Muchos dibujos animados son, desde hace años, para adultos. Todo empezó con la sátira de Matt Groening en Los Simpsons. 29 años después, algunos de los mejores programas de TV son animaciones. Rick and Morty es uno de ellos. El programa lanzado en 2013 por Dan Harmon y Justin Roiland puede ya ser considerado un clásico de culto: Rick, el hombre más inteligente del universo, inventa un aparato que le permite viajar por todas las dimensiones imaginables. También es alcohólico, cascarrabias y sucio. Morty, su nieto, busca su aprobación, a pesar de que entiende que su abuelo piensa que los apegos emocionales son una pérdida de tiempo. Juntos recorren el infinito, teletransportándose entre mundos desconocidos e incomprensibles pero al alcance del genio de Rick. Es un caos —o una multiplicidad de realidades— en la que todo es posible y nada importa. Excepto cuando toman la decisión de darle importancia, más allá de todo, a la existencia, la muerte y al amor.

Es un show lúgubre, psicodélico por momentos, escatológico con frecuencia. Una de las dimensiones está conformada por traseros enormes como montañas que producen el gas del mundo de la superficie. Otra dimensión está poblada por asientos vivientes que consumen teléfonos. No hay una lógica o explicación de ciencia ficción que las sostengan. Simplemente son.

En el caos de la serie, la violencia es una realidad tan cruda como cotidiana y cómica. Después de que Morty le pide a Rick una pócima para enamorar a Jessica, la chica que le gusta, una plaga convierte a todos en monstruos mutantes que acaban por devorar y destruir la civilización. Con su mundo destruido, Rick busca una dimensión con condiciones exactamente iguales pero en la que los  “Rick y Morty” de esa dimensión murieran en el momento adecuado para reemplazarlos. En esta realidad, toda línea del tiempo se repite infinitas veces, pero con variaciones mínimas. Rick encuentra una línea del tiempo (o dimensión) en la que sus dobles explotan por accidente. Los Rick y Morty “originales” entonces toman su lugar y entierran sus otras versiones en el patio. Toman el lugar de sus “copias”. Algunos episodios después, cuando la hermana de Morty se entera que fue concebida por accidente, para consolarla Morty le cuenta que en el jardín está su cadáver: el cadáver del Morty de la dimensión de ella. “Nadie existe con propósito, nadie pertenece en ningún lugar, todos vamos a morir”, le dice a ella. “Ven a ver TV”. Es la frase que contiene el tono y la extraña moraleja del programa.

Rick —a quienes muchos personajes describen como una especie de Dios— describe al amor “como una función de familiaridad en relación al tiempo”.  Para él todo es una función descifrable, calculable y predecible. Ni siquiera él es especial. Su personaje es uno de infinitos Ricks de varias dimensiones que —por su poder para viajar entre dimensiones— se juntaron para formar una nación de Ricks. Se institucionalizan y, según el Rick original, al dejar su rebeldía se vuelven “menos Ricks que él”.  Menos Ricks pero Ricks infinitamente, repetidos de todas maneras.  

Con infinitas versiones de cada personaje, en el gran espectro de la cosas, la muerte se vuelve irrelevante. El amor incondicional también. Rick no es nadie; Morty no es nadie, nosotros no somos nadie.

¿Y qué?

Es un nihilismo nuevo para la TV. Harmon y Roiland renuncian casi por completo a la resolución narrativa en sus episodios y los arcos narrativos para sus personajes. Aunque estos crecen y se desarrollan, su desenlace rara vez deja en claro el propósito o el sentido de sus cambios. El gran conflicto “amoroso” de la serie es la relación entre Jerry y Beth, los padres de Morty, cuya relación revierte las tensiones clásicas de amor en la TV: la expectativa no es la de si se juntan o no, sino la de si finalmente deciden divorciarse. Mientras el mundo es devorado por los mutantes que buscan a Morty, Jerry le pregunta a Beth si ella lo amaba, ella le responde con otra pregunta:

— ¿Quieres que los indigentes tengan hogar?

— Sí, responde Jerry.

— ¿Vas a construir tú sus hogares?

Beth, mientras escribe ocupada en la computadora entonces dice que el amor es ‘trabajo’. Tu ‘sí’ no sirve de nada sino hay trabajo detrás. “Como construir un refugio para indigentes, nadie quiere negarse a hacerlo, pero algunas personas hacen el esfuerzo”, dice. “Y amarte es trabajo.”

Este concepto del amor es, quizás, lo único fijo y seguro en un mundo donde todo, literalmente todo, puede ocurrir y donde, por lo tanto, nada es trascendental o absoluto.

No se sostiene ni siquiera nuestra credulidad como audiencia.  Los personajes con frecuencia se dirigen al público, hacen referencia al episodio o la temporada del show. En el especial de Cable Interdimensional —sobre una TV con canales de cable de otras dimensiones— las voces de los actores de doblaje se ríen y cometen errores que suenan a bloopers, como si estuvieran improvisando chistes y las animaciones fueran adaptadas a la improvisación. En un episodio en el que la premisa parece llevarlos a meterse al videojuego Minecraft, Rick aclara que el programa South Park ya lo hizo. “Qué rápidos son”, exclama Morty. “No, es que nosotros somos lentos”, responde Rick.

Nada importa. Tampoco la coherencia interna del programa. “No lo pienses mucho” repite Rick cuando un día aparece convertido en un pepino hablante. “Lo hice simplemente porque puedo hacerlo”, dice. Al transformarse en Pickle Rick, buscaba evadir una sesión de terapia grupal con su familia. Pero después de una aventura en la alcantarilla y de derrotar —como pepino mutante— a  la mafia rusa, Rick, el pepino, termina sentado con ellos. La terapeuta, entonces, le dice que su inteligencia es tan liberadora como destructiva. “Lo cierto sobre sobre mantener, reparar y limpiar es que no son aventuras, no hay formas de hacerlas tan mal como para que te maten”, explica. “Son trabajo y algunas personas están más dispuestas que otras a trabajar.”

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El nihilismo, el sinsentido son la realidad de la serie. Pero dentro de este sinsentido —la ausencia de Dios o de una narrativa consistente que abarque todo el mundo creado— quedan las decisiones y el trabajo de sus personajes. Para el filósofo Friedrich Nietzsche, el nihilismo —como la inteligencia de Rick y la estructura del show— puede significar tanto destrucción como empoderamiento. Es una óptica del mundo por lo que es: aleatorio, irracional y caótico. El nihilismo nietzscheano desmiente la realidad. Pero el filósofo hace una distinción importante entre lo que llama el nihilismo activo y el nihilismo pasivo.

Cuando es activo, el nihilismo es como un martillo que rompe el sentido artificial, las mentiras —como la religión, la ideología e incluso el amor romántico— que rodean nuestras experiencias. Puede, así, ser el principio de creación de nuevos valores que se centren en la decisión y la autonomía del ser ante el caos. No hay sentido sin que lo creemos.

El nihilismo pasivo, por el contrario, es la resignación. Para Nietzsche, reconocer las falsedades que constituyen nuestra realidad no sirve de nada si eso significa el fin o la desaparición de la agencia y voluntad individual.

En Rick and Morty el suicidio es un tema al acecho mientras sus protagonistas enfrentan  su insignificancia ante el caos y ante los berrinches de sus creadores. Pero sobrevive la esperanza del nihilismo activo. Morty ama a su abuelo a pesar de que no sabe con certeza si su amor es correspondido. Decide acompañarlo, estar con él, confrontarlo cuando es necesario. Luego, cuando su hermana no aguanta la idea de ser ‘un accidente’, él le cuenta sobre su cadáver no para desesperanzarla sino para invitarla a relajarse y ver TV. Beth reconoce que tiene tendencias crueles y apáticas, que Rick asegura son normales entre gente inteligente. Entonces decide cambiar y trabajar en su vida familiar, como si dijera “chulla vida”.

Para el periodista Sam Thielman, la serie de Harmon y Roiland tiene un atractivo especial para los millenials porque su propuesta humorística apela tanto a la irreverencia y el absurdo como a la nostalgia. Es para Thielman una mezcla muy nueva entre la brutalidad y la ternura. En un episodio sobre un virus interdimensional que afecta la memoria, Beth dispara por accidente al señor Poopyhead (señor Cabeza de Popó). El, una cápsula amarilla viviente, queda herido y profundamente decepcionado por la desconfianza de Beth. Al igual que el señor Poopyhead, la mayoría de criaturas de la serie tienen formas, voces y orígenes entre grotescos e infantiles, pero no dejan de ser personajes tan complejos como los protagonistas humanos. En Rick y Morty la caricatura se vuelve seria y trágica sin dejar de ser caricatura. Un personaje llamado Señor Jellybean (el señor Gomita) es un ser redondo con voz jovial y amigable que finalmente intenta violar a Morty. “Los dilemmas de la serie son hilarantes y absurdos”, explica Thielman. “Pero la desesperación de sus personajes es real”. Es un programa que corresponde a la experiencia de los millenials que por un lado tienen acceso sin precedente a conocimiento y a entretenimiento, pero que a la vez enfrentan un futuro económico dramáticamente más difícil que el de generaciones anteriores.

El universo nos devora, desnuda y abandona. El hombre más inteligente, aunque pueda explorarlo sin límites, tampoco logra escapar de la naturaleza, y sucumbe ante la autodestrucción. Su nieto lo sigue de todas maneras. Decide ser leal, porque eso es lo único que les queda: la posibilidad del cuidado, el trabajo y la decisión de valorar la existencia propia y del otro. Contra el caos nos quedan nuestras decisiones. En tiempos de posverdades, calentamiento global y aplicaciones como tinder e instagram,“amar es trabajar”: es la sorpresiva y extraña moraleja de este programa del caos.