Han pasado casi 24 años desde que se lanzó Netscape, el primer navegador de internet, pero recién en 2018 hemos empezado a entender y ver cómo Internet está transformando el mundo, el país, y a nosotros mismos como individuos. Específicamente, está cambiando la manera en que el poder se distribuye en una sociedad, y el Ecuador no es una excepción —las noticias diarias sobre abuso y acoso sexual, corrupción, e innovación tecnológica tienen un mismo eje: el rediseño de la distribución del poder.

Para entenderlo, primero hay que comprender qué es el poder.  Michel Foucault dijo en La Historia de La Sexualidad que no era “una institución ni una estructura, o cierta fuerza con la que están investidas determinadas personas; es el nombre dado a una compleja relación estratégica en una sociedad dada”. Según el filósofo francés, el poder en el sentido substantivo no existe. “La idea de que hay algo situado en —o emanado de— un punto dado, y que ese algo es un «poder», me parece que se basa en un análisis equivocado,  escribió en el libro publicado por primera vez en 1984, “En realidad el poder significa relaciones, una red más o menos organizada, jerarquizada, coordinada”.

Ahora nos enteramos casi a diario de hombres que usan su poder para explotar sexualmente a otros, y queda claro que la definición de Foucault es apropiada y oportuna: el poder se expresa a través de instituciones influyentes capaces de usar coerción para imponer su voluntad. El mejor ejemplo es la sexualidad: ningún poder en una sociedad es tan crudo como el poder de someter a alguien en contra de su voluntad para el placer propio.

Durante años, los casos de violencia sexual contra niños y mujeres se escondían y se sostenían gracias al poder incuestionable de ciertas instituciones: la iglesia, el ámbito laboral, la familia —todos apoyados por el patriarcado que colocaba a hombres en posiciones de autoridad desde donde se gestionaba la impunidad de esos mismos hombres.

Mientras el poder sea respetado, la capacidad de reclamar contra su abuso es limitada. Excomulgar al abusado de la iglesia, despedir a alguien de su trabajo, poner en riesgo la solidez de la familia son amenazas constantes que permiten que ciertos abusos —sobre todo sexuales— se perpetúan.

Al intentar ser escuchado, el abusado toma el riesgo de su revictimización. El poder utiliza la violencia y la amenaza de violencia para limitar el acceso a la verdad: su revelación no solo amenaza a los abusadores, sino que también pone en entredicho la legitimidad de las instituciones que otorgan autoridad.

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En Ecuador tenemos un caso curioso que demuestra cómo el internet ha debilitado las instituciones de poder que, tradicionalmente, otorgan esa autoridad: el vocero de la Arquidiócesis de Guayaquil, César Piechestein, usa Twitter para tratar de recuperar el control social (que antes ejercía la Iglesia) sobre la sexualidad.

Sin intento de ironía, el autoproclamado Cura de Todos y Church Community Manager, usa la plataforma digital para generar odio hacia las personas que divergen de las manifestaciones de la sexualidad eclesiásticamente aprobadas. En una encuesta reciente, el embajador de la Iglesia preguntó a sus seguidores si ¿el adulterio, la pedofilia, y la homosexualidad son condiciones con las que se nace?

Tratando de generar una equivalencia moral entre la homosexualidad (una orientación) y el adulterio (el abuso de confianza de un matrimonio) y la pedofilia (el abuso sexual de menores), Piechestein demuestra el poder disminuido de la iglesia: enfrentado con un movimiento que impulsa un fuerte progreso social hacia el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTI, un vocero de la institución más influyente en la historia del país depende de Twitter para difundir su condena.

¿Por qué?

Porque la nueva generación no va a la iglesia a someterse a la autoridad del púlpito. El sacerdote Piechestein es un tuitero más, apoyado por algunos, condenado por muchos e ignorado por la mayoría. La marcha profamilia a la que convocó en 2017 demuestra una verdad innegable: como en los casos de las marchas famosas de la historia, como Ghandi en la India o Martin Luther King en Estados Unidos, la gente se marcha cuando siente que su voz no es escuchada por la gente que ocupa los puestos de poder estatal. En otras palabras, se marcha cuando no tienes poder para imponer tu voluntad.

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A nivel mundial, las historias que surgen de movimientos como #MeToo son posibles hoy y solamente hoy porque tenemos un nuevo mecanismo para organizarnos: el Internet. Previo a su uso ubicuo, los hombres poderosos dependían de una herramienta adicional a la amenaza y la violencia para asegurar su impunidad: la soledad.

La soledad de la víctima de abuso disuade su denuncia, sobre todo en el caso de mujeres. Como también identificó Foucault, la “histeria” de la mujer fue categorizada como una condición médica que justifica cualquier manifestación de inconformidad como un fallo psicológico fácil de descartar.

La perpetuación de la idea de la mujer histérica brinda al hombre el beneficio de la duda en cualquier caso de abuso que carece de testigos. Por eso Donald Trump puede denunciar las múltiples mujeres que le acusan de acoso sexual, y amenazar con juicios a pesar de haber admitido sus acciones en una grabación difundida en Internet. La soledad que facilita la impunidad desaparece cuando las víctimas pueden encontrarse, organizarse y difundir sus historias fuera del alcance de las organizaciones poderosas del día.

Cada denuncia genera más denuncias. Así llegamos a vivir un movimiento mundial que obliga a los abusadores a repensar sus acciones. Al quitar la cobija de la soledad, creamos un nuevo contexto en que el silencio de las víctimas es más difícil de mantener.

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Hablo de sexualidad porque es el mejor ejemplo de un intento de control social a través del poder institucional que se va debilitando en la época del internet, pero la reconfiguración de la distribución de poder no se limita a temas sexuales.

Los escándalos diarios de corrupción que recibimos en Ecuador son posibles porque vivimos en una época en que es cada vez más difícil esconder información. De la misma manera en que los Panamá Papers provocaron reacción en cadena que desembocó en la encarcelación del exvicepresidente de la República, el internet destapa verdades que luego son difíciles que volver a guardar. Por ejemplo, hace un año el entonces presidente Rafael Correa insistió en la inocencia de su ex ministro de Electricidad Alecksey Mosquera por haber recibido un supuesto soborno. La semana pasada el exministro se declaró culpable y pidió disculpas. A pesar de haber ejercido un poder casi completo de las instituciones del Estado durante diez años, ni el control absoluto de Rafael Correa fue suficiente para contrarrestar la velocidad del intercambio de información o para desmentir su contenido.  

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Y aunque el tema merece un artículo entero a aparte, la existencia de Bitcoin da pistas de cómo el futuro digital nos abre la posibilidad de buscar alternativas a poderosas instituciones tradicionales. Desde que Napoleón intentó controlar la hiperinflación a través de una autoridad monetaria en 1800, el banco central ha existido como la única autoridad capaz de emitir monedas reconocidas como válidas para el comercio.

Bitcoin, una moneda emitida por un algoritmo que sólo existe como una base de datos digital y que fue creado por una persona anónima, sigue acumulando legitimidad como un mecanismo de intercambio de valor. A pesar de los mejores esfuerzos de gobiernos como el chino y el coreano de limitar el uso de Bitcoin, la moneda digital gana cada vez más aceptación.

La consecuencias son enormes: poder evitar por completo la autoridad del banco central es el sueño de muchos venezolanos y zimbabuenses, y es una realidad cada vez más factible. El éxito de Bitcoin nos permite soñar en otras poderosas instituciones que, aprovechando de la misma tecnología base de Bitcoin (Blockchain), podremos reemplazar o, por lo menos, debilitar.

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Podemos decir con certeza que la redistribución de poder en una sociedad causará cambios aún más profundos porque lo hemos visto pasar antes.

Como documenta The Economist, la disponibilidad de la imprenta en 1517 permitió a Martín Lutero volverse el autor del primer contenido viral con su tesis crítico de los abusos de la iglesia (plus ça change). Su tesis instigó la Reforma protestante que terminó en la ruptura de la iglesia Católica, la institución más poderosa en la historia hasta ese momento, creando las condiciones para el período de la Iluminación, el cambio del mapa de Europa, entre otras.

No podemos decir con certeza cómo se va a ver el mundo que estamos creando. Pero, sin dudas, podemos decir que las personas que se benefician de la distribución desigual del poder no van a soltar sin dar la pelea. En efecto, los troles, la desinformación, la censura, son intentos organizados por grupos (Alianza País, Rusia) que pueden perder mucho si democratizamos el acceso al poder.

No obstante, la tendencia es ir hacia un mundo con menos impunidad, menos corrupción, y más libertad. No porque vamos hacia una tecnoutopía, sino porque la divulgación de la verdad cambiará nuestra conciencia colectiva. Y eso cambiará las relaciones entre nosotros. Como dijo Foucault, el poder no es nada más ni nada menos que la organización de nuestras relaciones.

A pesar de todo, el internet nos está acercando. Trump, Piechestein, Weinstein, Glas, representan el comienzo del fin de una batalla en que el lado que va ganando recién se da cuenta de cuán poderosa es el arma que tiene en sus manos.