Para muchos, la política reciente en el Ecuador se parece demasiado a House of Cards pero en realidad es una versión tropiandina de Kill Bill. Piénsenlo: un exaliado que se daba por muerto (o al menos, ningún peligro para nuestro Bill, ahora en su ático belga) reaparece y, solitario, combate a un ejército de cómplices hasta llegar a su antiguo mentor, supuesto victimario y hoy enemigo mortal. Solo falta que al célebre silbido tarantinesco alguien le haga una versión de electrocumbia andina y la película tendrá titular: la película de la misión de Lenín ‘Kiddo’ Moreno lleva por nombre un metafórico Kill Correa. Pero, ¿cuántos volúmenes puede tener la saga sin convertirse en un bodrio?

Para quienes insistieron que la pelea entre el actual y el expresidente era un tongo mediático diseñado para dar legitimidad al gobierno de Lenín Moreno, las escenas de Kill Correa develan otra realidad. Las constantes revelaciones de casos de corrupción atentan contra la mitología de la época ganada: Bill no es quien la leyenda dice.La trama es un círculo que ha tenido al Ecuador al borde de la silla: Correa menosprecia la corrupción en su gobierno, mostrando las obras que rotula de legendarias. Desde Bélgica, tuitea en contra de su sucesor, pero el combate no lo hace él, sino el ejército de sus fieles por conveniencia.

Lejos de la ficción, la verdad es que la leyenda correísta tambalea. Si los casos de corrupción no son suficientes, la aparente indiferencia institucional hacia casos de abuso sexual de menores en el sistema educativo en el gobierno pasado golpean con fuerza a la narrativa de una década exitosísima. Con Jorge Glas —el sucesor que habría preferido— en la cárcel y la mayoría de sus asambleístas anunciando su apoyo por el actual mandatario, Rafael Correa ya no cuenta con una base de apoyo institucional para la defensa de su leyenda. Con la implicación del Grupo Eljuri en la red de corrupción dirigida por Odebrecht, la maquinaria política que era Alianza País parece haber perdido su piedra angular financiera.

Desesperados por tener una plataforma con que combatir electoralmente a su antiguo protégé, los militantes leales a Rafael Correa fallaron en su intento de tomar las riendas del control de Alianza País. Ahora están contra las cuerdas, sin partido con el financiamiento garantizado que por ley otorga el Consejo Nacional Electoral. Lenín se acerca, y ya no parece ir solo: sus índices de aceptación demuestran que la mayoría del país aprueba su cruzada —son los espectadores que están con Kiddo. Los que dan la pelea por Correa en Ecuador, se complican: Gabriela Rivadeneira está en medio de una disputa de legalidad con su propio partido, y un asesor cercano está acusado de corrupción. Virgilio Hernández difícilmente trata de explicar por qué la muerte política como castigo por casos de corrupción es desproporcional. Ante la incapacidad de sus subordinados de derrotar a Moreno, Correa volvería al Ecuador el 24 de noviembre.

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Es difícil si no imposible determinar si la venganza que motiva Lenin Moreno es producto de una querella personal con Rafael Correa, o si es un intento por salvar la institucionalidad del país —o los dos. Capaz Lenín Moreno está preocupado por las tendencias autoritarias de su examigo: en sus últimos años como presidente, Rafael Correa adoptó la actitud L’état c’est moi, al punto de que abandonó la promesa de una revolución ciudadana cuando hizo cambios constitucionales a través de la Asamblea, aunque el consenso de constitucionalistas era que que debía convocarse al pueblo para que se pronunciase —una condición indispensable que, paradójicamente introdujo la propia Alianza País en 2008. Es paradójico también porque Correa y su partido llamaron a una consulta popular con dedicatoria personal (y ganó): la prohibición de participar en política de quienes tengan activos en paraísos fiscales. Era difícil no pensar que Guillermo Lasso (el candidato de la derecha ecuatoriana, que aparece en Panama Papers y Paradise Papers como dueño de compañías offshore) no era el objetivo de esa consulta. ¿Cómo puede ahora Correa presentarse como víctima de una venganza personal de Moreno?

La venganza de Moreno, para Correa, radica también en la decisión de permitir que los organismos de control investiguen la corrupción de la década pasada. Según la asambleísta leal a Rafael Correa, Marcela Aguinaga, la Contraloría lleva a cabo una persecución política. Lo que falta reconocer la es que ella y los otros perseguidos como Jorge Glas le dejaron al Contralor evidencia suficiente para que el contralor Pablo Celi sólo tuviese que jalar un hilo para que el manto con que se cubrían se desintegrase.

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¿Cómo llegó Moreno a dar un giro de 180 grados en una historia que parecía resuelta desde el inicio? Existen dos interpretaciones. O siempre fue un infiltrado de la derecha, y esperó 10 años para cumplir con su agenda (lo cual daría más bien para una película de Francis Ford Coppola), o entendió que había tantos casos de corrupción que no tenía más opción que dejar que todo se destape (y volverse héroe) o tratar de esconder sin éxito (y luego ser cómplice) —lo que parece más propio de la historia tarantinesca que vemos.  

La escena final del volumen 1 de Lenín Moreno se filmará frente a las urnas: la consulta popular convocada por el presidente determinará cómo será la secuela. Pero, la venganza no es una estrategia política para el largo plazo. La venganza obliga a mantener la mirada hacia atrás, y el país precisa mirar hacia adelante.

El diálogo convocado por Moreno con distintos actores de la política, el sector privado, y la sociedad civil sirvió para establecer un nuevo tono en la democracia ecuatoriana. Es una ruptura con el gobierno anterior que vio toda intervención política como una pelea a la muerte entre buenos y malos. No obstante, el diálogo representa un medio, y no un fin, y aquel diálogo debe desembocar en acciones concretas: saber hacia dónde vamos con la estrategia de reactivación económica, hasta qué punto podemos endeudarnos en mercados internacionales para mantener un gasto público poco sostenible, o cuál será el papel del Estado con ingresos petroleros limitados. La tarantinesca venganza de Lenín Moreno fue la narrativa principal de su primer volumen, pero no será suficiente para escribir una saga completa. Es necesario entender hacia dónde vamos y cómo vamos a llegar: nos urge una historia de éxito bajo un modelo económico, político, y social distinto.