En un juicio que ha durado más dos semanas, los días terminaron por parecerse entre sí: llegaban los procesados, se iba llenando la sala de audiencias, se instalaban en sus puestos los acusadores, se permitía el ingreso de camarógrafos y fotógrafos para que hagan tomas, los jueces aparecían, se sentaban, los camarógrafos y fotógrafos tenían que salir, los jueces recordaban la prohibición de usar celulares o grabar la audiencia y la declaraban instalada. La misma coreografía monótona repetida a diario. Pero cada uno de los 14 días que duró el proceso que ha terminado con la sentencia de seis años de cárcel para Jorge Glas, vicepresidente del Ecuador, tuvo algún momento decisivo, particular, tragicómico.

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Jorge Glas es el personaje central de esta historia judicial: es el vicepresidente del país, apenas posesionado hace seis meses, no ha renunciado a su cargo pero no tiene ninguna función, ni posibilidad de ejercerla: está en la cárcel desde el 2 de octubre. Su hermano, Heriberto, lo acompaña todos los días desde la primera fila de la sala de audiencias. Es discreto, siempre va con terno, sin corbata y con los primeros botones superiores de la camisa abiertos. Siempre lo acompaña una mujer de unos cincuenta años, el pelo negro recogido en un moño está salpicado de canas.

Es el domingo 26 de noviembre de 2017, seis de la tarde. La audiencia lleva tres días. Hay dos periodistas cubriéndola, y en la sala de prensa improvisada hay tres cámaras. Muy poca concurrencia para lo habitual. Hay algunos familiares de otros procesados. El ambiente parece más relajado: sin la presión de los lentes que todo lo capturan, todos parecen olvidar que se trata del juicio más importante de las últimas dos décadas, y da la sensación de que estamos ante la ejecución de un mero trámite burocrático. La señora del moño, la que siempre va con Heriberto Glas, está sentada unas cuantas filas tras de él. Abre su cartera, saca un cortauñas y empieza a cortarse las uñas de la mano izquierda. Clic. Clic. Clic. 

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Jorge Glas no tiene la mejor de las relaciones con los periodistas. No le gusta que lo cuestionen, ni que le pregunten, ni que le insistan. Pero en el primer día de juicio, el viernes 24 de noviembre, Glas habla ante un enjambre de reporteros. Que es inocente, dice, que se someterá a la justicia, que ese juicio debería ser transmitido por los medios, que deberían poder grabar al interior. Su propio partido, Alianza País, aprobó en diciembre de 2013, el Código Orgánico Integral Penal, COIP, que prohíbe expresamente la grabación de las audiencias.

Glas llega escoltado por agentes del Grupo de Intervención y Rescate de la Policía. Custodiado, no esposado. Viste un traje azul oscuro, una camisa blanca y una corbata celeste. Se ve como si fuese cualquier día de los más de diez años en que estuvo en el poder, como funcionario, ministro, vicepresidente. Pero Jorge Glas llega de la Cárcel 4 de Quito, de una de las celdas donde ha dormido desde el 2 de octubre. La vestimenta de los otros acusados —como su tío Ricardo Rivera, el exfuncionario de la Secretaría del Agua Carlos Villamarín,  y el exgerente de Petroecuador Ramiro Carrillo— sí anuncia de dónde vienen: camisetas y pantalones anaranjados.

Juicio Glas

Los acusados vestidos de anaranjado, el primer día de audiencia. Fotografía de Maria Sol Borja para GK.

La diferencia de atuendo genera suspicacias, pero el Ministerio de Justicia explicaría luego que es solo una cuestión logística: para ir con su propia ropa, un pariente o amigo debe llevar las prendas a los detenidos. Si no, tienen que vestir el uniforme.

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La relación entre el Fiscal Carlos Baca Mancheno y el abogado de Glas es la de dos duelistas verbales. Franco Loor le habla al Fiscal General del Estado:

—Yo lo voy a denunciar.

—Presenten las denuncias que quieran, y otros presenten las disculpas al país por lo que hicieron.

— Ojalá no haya cometido un delito, aquí hay muchas sospechas contra el señor Fiscal.

El primer día,  la audiencia empieza veinticinco minutos después de las nueve de la mañana. Glas está sentado en el centro de una mesa que da la cara al tribunal, presidido por el juez Edgar Flores y completado por los jueces Sylvia Sánchez y Richard Villagómez. Franco Loor pide la palabra e insiste en la recusación —que dejen de conocer la causa— de dos de los tres jueces que presentó el primer día de la audiencia.

Audiencia Glas Culpable 14 Dic

La sala, antes de que comenzara el día en que se anunció la sentencia. Fotografía de Maria Sol Borja para GK.

El tribunal dice que no ha recibido el pedido . Ahora Franco Loor quiere regresar a ese pedido, y exige que el tribunal resuelva su solicitud. El fiscal Baca Mancheno le dice a los jueces que la defensa de Glas pretende dilatar el juicio. Histriónico como será durante todo el juicio —sobre todo cuando está la televisión— el abogado de Glas grita:

— Eso es mentira.

—Estamos en una audiencia procesal, no en un mercado, responde el Fiscal.

En el penúltimo día del juicio, Franco Loor le dice a Baca Mancheno.

—Vaya aprenda de Derecho penal.

Luego vuelve a poner en duda los conocimientos de Baca Mancheno, cuando éste dice que la comisión de los delitos que se desprendían de la asociación ilícita estaba implícita.

—Que el Fiscal diga eso es cuando se supone que sabe de Derecho penal, es increíble, dice Franco Loor con una risa burlesca.

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En los reportes de prensa, en las notas de televisión, Jorge Glas es el protagonista, pero dentro de la sala la función principal es de su abogado. Es el segundo día de audiencia y Luis Cuesta, el perito a cargo de extraer la información del pendrive que entregó el hombre de confianza de Ricardo Rivera, es interrogado por Franco Loor. Le pregunta si conoce los protocolos para hacer pericias. Cuesta responde que no. El Fiscal objeta pero Franco Loor no deja que el juez Flores resuelva el pedido y grita:

—¡Mentiroso! Esa información pericial es turbia. ¡Juez, meta preso al perito!

La paciencia de Flores se agota. Multa a Franco Loor con un quinto una remuneración básica más un salario básico diario (87 dólares con 50 centavos).

Al terminar un domingo de audiencia en que casi no hay nadie fuera de los legalmente obligados en el octavo piso de la Corte Nacional de Justicia, le pregunto a Eduardo Franco Loor, abogado de Jorge Glas, si puedo hacerle unas preguntas.

— Claro, claro.

Responde mientras revuelve unos papeles sobre la mesa en la que se sienta, cada día, junto a su defendido. Pasan unos minutos y sale. Entra a la sala de prensa, improvisada en el espacio contiguo a donde se desarrolla la audiencia, Franco Loor se frena en seco.

— Aquí no está la televisión, ¿con quién quiere que hable?

La ausencia lo molesta, pero decide hablar cuando ve que hay dos cámaras de televisión.

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Diego Vallejo es un exfuncionario de la Secretaría de Transparencia. Vallejo ha sido llamado a declarar en el juicio, y en su testimonio dice que investigó el viaje de Ricardo Rivera a China en 2010 —que habría hecho como delegado de su sobrino—  pero que por orden de Edwin Jarrín, entonces Secretario de Transparencia (y actual Vicepresidente del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social) abandonó la investigación.

Cuando tiene que interrogarlo, Franco Loor le dice constantemente señor Jarrín. Se equivoca tantas veces que el público comienza a reírse. Pero Franco está como en trance y quiere opinar sobre lo que dice Vallejo. La Procuraduría objeta: el defensor de Glas está hostigando al testigo. Franco Loor empieza a levantar la voz y esta vez el juez Flores lo corta en seco:

—No nos haga ningún show aquí.

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Alexis Mera, diez años secretario jurídico del gobierno de Rafael Correa, es el primer testigo en el cuarto día de la audiencia. Cuando entra a la sala se acerca solemne a Jorge Glas, sentado entre los procesados y le extiende la mano para saludarlo, como si se tratara de una reunión de ministros más. Mera es extremadamente cuidadoso con lo que dice en su testimonio. Su postura, el tono de su voz, la agilidad de sus respuestas muestran su experiencia.

—Los abogados estamos formados para no tener iniciativa. Yo hacía lo que el Presidente me pedía.

Dice al iniciar su declaración. Continúa:

—El ingeniero Glas, que en esa época aún no era ingeniero, estaba furioso e indignado con la actitud de Odebrecht.

Se refiere a los daños en la Hidroeléctrica San Francisco, construida por la empresa brasileña, y que Odebrecht se negaba a reparar.

El abogado de Jorge Glas le pregunta si es que tras el regreso de Odebrecht, San Francisco se reparó bien o mal. Mera, sagaz, responde:

—Eso es un asunto técnico que no puedo responder, no sería responsable de mi parte.

A la salida los medios de comunicación le ponen los lentes y los micrófonos delante. Desde el podio instalado para declaraciones, dice que no sabía de las reuniones entre José Santos, el delator de Odebrecht, y Jorge Glas, que el Poliducto Pascuales Cuenca (por el que, según la Fiscalía, se repartieron 5 millones de dólares en sobornos) siempre fue considerado por Rafael Correa como una obra innecesaria y que ellos confiaban en Jorge Glas. Al ser preguntado sobre si esa confianza se mantenía, sonriendo, dice:

—Yo ya estoy retirado de la política.

 Y se marcha.

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Ñaño’ dice una mujer de melena corta,  el tinte rubio desvanecido que muestra raíces y mechones oscuros, desde la tercera fila de la columna central de la sala de audiencias. Le habla a Carlos Villamarín, uno de los acusados. Su rostro se ha vuelto familiar: va todos los días a la audiencia, le lleva café y comida. Lo abraza. Este día, el cansancio le dibuja la cara: está ojerosa y pálida. Es 5 de diciembre, undécimo día del juicio y la víspera del feriado por las fiestas de fundación de Quito.

Audiencia Glas

La mesa de los acusadores y las pruebas que presentó la Fiscalía. Fotografía de Maria Sol Borja para GK.

La audiencia sucede en el octavo piso pero no está lo suficientemente por encima de la calle como para no escuchar la música de las chivas festivas que pasan por la avenida Amazonas, donde está la Corte Nacional de Justicia. A la mujer que habla con Villamarín nada parece inmutarle.

Su hermano presidió la Comisión Técnica del proyecto Daule-Vinces en el que se entregaron 6 millones de dólares en coimas, según la Fiscalía. Este es el día en que Villamarín va dar su testimonio. Cuando pasa al centro de la sala, puesto que le corresponde a los que declaran, ella se persigna. Luego junta las palmas de sus manos y se las lleva a los labios, como quien está a punto de  rezar.

— Es la prueba más dura que estoy pasando en mis 53 años de vida, empieza Villamarín.

La hermana llora en silencio. La esposa de Villamarín la consuela, la mano sobre el hombro. La hermana saca un rosario y empieza sus plegarias.

—Quiero hacer una apología al amor.

Dice Villamarín y menciona un versículo de la Biblia.

— Soy casado una sola vez, no tengo relaciones extramaritales, tengo solo dos hijas, no he necesitado más recursos que los que mi trabajo honesto me da.

Dice con la voz débil. La hermana se levanta de su silla con un movimiento brusco, y en el estrecho pasillo por el que los asistentes caminan para ir sentarse a izquierda o derecha, se arrodilla, pone las manos en oración, y reza.

Nadie parece notarlo.

La audiencia continúa, como si la mujer arrodillada fuese una escena común. Su hermano, de espaldas a ella, no se entera de lo que sucede mientras declara.

8

Al final de la jornada del lunes 4 de diciembre, el juez Flores toma una decisión: prohíbe a todos los asistentes a la audiencia —incluidos periodistas— entrar a la sala con teléfonos celulares. Unas horas antes, a las cuatro y cuarenta y cuatro de la tarde, el expresidente Rafael Correa había tuiteado un audio —grabado el día en que él fue a la corte a visitar a Glas disfrutando de los pequeños poderes que aún conserva—  en el que se escucha un intercambio durante la audiencia entre Glas y el perito Luis Hurtado. Según lo que se escucha, el perito afirma que no se podía garantizar la originalidad de la información almacenada en el pendrive que el ex hombre de confianza de Ricardo Rivera había entregado a la Policía y que la Fiscalía estaba usando como prueba en contra de Glas.

Desde entonces, en la sala de prensa, en el corredor, en la puerta de ingreso a la audiencia y al interior de la sala, cuelgan carteles que recuerdan el destierro de los celulares. El detector de metales ya no está en el pasillo frente a los ascensores, sino a la entrada a la sala de audiencia.

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Es el mediodía del martes 5 de diciembre de 2017 y la audiencia debe reinstalarse. Es el undécimo día de audiencia y han pasado los diez minutos que legalmente otorga el tribunal para que todas las partes —acusadores particulares, fiscales y procesados— se instalen. Pero faltan los cuatro representantes de la Procuraduría. Hay un barullo en la sala, propio de los minutos previos al inicio. Aníbal Quinde, el abogado defensor de Ricardo Rivera, se para y le pide al juez que declare el abandono de la Procuraduría  como acusador particular. El juez acepta: los abogados del Estado quedan fuera del proceso.

Cuando llegan ya es muy tarde. Por siete minutos, dirá después el Comunicado de la Procuraduría, el tribunal los dejó fuera. La explicación es que bajaron a traer una computadora que olvidaron en el auto. Sí, los cuatro bajaron juntos. Luego, la demora en el ascensor les habría retrasado. Magaly Ruiz, la abogada de la Procuraduría que ha intervenido durante el juicio, intenta explicarle al tribunal, pero no hay nada que hacer.

La decisión está tomada: en el juicio más importante de los últimos veinte años, la Silla de la Procuraduría ha quedado vacía.

10

Un perro pastor alemán es paseado por un policía por el octavo piso de la Corte Nacional de Justicia. Recorre olfateando rincones y esquinas para detectar explosivos. Es  el 14 de diciembre de 2017, último día del juicio a Jorge Glas y otras ocho por el delito de asociación ilícita. El tribunal anunciará su sentencia.

La seguridad se ha doblado. En la calle hay más policías, barreras para evitar que se enfrenten las manifestaciones a favor y en contra de quien fue el zar de los sectores estratégicos. Agentes uniformados se encargan de revisar minuciosamente a quienes ingresan al edificio. La pequeña sala de audiencia se ha unido a la que en estos días ha servido como sala de prensa improvisada, dejando un espacio de casi el doble para el público. Se ha autorizado, además, a los medios de comunicación a grabar el pronunciamiento de la corte.

Hay familiares y amigos de los procesados en el público.También hay simpatizantes de Jorge Glas. Cuando él entra a la sala, custodiado por la Policía, lo aplauden y lo vitorean. Una funcionaria de la Corte a la que le gusta mucho amenazar con desalojar a todo el mundo les ordena que guarden compostura —de lo contrario, los desalojará.

Llegan los jueces Edgar Flores, Sylvia Sánchez y Richard Villagómez. El público se pone de pie para que se instale la audiencia.

Flores empieza a leer el documento que contiene el futuro de los procesados. Su introducción habla sobre lo que significa la autoría, sobre el Código Penal anterior y el Código Integral Penal, vigente desde 2013 y sobre las penas. Eso hace prever lo que ocurrirá después: Jorge Glas, el vicepresidente reelecto hace ocho meses es declarado culpable como autor del delito de asociación ilícita.

Son sentenciados con la misma pena su tío Ricardo Rivera, el expresidente de Petroecuador Ramiro Carrillo, el exfuncionario de la Secretaría del Agua, Carlos Villamarín y Edgar Arias, accionista de Diacelec, proveedora de Odebrecht. A los tres primeros además, se les aplica agravantes pues el tribunal considera que el delito se cometió como medio para otros delitos como peculado, concusión, enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y delincuencia organizada. 

A los otros procesados —Gustavo Massuh, Kepler Verduga y José Terán— se les perdonó el 80% de la pena por el acuerdo de cooperación que suscribieron con la Fiscalía, Tendrán que pasar 14 meses en prisión. A Diego Cabrera, representante de una contratista de Petroecuador, se le declaró inocente y se ordenó su liberación inmediata. Además, todos los sentenciados deberán pagar una reparación de 33 millones de dólares al Estado ecuatoriano.

A medida que se anuncia la decisión de los jueces, los familiares de los procesados empiezan a llorar, hablar y hacer ruidos de desaprobación. Cuando el juez Flores da por terminada la audiencia un barullo inunda la sala. Algunos simpatizantes de Glas empiezan a gritar ‘Jueces vendidos’. Una mujer vestida con chompa negra y otra con un uniforme gris lloran y gritan:

—¡Qué injusticia, Glas es inocente!

Gritan también en contra del gobierno.

—¡Ese es el presidente que tenemos, pero nosotros te pusimos, nosotros te quitamos!

El Vicepresidente es sacado por una puerta contigua, alejada de los medios.

—¡Apelaré!

Glas sale escoltado por la seguridad de la Vicepresidencia, en un vehículo de la Vicepresidencia, como le corresponde a su cargo. Regresa a la Cárcel 4, en el norte de Quito.

Epílogo

Unas horas después, el presidente de la Asamblea Nacional anuncia que convocará al Consejo de Administración Legislativa para empezar los trámites del juicio político —antes bloqueado por la mayoría de Alianza País— para destituir a Jorge Glas, quien parece estar llegando al destino que la Historia le ha deparado.