La psicóloga chilena Susana Alvarado es especialista en terapia reparatoria para niños víctimas de maltrato y de abuso sexual. En los últimos años ha trabajado de cerca con personas que hace décadas fueron víctimas de este tipo de violencia sexual por parte de sacerdotes. Pocos días después de publicar en esta revista una investigación que reveló una decena de casos de abusos sexuales por parte de un cura en Guayaquil, conversamos con Alvarado sobre la dimensión psicológica de este tipo de abusos: por qué la sociedad no les cree a las víctimas, cómo el abusador logra que el afectado calle, cuáles son las alertas que como sociedad deberíamos detectar para evitar estos casos y cómo debería ser el proceso de reparación para las víctimas.
Hace dos semanas en GK publicamos una investigación sobre un sacerdote que habría abusado sexualmente a una decena de adolescentes. En la mayoría de casos, el cura había sido su guía espiritual. En este contexto, ¿cuáles son las secuelas que un abuso deja en las víctimas?
En su reportaje efectivamente lo que uno ve es que hay abuso sexual pero en la base de eso probablemente, está el abuso de poder y en este caso particularmente algo que se denomina abuso de conciencia. Esto es someter al otro en función de la creencia de una religión y del poder que te da ser su acompañante espiritual.
Probablemente el daño aumenta en ese sentido. Aunque es súper difícil hablar de abusos más graves o menos graves (porque cualquier tipo de abuso es grave) acá se dan una serie de variables que lo complejizan: lo prolongado en el tiempo, el nivel de poder que llevaba el agresor, el tema de estar ligado a una idea casi de sacrificio (que entendí yo, era una idea de sacrificarse para obtener un beneficio de Dios), la instalación del secreto y el hecho que, al menos en el caso de uno, no le creyeron en un primer momento.
Las áreas que se afectan cuando hay abuso sexual son múltiples. La más evidente tiene que ver con el desarrollo de la sexualidad, no entendido como orientación sexual o identidad sexual, sino con la posibilidad de experimentar la sexualidad como algo sano, normal, placentero. La gran mayoría de las víctimas reportan que su sexualidad se ve alterada, hablan de que lo ven como algo pecaminoso —si está ligado a lo religioso— o incluso se sienten culpables de sentir placer.
¿Qué otra alteración sufren las víctimas?
Si pensamos en el abuso sexual y particularmente en los casos que ustedes describen —que eran bien potentes no solo en el ámbito sexual sino en el físico por la agresividad a la que eran sometidos— ocurre que dejan de ser poseedores del cuerpo. La relación con el propio cuerpo se ve alterada. En general, se da un fenómeno que los psicólogos llamamos disociación, que es un mecanismo de defensa que usamos todos. Es como desconectar. Si yo estoy enfrentando una situación muy dolorosa y tengo que preparar una clase por ejemplo, no puedo llegar llorando a la clase, tengo que desconectarme de mi emoción para poder funcionar. En las víctimas de violencia sexual ese mecanismo de defensa que usamos ocasionalmente, en general está masificado. Es casi el único mecanismo de defensa porque para sobrevivir a experiencias tan dolorosas piensan “lo único que me queda hacer es desconectarme de mí mismo y particularmente desconectarme de mi propio cuerpo”. Por eso es muy probable que nos encontremos con víctimas que tienen dificultades para reconocer sus propias sensaciones, para reconocer el dolor.
Parte de la dinámica del abuso sexual es que el agresor convence a la víctima, por decirlo en palabras simples, de que lo que él percibe no es correcto y que quien percibe lo correcto es quien agrede. Entonces “esto que yo hago y a ti te molesta, es cariño” o “esto que hago y a ti te molesta es para ofrecerlo a Dios”. Entonces ahí las víctimas comienzan a desconfiar de sí mismos y a perder mucho poder y eso les dificulta su actuar en el mundo en diversas cosas. Ellos necesitan confiar en ellos mismos y no solo se trata de confiar en términos de lo que se conoce como autoestima sino de confiar en lo que ven y lo que sienten. En el caso de las víctimas es como si no pudieran creer en lo que ellos perciben.
Otro aspecto que suele alterarse en las víctimas de abuso sexual (sobre todo cuando se da una relación de confianza, como lo que ustedes investigaron) es que se altera muchísimo la capacidad de confiar en otros. Ahí ocurre hacia dos lados: nos encontramos con víctimas que desconfían de todo el mundo entonces son incapaces de construir relaciones de confianza, terminan muy solos en la vida, o nos encontramos con víctimas que confían en todo el mundo y no tienen la capacidad de discriminar quién es confiable y quién no. Ellos terminan entrando en relaciones donde repiten patrones de abuso, de violencia y en donde son traicionados muy fácilmente. Lo que sucede es que como no pueden confiar en su propio cuerpo, como están desconectados, las alertas que normalmente se nos prenden a todos seres humanos cuando otro nos traspasa un límite, muchas veces a ellos no se les prenden. Entonces no se dan cuenta que otro está traspasando el límite porque hay una alteración en ese sentido.
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¿Cómo se explica desde la psicología que incluso la gente más cercana a las víctimas no les creen cuando les cuentan de un abuso?
Normalmente lo que se encuentra en cualquier caso de abuso sexual es que a las víctimas no les creen. Y tiene que ver con un fenómeno muy propio de los seres humanos: el abuso sexual es tan inconcebible que tendemos a creer que no es posible, que no es parte de nuestra realidad.
Por ejemplo, por muchos años se habló de que el abuso sexual sólo ocurría en sectores de pobreza. Y eso no es verdad sino que es transversal a todos los niveles socioeconómicos. Por un lado está la imposibilidad de creer que esto es parte de mi realidad, por otro lado la gran mayoría de casos de se dan por personas que son de la confianza no solo de la víctima sino de su entorno.
Generalmente cuando los psicólogos describimos el proceso que hacen los agresores para el abuso suena súper sistematizado porque ellos lo hacen en automático. Pero no parten abusando inmediatamente sino que primero se ganan la confianza de las familias y del niño. Parten con una relación que parece sana, primero con transgresiones muy suaves. De hecho en el reportaje de ustedes se describía muy bien: la dinámica del pecado tenía un camino, no partía con lo más violento, era progresivo.
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¿Qué suele pasar cuando una víctima cuenta lo que le ha pasado?
Cuando la víctima habla, dice algo terrible que no queremos creer porque pensamos “no puede ser parte de mi realidad”, (el abusador es) una persona en la que confiamos mucho y además, generalmente, las víctimas ya están debilitadas de alguna forma. Cuando son niños, socialmente les creemos menos. Si son adultos, pensamos que son adultos que al haber sido abusados han construido una estructura de personalidad, una forma de funcionamiento en el mundo y muchas veces los hacen menos creíbles. Los relatos suelen ser débiles porque como se produce esta disociación, el recuerdo no es tan exacto. A veces se contradicen, hay fallas de memoria, te dicen que fue a los cinco años y después que no, o sino lo cuentan una vez y a la vez siguiente no es igual. Tendemos a creer que un relato verdadero es siempre igual y eso no es verdad, porque nadie tiene la memoria así de privilegiada y estática. Los relatos que son exactamente iguales y que no varían más bien deberían levantarnos sospechas. Pero como no queremos que esto sea verdad lo vamos a descalificar.
Por otra parte cuando una víctima cuenta es un terremoto, es una bomba atómica tirada a su núcleo familiar, a la iglesia en la que participa, a su entorno y frente al terremoto lo que queremos hacer los seres humanos es volver al equilibrio, volver a la homeostasis que llamamos los psicólogos. Así empezamos, quizás no tan directamente, a presionar a la víctima para que se desdiga. Entonces lo que suele ocurrir es que las víctimas se retractan y cuando lo hacen, eso se lo creemos enseguida. No les creímos cuando dijeron que les había pasado el abuso, pero cuando dicen “no mira en realidad me equivoqué” eso lo creemos en dos segundos porque es lo que necesitamos para volver a nuestro equilibrio y seguir funcionando como si nada pasara.
La verdad es súper lógico no creer, es terrible. En general tenemos muy poca información socialmente, las personas no están preparadas para que esto sea parte de la cotidianidad. En Chile, por ejemplo, con todos los casos que hemos tenido últimamente ya como que uno ve que está socialmente más instalado. En Ecuador hasta donde yo sé no han tenido tantos casos.
En Ecuador hay quienes no comprenden totalmente qué es el abuso sexual. Después de la publicación, hubo quienes no identificaron a la dinámica del pecado como tal.
Todos estos relatos que ustedes recogen, si bien tienen muchos elementos de violencia y claro está la discusión si esto es tortura o abuso, son los dos delitos. No conozco la tipificación ecuatoriana pero efectivamente es abuso porque todas las víctimas relatan que después de terminada la dinámica y antes de desamarrarlos el sacerdote iba al baño. Uno podría pensar que iba al baño a masturbarse. Todas las víctimas relatan este rozamiento de la barba y obviamente lo hablan desde el dolor, pero uno podría pensar que también hay un grado de excitación sexual por parte del sacerdote y probablemente si uno indaga más finamente en los relatos, se podría distinguir otras variables de excitación sexual de él. Es un abuso de poder que tiene como objetivo la gratificación sexual del agresor. Esa es una de las variables del agresor sexual.
Una vez que el abuso termina, ¿qué pasa con la víctima?
Va a depender mucho de lo que pase en su contexto y en su entorno y de qué posibilidad de acceso tenga a psicoterapia. Hay víctimas que después de que se detiene el abuso no lo develan sino hasta muchos años después y esto sigue manteniéndose en secreto y por tanto no reciben ayuda de ningún tipo. Ahora en Chile, un caso que está muy mediático es el de los Maristas en donde hay víctimas que están contando treinta años después de ocurrido los episodios de abuso. Y las víctimas dicen “viví cuarenta años en un infierno”. Claro, dejaron de ser abusados pero el daño sigue funcionando, incrementándose y el dolor sigue así.
Si bien hay víctimas que son muy resilientes y pueden salir adelante por sus propios recursos ese no es el contexto ideal. Si la víctima habló va a depender qué pase en cuanto a credibilidad y reparación. No es solo una reparación psicológica sino también social y legal. Es una reparación que implica que como sociedad podamos decir “esto no debe ocurrir nunca” y que lo hablemos, y que haya también memoria histórica. Eso es lo único que posibilita que no siga ocurriendo. A veces tendemos a decir “bueno mejor no hablemos porque genera más dolor” y la verdad es que las víctimas necesitan que se hable y se reconozca.
¿Cómo se podría explicar ese largo tiempo que tardan las víctimas en hablar?
Es una de las variables del abuso sexual. Esta dinámica tiene algo que Barudy, que es uno de los autores más clásicos de abuso sexual, describe como la ley del silencio. Una de las cosas que hace el agresor con la víctima es instalar que esto no es algo que se pueda hablar y lo instala no necesariamente con amenaza física, que sería la que uno más fácilmente podía pensar “si lo cuentas te mato”, sino con una amenaza muy velada. En los casos que ustedes publicaron, este sacerdote les decía que si ellos contaban el sacrificio no iba a ser válido, como que aquello por lo que habían ofrecido esta dinámica no iba a llegar a Dios. Si yo me someto a eso es porque necesito mucho alcanzar esto otro, por tanto voy a guardar silencio, además me lo está diciendo alguien que tiene poder y en quien yo creo.
Las víctimas suelen sentirse muy culpables por haber aceptado participar, porque en la mayoría de los casos de abuso no nos encontramos con agresores que le ponen una pistola en la cabeza. Eso ocurre, pero es el menor porcentaje de los casos. Son agresores que seducen, que convencen y que hacen creer que la víctima está participando libremente, entonces las víctimas se sienten culpables y se sienten avergonzadas y los agresores se encargan de remarcar eso. Muchas veces en los casos de abuso sexual uno se encuentra que los mandan a confesarse después del abuso y les dicen “tú me hiciste pecar”. Eso en Chile lo hemos visto en el caso de Karadima, en el caso de los Maristas. Entonces si me tengo que confesar evidentemente el pecador soy yo, cómo voy a hablar de esto si ese hombre pecó por mi culpa.
Y además les dicen algo que como sociedad les confirmamos “si tú hablas no te van a creer” porque efectivamente cuando hacen algún intento de hablar o lo insinúan, normalmente no les creen. Y es algo muy difícil y doloroso de contar. Yo trabajo con víctimas cotidianamente y a las que han sufrido abuso les duele aunque lo estén hablando muchos años después. Cuando lo hablan, generalmente las primeras veces lo reviven, es volver a pasar por ahí, evidentemente es algo que toma mucho tiempo hablar. Es cierto que como sociedad les decimos “por qué no hablaste antes, por qué no lo contaste antes” y eso es una nueva victimización porque es poner la responsabilidad en quien no la tenía. Las víctimas no son responsables, no es su deber hablarlo, es deber del agresor no haber actuado, no haber agredido y es responsabilidad, de los que se denominan terceros (que somos todos los que de alguna forma podemos mirar todo esto) de no haber sospechado o no haber protegido.
¿Cuál es el rol que juega el entorno, no solo el inmediato sino también la sociedad en general sobre el abuso? ¿Qué ayuda a que este contexto sea posible y que hace que sea tan difícil para las víctimas denunciar?
Creer que esto no pasa y que es un tema tabú es lo que facilita que ocurra el abuso. Las estructuras de poder muy rígidas, sociedades muy machistas, muy patriarcales o donde los niños no tengan derecho a voz también lo facilitan. El tema de la obediencia ciega que esperamos que tengan los niños (“lo haces y lo haces porque yo soy tu mamá”) no funciona porque cuando les enseñamos eso es muy fácil que después obedezcan a cualquier adulto. También fallamos en cómo entendemos confiar en otro. En general entendemos confiar como confiar ciegamente, muchas veces se propone incluso desde la psicología dinámicas como que te vendan los ojos y otro te lleva, y la verdad es que confiar no es eso. Hay un concepto de confianza lúcida y tiene que ver con: “ok yo confío en ti, pero confío viéndote, a partir de la diferencia, confío a partir de aquello que me permite saber que tú eres confiable”. A los niños no les enseñamos eso porque los adultos tampoco lo sabemos entonces nos tiramos al vacío y no vemos las señales de alerta.
Por otra parte eso mismo les pasa a los adultos, confían ciegamente en estas personas que tienen poder. Debemos aprender a reconocer las señales. Hay víctimas adultas que dicen “yo me di cuenta de que esto que me había pasado era abuso cuando escuché el relato de otra víctima en un programa” porque como no formamos, no prevenimos, las víctimas no saben qué es adecuado y desde allí no tienen cómo develar, no tienen cómo contarlo y tampoco les enseñamos a los adultos en qué fijarse, a estar atentos para ver si a su hijo, sobrino o primo le está pasando algo que debería preocuparnos.
Todos estos factores hacen que realmente sea muy complejo, y los niños terminan quedando muy solos y nosotros como sociedad en lugar de protegerlos, generamos casi un caldo de cultivo para que se den estos abusos.
¿Hay ciertas características para que una persona sea más vulnerable al abuso?
Sí, hay personas que son más vulnerables y, en general, los agresores son súper hábiles en descubrirlos, yo creo que ellos no es que tengan un listado en la caja, pero tienen la sensibilidad, casi un radar para saber a quién agredir. A mí me ha tocado saber que al menos dos sacerdotes con los que yo estuve relacionada en algún momento de mi vida han sido denunciados por abuso después y claro a mí no me pasó nada, porque probablemente yo tengo muy pocas características de vulnerabilidad.
En general son niños más introvertidos o muy desordenados, por decirlo de alguna forma, que por lo tanto tienen muy poca credibilidad de los adultos. O son muy tímidos, casi no hablan y están medio aislados a nivel social. O son muy extrovertidos pero son como los chicos malos por decirlo de alguna forma, por lo tanto lo que digan no va a ser creíble. Niños con baja autoestima, con bajos recursos emocionales, que no tienen la capacidad de leer las alertas, con poca red social, con familias que no están disponibles por diversas razones o que no pueden estar disponibles, que pasan mucho tiempo solos. Ahí hay algo que hacen muy bien los agresores y es ir aislándolos, les van quitando su red social y ellos se van convirtiendo en la mayor red. Mientras más aislados mayor posibilidad de ser abusados tienen.
Son niños con carencias afectivas de diversos tipos que buscan afecto en los agresores, con poca capacidad de reconocer a los agresores, con poca capacidad de reconocer sus emociones. Son extremadamente obedientes que no saben reconocer sus propios límites. No sé cómo es en Ecuador, pero en Chile hasta hoy lamentablemente es común saludar a todos de beso en la mejilla y a los niños se los obliga a saludar así a pesar de que no quieran, eso lo único que enseña es a transgredir mi propio límite. Yo cuando era chica me acuerdo que tenía un tío que tenía una barba y me cargaba y la barba picaba. Mi madre fue lo suficientemente atinada como para no obligarme. Pero a la gran mayoría de niños sí los obligan. Entonces se va instalando el que tengo que traspasar mis límites para complacer a los adultos y eso los va volviendo más vulnerables.
Ahí se explica un poco mensajes que hemos recibido, por ejemplo, a través de redes sociales de quienes comentan “Pero yo estuve muy cerca del sacerdote Intriago y a mí no me pasó nada. ¿Cómo así a ellos sí y a mí no?”.
Claro, absolutamente. Los agresores son muy hábiles en saber a quiénes sí y a quiénes no porque hacen un tanteo. Si a la primera que es muy sutil el niño rápidamente se retira no van a seguir probando. Pero si no pasa, entonces no lo va a detectar como abuso y ahí sí va a seguir intentando. Los agresores no abusan de todas las personas con las que tienen contacto. Yo hice la primera comunión con el Tato, un sacerdote que abusó de muchas niñas en Chile y uno de los pocos que ha estado preso porque dejó embarazada a una y había prueba de ADN. Era muy fácil que fuera preso. Pero yo hice la primera comunión con él a los 10 años y no tengo ningún recuerdo de que él haya traspasado algún límite.
Yo vengo de una familia en la que nunca me obligaron a traspasar mis límites, donde fácilmente podía notar incomodidad si es que alguién se está pasando de algo que yo no quiero, tengo unos papás bien puestos, soy muy poco vulnerable. Pero no sé si alguna de mis compañeras de esa época, porque yo me cambié de colegio, pasó por eso y nunca nos enteramos.
¿Cuáles serían las alertas para los padres de niños y adolescentes a la hora de detectar un abuso?
Algo que es bien complejo en el abuso es que no existen (algo que en la psicología llamamos) indicadores patognomónicos. No hay un indicador exclusivo salvo las lesiones físicas que no están en todos los casos. Por lo tanto lo que hay que mirar es un conjunto de signos o de cambios que por sí solos no es posible decir “a este niño lo están abusando”.
Yo siempre digo, cuando doy capacitaciones en colegios o con otros profesionales, que si se me empiezan a presentar varios del conjunto yo al menos debiese tener como una de las hipótesis que a este niño lo pueden estar abusando. Qué debo mirar: conductas sexualizadas poco esperadas para la edad, los niños tienen interés en la sexualidad como jugar al papá y a la mamá, pero no juegan al papá y a la mamá imitando un acto sexual. Entonces si tenemos niños muy pequeños haciendo eso nos debiese levantar una alerta.
En adolescentes lo podemos identificar cuando hay promiscuidad. También en los adolescentes algo que vemos mucho son los trastornos alimentarios, adolescentes —hombre, mujer— que desarrollan anorexia o bulimia, porque como el cuerpo se ve atacado, empieza a cambiar. Las autolesiones, no sé si en Ecuador pasa mucho, pero en Chile se ve mucho que niñas se hacen estos cortes superficiales, que no son intentos de suicidio sino más bien descargas angustiosas. La correlación entre abuso sexual e intentos de suicidio es súper alta.
En niños más pequeños la enuresis, que es hacerse pipí, o la encopresis, que es defecar en los pantalones, luego de haber logrado el control de esfínteres, es llamativo. También niños que empiezan a presentar trastornos del sueño, que tienen muchas pesadillas o que les cuesta mucho dormir y claro tu dices esto puede ser cualquier cosa, sí, pero también puede ser abuso.
¿Y las alertas para el resto de la sociedad?
Lo otro de lo que hay que estar alerta es la dinámica. Por ejemplo, en el caso que ustedes describen que a uno le debió haber levantado alerta: chicos que iban tan de noche a la casa del cura. Eso es raro, porque no es una relación, es imposible una relación de amistad entre un adolescente de 15 años y hombre de 30 o 40 años. No hay amistad ahí, la amistad es entre pares y ahí no hay pares. Yo puedo ser amiga de un cura porque es un adulto y yo soy adulta, pero yo no podría ser amiga de un chico de 15 años. Puedo tener una buena relación, puedo ser cercana, pero no soy amiga y por tanto no debiese estar a solas en la noche, hasta tan tarde en un lugar. Probablemente si uno sigue los discursos de este sacerdote hay discursos dichos que a uno le empiezan a levantar una alerta, probablemente es muy vertical en el ejercicio del poder, es muy culpabilizador, es muy bueno para sancionar y juzgar. Esas cosas a uno le debiesen generar una alerta de que algo raro pasa aquí y de que quizás no hay abuso, pero sí abuso de conciencia.
Una vez que han pasado por este tipo de eventos, ¿qué es lo que viene después? ¿Cómo es el acompañamiento para que puedan procesarlo?
Son procesos de psicoterapia en general, las víctimas necesitan poder acceder a psicoterapia y muchas veces tener apoyo psiquiátrico porque hay una serie de sintomatologías, como el trastorno de estrés postraumático, que requieren fármacos para poder pasar por él de buena forma, porque o si no los montos de angustia son demasiado elevados. Una de las consecuencias del abuso es también este estado de hiperalerta, como si uno siempre estuviera pesquisando riesgos y vivir así es agotador y eso la psicoterapia lo trabaja. Pero nos demoramos montones en que eso baje y los fármacos también ayudan mucho. Normalmente deberían tener acceso a ambos tratamientos para tener un mejor resultado.
Ahora los procesos de psicoterapia, mientras más prolongado sea el abuso, más sistemático, es decir mientras más repetido sea, más largos van a ser estos procesos. En general duran años, no solo meses, y son procesos dolorosos donde no solo van a necesitar el apoyo del psicoterapeuta sino también el apoyo de su familia. Y en ese sentido general son procesos donde uno debiese poder incorporar a la familia no para que vayan a todas las sesiones pero sí para que entiendan lo que les está pasando, entiendan la sintomatología y sepan cómo acompañar.
¿Qué pasa cuando el abusador está en la misma familia? O en este caso algo tan cercano como el párroco de la iglesia con el que los chicos se confesaban.
Complejiza mucho más el tratamiento. Uno de los requisitos para el proceso es que el abuso esté detenido, no haya contacto con el agresor, a no ser que uno tenga casos muy excepcionales donde uno tiene un agresor que reconoció de verdad, se arrepintió y accede a tratamiento. En la gran mayoría de casos siempre hay un momento en el que se necesita la interrupción del contacto. Hay un autor que habla que lo que hacen los agresores es establecer una especie de hechizo, casi como generar un estado de trance y este no se puede romper si no hay un corte en el contacto con el agresor.
Quizá en casos como este que han sido abusados varios chicos, ya se han agrupado varios de ellos. Incluso sé que hubo una reunión en la que estuvieron otras personas abusadas por un sacerdote en otra ciudad y han hecho como un grupo.
¿Qué tanto puede ayudarles estos grupos? ¿No resulta contraproducente?
Ayuda, de hecho es lo que ha pasado en todas las partes del mundo. Si tú revisas los casos en Boston, donde fue primera explosión de abusos de la iglesia, se creó una agrupación, en Inglaterra hay otra, en Chile hay otra y es un movimiento lógico y ayuda. Ayuda básicamente porque algo que hacen muy bien los agresores es hacerle creer a la víctima que son los únicos, que esto no le pasa a nadie más y que son los únicos porque ellos tienen algo que hace que esto ocurra, entonces cuando aparecen más, forman un grupo. Y este grupo se convierte en un soporte emocional muy potente que los dota de una identidad que no es tan de víctima.
En Chile por ejemplo la Fundación para la Confianza ha acuñado el concepto de supervivientes. Ellos no hablan de abuso sexual, hablan de supervivientes y tienen razón porque muchas de las víctimas de abuso sexual se matan, se suicidan. Entonces el haber logrado sobrevivir ya es un logro muy grande y te da una identidad muy distinta a la de soy el único, estoy solo y te permite ver que hay varios y que acá el problema no eres tú. Entonces, en general las agrupaciones ayudan porque les permite construir un entorno no solo en la victimización de ellos sino un trabajo social. La gran mayoría de estas agrupaciones lo que han hecho es trabajar en función de la prevención, en apoyar a otras víctimas y eso te da un sentido distinto a tu sufrimiento. Ahora, diría yo, no reemplazan a la psicoterapia, son complementarios.
Y quizá en esta misma línea, ¿cómo pueden las víctimas recuperar el control de sus vidas? ¿Cómo salir de ese espectro del que fueron víctimas?
Primero sí o sí reconocerse como víctima, una víctima que no se reconoce como tal difícilmente puede dar el paso siguiente y en general la terapia al comienzo se enfoca en eso. En la medida que yo me reconozco como víctima y voy depositando la culpa en el agresor y voy pudiendo, por ejemplo, disminuir este mecanismo de defensa de disociación y voy pudiendo reconectarme con mi cuerpo, con mis emociones, recuperar recuerdos, muchas veces voy recuperando el control sobre mi propia vida. Pero es un proceso largo que se da en la psicoterapia y en el que apoya pertenecer a estas fundaciones.
¿Puede sanar una víctima de abuso sexual?
Sí, puede sanar. Bueno yo no hablaría de sanar, porque sanar es como si fuera una enfermedad. En general lo que se dice es que una víctima de abuso sexual puede superar el trauma, puede rearmar una vida que no esté definida por el trauma. Yo les digo a los niños “es como cuando te caes, luego te queda una cicatriz”, lo que hace la psicoterapia es que ya no te duela, pero vas a tener la cicatriz ahí siempre y vas a saber por qué te la hiciste.