experiencia e ignorancia de sus derechos, se quedaban calladas. Hay algo perverso en esa idea: una niña no tiene por qué saber cuáles son sus derechos laborales; debería estar en la escuela, tener tiempo para jugar, para crear, para imaginar. Las trabajadoras domésticas suelen ser víctimas de abuso, no pueden estudiar ni elegir otra profesión. No pueden ser niñas.

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El hombre que violó a Nelly cuando ella tenía 12 años era rector de un colegio en Guayaquil. Cuando su esposa salía de la casa, él le decía “¿sabes qué? Yo quiero estar contigo, yo te quiero pagar más”. Un estudio sobre la situación del trabajo remunerado del hogar en Ecuador realizado por Care demuestra que el caso de Nelly no era aislado, sino que, por el contrario, muchas niñas y adolescentes mujeres fueron violadas, insultadas y golpeadas por sus empleadores. A su patrono, Nelly le decía que no, que no la moleste, lloraba repitiéndole que no. Pero a él no le importó: Nelly nunca dijo nada a su familia.

Lenny Quiroz, la secretaria general de la Unión de Trabajadoras Remuneradas del Hogar  dice que ha escuchado muchos casos de abusos físicos, psicológicos y sexuales a sus compañeras. Habla de Laura: “Empezó desde los 9 años a trabajar en casa, yo vine a saber que ella había sido abusada sexualmente y estaba yendo al psicólogo para recuperarse, a una chica los empleadores le quemaban con el cigarrillo, no le daban de comer, estuvo internada en una clínica”, dice Quiroz. “Esas historias le impactan a una y le llegan al corazón”.

Muchas de las mujeres que trabajaron desde niñas, se esfuerzan para que la historia no se repita con sus hijas, como Nelly.  El estudio de Care recoge el testimonio de una mujer: “No quisiera que se haga empleada porque se sufre, se quedan solas en la casa”. Muchas mujeres ahorran lo que ganan para sacar a sus hijas de ese cadena generacional de trabajo doméstico. Aunque muchas otras no pueden hacerlo, según Zambrano, y el ciclo se repite. La Unión de Trabajadoras Remuneradas del Hogar las acompaña en estos procesos de sanación por los abusos del pasado. Además, las acompañan con asesoría legal, emocional. También buscan darle valor al trabajo doméstico, por eso se autodenominan como Trabajadoras Remuneradas del Hogar, un término reivindicativo para darse valor como personas.

Quiroz explica que si bien antes era muy común ver a niñas que iban del campo a la ciudad a trabajar, ahora ya no es tan frecuente. Dice que esto se debe a la regulación de edad mínima para el trabajo—15 años— establecida en el Código Orgánico de la Niñez y Adolescencia. Sin embargo, dice que muchas personas igual buscan formas de saltarse las leyes para seguir empleando a niñas. “La gente las trae como si fueran sobrinas, o las ahijadas, para evadir la ley. Entonces si va una autoridad a revisar, como la niña es una familiar más no pueden hacer nada”. Dice que el patrón se repite: la niña cocina, limpia, lava, arregla a cambio del estudio y de la comida —y a veces ni eso. Lo, para Quiroz, es que a veces son niñas cuidando a otras niñas que sí estudian, sí juegan y no tienen que trabajar.

A pesar de que hay una legislación que prohíbe el trabajo infantil y existe más control del Estado sobre los derechos laborales, el tema de las niñas sigue al margen. Existe un mínimo de edad para el trabajo de menores de edad, pero Zambrano —de Care— explica que esto no quiere decir que no ocurra en la clandestinidad, en el abuso y el irrespeto. “Hay total invisibilidad. Solo puedes saber si ingresas al hogar y puedes hacer la constatación de que hay una niña trabajando”. Aunque ya no sea tan común que envían a niñas del campo a la ciudad para trabajar “puertas adentro”, las niñas siguen trabajando: “Las estadísticas no te revelan eso pero sí las historias de las compañeras que te dicen que tienen sobrinas, compañeras que ingresan cuando son muy chiquitas como una alternativa de sustento o independencia si es que viven mucha violencia en su hogar”. Como no existen cifras oficiales sobre el trabajo doméstico infantil, es casi imposible saber si es que realmente ha disminuido o no.

Que una niña trabaje tiene un costo demasiado alto para ella. Por un lado está no tener educación, no poder perseguir una carrera profesional distinta al trabajo doméstico. Y por otro están las cicatrices que deja ser vista como alguien que solo sirve para un trabajo por ser mujer, y que, por hacer ese trabajo, la denigren, la maltraten, la abusen. Hacer que una niña trabaje es minar su camino al futuro y dejarla estancada en el de los estereotipos. Es, sobre todo, negarse a entender que ninguna niña sueña con lavar tus platos.


Este reportaje es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de
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