Cuando la atleta sudafricana Caster Semenya obtuvo la mejor marca en los 800 metros femeninos del Campeonato Mundial de Atletismo en Berlín del 2009, sus contrincantes la acusaron de ser hombre: batió su propio récord por 8 segundos, algo impresionante, aún para los estándares del deporte de  élite. Ante las acusaciones, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés) le pidió un examen de verificación de sexo. Los resultados revelaron que Semenya tenía niveles de testosterona tres veces más altos que los de sus adversarias, no tenía ovarios ni utero y tenía testículos internos. La IAAF le permitió conservar su medalla y el premio, pero entró en discusión si es que mujeres como Semenya deberían competir en la categoría femenina.

24 años antes, durante los World University Games en Japón  en 1985, la vallista española María José Martínez fue acusada de ser un hombre que se hacía pasar por mujer para competir en la categoría femenina. Le hicieron un examen cromosómico y se descubrió que tenía cromosomas XY —o sea, los de un hombre—, aunque ella tenía senos, ovarios y vagina. El equipo olímpico español la expulsó, le retiraron todos sus títulos, su novio la dejó, y le quitaron su beca de deportes. Tres años después, volvió a competir cuando probó que su cuerpo no usaba la testosterona que producía.

Si la biología, como repiten incesantemente ciertos grupos provida del mundo, define a través de la configuración cromosomática si somos hombres o mujeres —sin dar espacio a ninguna otra posibilidad—, ¿cómo se explicarían los casos de Martínez y Semenya? Ambas, de apariencia totalmente femenina, ¿eran hombres en realidad? La respuesta es mucho más compleja porque contempla la existencia —científicamente demostrada— de un espectro que define la configuración del género que excede las explicaciones simplistas.

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El argumento de que la biología y la ciencia determinan qué es un hombre y qué es una mujer ha sido utilizado con frecuencia por los grupos provida y profamilia o quienes rechazan la llamada ‘ideología de género’.

El experto en neuromarketing ecuatoriano Eduardo Reinoso —recomendado por la fundación profamilia y provida Familia y Futuro como fuente— lo ve así. Justifica su postura citando a la anatomía. Según los estudios que dice haber hecho, existe un cerebro masculino y otro femenino que dan características puntuales a cada sexo como que la mujer “tiene mucha más habilidad verbal. Un hombre promedio habla entre 5 mil y 10 mil palabras al día. Una mujer termina hablando entre 15 mil y 21 mil palabras. Mucho más que el hombre porque su fluidez verbal así lo permite”. Dice, además, que las mujeres son más detallistas, que los hombres solo se pueden enfocar en una cosa y no son polifuncionales porque en un principio eran cazadores.

Al darle ejemplos de cómo este no es el caso —como que yo soy una mujer muy callada y que mi novio habla mucho—, dijo que el entorno en el que nos crían también afecta cómo somos pero que  “ningún condicionamiento puede irse en contra de la naturaleza porque cuando se va en contra del flujo de la naturaleza lo único que puede ocurrir es que salgas herido”. Según explica, la cultura debería llevarnos a expresar nuestra naturaleza que serían, afirma Reinoso, solo dos: ser hombre o mujer.

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Pero la biología es más complicada que esa simple binariedad.

Existen dos momentos cruciales al momento de definir el sexo biológico de una persona: la determinación y la diferenciación. El primero se refiere al momento de la concepción, cuando el espermatozoide carga el cromosoma Y o X y se encuentra con el cromosoma X del óvulo. Lo más común es que si es XY sea masculino, y si es XX sea femenino.

Pero la determinación no termina ahí. Si el  gen región de determinación sexual —el que define el desarrollo de las características sexuales— del cromosoma Y (SRY, por sus siglas en inglés) es positivo, entonces continúa siendo masculino pero si es negativo es femenino. El gen SRY es  el que ordena a las proto gónadas del cigoto que desarrolle testículos para producir testosterona y que los genitales masculinos se desarrollen.

“Si todo te sale bien, y eres XY o XX serás hombre o mujer respectivamente”, explica César Paz y Miño, genetista de la Universidad Tecnológica Equinoccial. A lo que se refiere con bien es que todo salga de la forma común o típica en que se determina el sexo de una persona. O sea, si eres XY el gen SRY es positivo y se produce testosterona para tener genitales masculinos.

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Pero el proceso es mucho más complejo que eso. Según Paz y Miño, hay varios pasos biológicos genéticos entre la determinación —la concepción— y la diferenciación sexual —ser masculino o femenino. “La ciencia está tan confundida porque tiene tantos pasos que no se sabe de dónde vienen”, explica Paz y Miño. “Entonces podría decirse que sí existe un vacío biológico para el tema de manejar hombre o mujer”.  Es aquí cuando la ciencia también se sale de la binariedad de sexos tan marcada.

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El sexo es determinado por cinco factores biológicos: cromosomas, genes, hormonas, el desarrollo de los órganos sexuales externos e internos y las características secundarias del sexo —como los senos o el vello facial.

Cada uno puede intervenir de distintas maneras en esa diferenciación. Por ejemplo, una persona puede ser XY, tener el gen SRY positivo pero no tener receptores de información hormonal. Al no producir testosterona ni recibirla, vuelve a lo que el doctor Paz y Miño define como el plan primario de la naturaleza: el cromosoma X o sea, ser mujer.

Este es el caso de la atleta María José Martínez Patiño quien tiene cromosomas XY pero sus células no asimilan los andrógenos —las hormonas responsables de desarrollar las características masculinas— y por eso su cuerpo desarrolló todas las características femeninas. Es por estos factores que fijarse  solo en los cromosomas XX y XY o la apariencia física de una persona para determinar su sexo no es suficiente. Aunque muchos digan lo contrario.

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En septiembre del 2017 la revista Scientific American publicó un especial que muestra cómo lo que nos determina como hombres o mujeres va más allá de dos cromosomas. Según la publicación, determinar el sexo biológico de una persona es complejo porque involucra la anatomía y una danza de cromosomas y genes que se desarrollan con el tiempo.

La publicación explica que definirnos ‘niño’ y ‘niña’ cuando nacemos es  difícil porque la realidad puede ser más ambigua —como la de las personas intersexuales, que nacen con  una combinación de características masculinas y femeninas cromosómicas o anatómicas. Es una complejidad de tal magnitud que resulta compleja de ilustrar.

género ciencia

Infografía publicada en Scientific American. Crédito de Pitch Interactive y Amanda Montañez, investigación por Amanda Hobbs, revisión de experto por Amy Wisniewski del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Oklahoma

El gráfico de Amanda Montañez muestra a la izquierda los factores que determinan el sexo —los cromosomas, genes, hormonas, órganos sexuales internos y externos, y las características sexuales secundarias— y a la derecha qué puede ocurrir en ese proceso de diferenciación sexual. Por ejemplo, ilustra el camino de alguien con cromosomas XX —de mujer— pero con gen SRY positivo —o sea que desarrollará órganos sexuales masculinos. Esta persona  puede tener un desorden de desarrollo sexual, teniendo testículos pequeños y, por lo tanto, bajos niveles de testosterona e infertilidad. Y así, con distintas formas en que puede variar el camino hacia la diferenciación sexual.

La edición de Scientific American también habla sobre el cerebro femenino al que aludía el doctor Reinoso, y cuenta el intenso debate que existe sobre su existencia. Cita las investigaciones lideradas por Daphna Joel, una neurocientífica de la Universidad de Tel Aviv, que revelarían que, de hecho, el cerebro humano tiene un mosaico de características femeninas y masculinas. En su estudio realizado en 2015  a 1.400 cerebros, encontró que solo el 2.4% tiene características completamente masculinas y completamente femeninas. El resto tenía una mezcla.

Al mencionarle este dato a Reinoso, dijo que él ha estudiado los cerebros humanos por más de 20 años y que le es “raro que alguien que es científico no logre encontrar 126 artículos que demuestran las diferencias” entre el cerebro masculino y femenino. Citó una publicación de la Universidad de Cambridge que habla de estas diferencias. Uno de los autores del estudio, John Suckling dijo: “es importante notar que solo investigamos las diferencias de sexo en la estructura del cerebro, por lo que no podemos inferir nada sobre cómo esto se relaciona al comportamiento o al funcionamiento del cerebro”.

En cuanto al resto de la investigación de Joel, sobre la que habla el reportaje de Scientific American, dijo que le parecía dudosa, y que hay que saber discernir cuáles son los estudios que valen la pena: “Cuando ya ve uno que el artículo científico no lo logra sustentar, y no podemos replicar lo encontrado entonces estamos hablando de teorías y de ideologías, no de ciencia”.

Pero Scientific American está muy lejos de ser poco seria o dudosa. Su primera edición fue publicada en 1845 por el inventor Rufus M. Porter, y es la publicación mensual más antigua de los Estados Unidos.

Científicos como Albert Einstein, la nobel Rita Levi-Montalcini, el biólogo molecular Francis Crick , y más de 150 premios Nobel han contribuido con artículos para la revista. Además, Scientific American ha ganado múltiples premios entre los que están el premio nacional a la excelencia y el reconocimiento a sus publicaciones por ser la mejor escritura en ciencia y naturaleza de Estados Unidos.

Los artículos que salen en la revista son textos que ya se han publicado previamente en journals u otras bibliografías técnicas y que han sido revisada por pares. Tal es la rigurosidad de la publicación, que no deja de mencionar las críticas que ha recibido el trabajo de Joel. “Su trabajo es ideología disfrazada de ciencia”, dijo el neurobiólogo Larry Cahill, de la Universidad de California Irvine, llegando a decir que los métodos estadísticos de Joel estaban amañados para favorecer su hipótesis. Margaret M. McCarthy, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, fue más cauta en su crítica: “Hay una variación dentro de los individuos, como ella demuestra hermosamente, pero eso no significa que no hay regiones del cerebro que, en promedio, van a ser diferentes en hombres que en mujeres”.

Citada por Scientific American, Joel concuerda que la genética, las hormonas y el ambiente crean diferencias de sexo en el cerebro. Incluso, concuerda que, con la información suficiente sobre características de un cerebro se pueda decir, con un alto nivel de certeza, si un cerebro pertenece a un hombre o una mujer. Pero lo que no se puede hacer, dice, es ver a un hombre y una mujer y predecir “la topografía y panorama molecular del cerebro de ese individuo, o su personalidad, solo porque uno sabe el sexo de la persona”.

La bióloga Anne Fausto-Sterling, profesora emérita de biología y desarrollo de género en la Universidad de Brown, le dijo a Scientific American que hablar de diferencias promedio —que marcarían un cerebro masculino y otro feminino— es engañoso. “El cerebro no es una entidad uniforme que se comporta como algo masculino o algo femenino, y no se comporta de la misma manera en todos los contextos. Daphna [Joel] está tratando de llegar a las complejidades de qué hacen los cerebros y cómo funcionan”.

La discusión sobre la naturaleza del cerebro humano, y la potencial existencia o no de un cerebro masculino o femenino, y cómo ello podría condicionarnos, está en pleno apogeo. Los múltiples y más recientes estudios tienden a favorecer la teoría del mosaico, aunque hay investigadores que lo matizan, pero la sola existencia de esta contraposición entre científicos demuestra que las diferenciaciones simplistas y los argumentos reduccionistas no deberían tener lugar ya en el debate público.

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Aunque lo más frecuente en nuestra especie es que haya hombres y mujeres identificados con el género masculino y femenino, hay múltiples formas en que puede variar. Una mujer que descubre a los 40 años que tiene cromosomas XY no deja de ser mujer.

Cómo definimos qué significa ser mujer u hombre  no es un camino biológico con solo dos vías. Los casos de Semenya y Martínez lo demuestran. Le pasó, también, a un hombre que, cuando tenía 44 años, fue a ver a un médico porque le dolía el estómago y tenía sangre en la orina. Le descubrieron útero y ovarios, la sangre era su menstruación. A una mujer de 94 años le encontraron células XY y un grupo de cirujanos descubrió que un hombre de 70 años, padre de 4 hijos, tenía un útero.

¿Podría alguien negar a estos hombres que son, en efecto, hombres? ¿Quién podría decirle a la señora que vivió casi un siglo como mujer que, en realidad, no lo es?

Asignar calificaciones binarias a la compleja construcción de la identidad de género  es ignorar que hay un abanico amplísimo de posibilidades que van más allá de la genitalia, o los cromosomas. La ciencia ha ido revelando que es una cuestión mucho más compleja, mostrando que intentar parear dos cromosomas con una identidad de género sujeta a múltiples posibilidades es querer, por convicciones que nada tienen que ver con la ciencia, que el sexo sea muy sencillo: X+X es femenino, X+Y es masculino.

“Venus o Marte, rosa o celeste. A medida que la ciencia ve más cerca, sin embargo, queda claro que un par de cromosomas no siempre es suficiente para distinguir niño o niña —no desde el punto de vista del sexo (rasgos biológicos) o de género (la identidad social)”. Los argumentos sobre las diferencias biológicas innatas entre los sexos han vivido demasiado tiempo, según los editores de Scientific American: “Han persistido mucho más allá del momento en que debieron ser sepultados”.