Como era de esperarse, el desenlace electoral favoreció a Lenín Moreno, que tendrá la difícil tarea de ser presidente hasta el 2021 porque deberá trabajar en varios frentes al mismo tiempo. Él trajo a la campaña electoral grandes expectativas alrededor de la expansión de la política pública —incremento del bono, vivienda, universidades técnicas—, que deberá satisfacer en un momento de dificultades políticas y económicas. Por un lado, existe incertidumbre alrededor de los ingresos que tendrá el gobierno y cómo cubrirá su déficit, y por otro lado, la posibilidad de crear espacios de diálogo y negociación para gobernar son limitados dentro y fuera de Alianza País (AP). Moreno sabe que no puede dar por sentado el apoyo interno en su propio partido. La gran cuestión a la que se enfrenta es descifrar qué papel jugará AP en la gobernabilidad de los próximos años.

Hay diversos factores que han logrado aglutinar bajo un mismo paraguas a una organización tan diversa. Uno de ellos es que AP tuvo la suerte de ser gobierno durante una época de altos precios del petróleo. AP creció a medida que crecían el gobierno y el sector público en general. Los recursos con los que contó Rafael Correa durante su década en el poder no solo facilitaron el acomodo de intereses diversos en ministerios y secretarías, también crearon la posibilidad de hacer obras o de promover cambios (con buenos o malos resultados, ese es otro tema). Idear y ejecutar leyes, planes o programas gubernamentales en una época de bonanza económica cultivó una dirigencia y militancia convencidas de que ser gobierno siempre genera resultados, y que el partido es el vehículo para lograrlos. Por ello, tenía sentido pertenecer a un partido (gobierno) que generaba resultados, a pesar de que en su interior coexistían (coexisten) varias visiones sobre qué hacer.

Otro factor que aglutinó varios sectores dentro del mismo partido es el liderazgo de Rafael Correa, su capacidad para mediar y gobernar entre intereses y visiones distintas al interior de AP. Es más, AP se organizó de tal manera que entregó mucha capacidad de decisión a Correa, a cambio de que él sea el mecanismo de resolución de conflictos internos. Correa, en la práctica, concentró las decisiones del partido y del gobierno. Más allá de las estructuras que AP adoptó en el papel, Rafael Correa siempre participó de las decisiones importantes. Es más, a través del tiempo concentró poder de decisión: por ejemplo, fue cada vez más influyente en la agenda legislativa y en la selección de candidatos, dos áreas clave en la labor de un partido.

Este modelo de organización interna puede tener fecha de caducidad. Primero, porque a partir del 24 de mayo, Correa probablemente mantendrá su liderazgo e influencia dentro de AP, pero ya no será quien tome las decisiones en el gobierno. Segundo, porque la bonanza económica detrás del crecimiento organizacional y electoral de AP ya se fue: con menos ingresos fiscales se reducirá la capacidad de maniobra del Ejecutivo frente a intereses internos divergentes. ¿Cómo tratará AP diferencias internas? ¿Se señalarán traidores? ¿Operará su Comisión de Disciplina? ¿Se abrirán espacios de diálogo?

En un mundo ideal, AP tendría una organización que encauce sus dificultades, diferencias internas y nuevos desafíos. Tendría, además, una militancia vibrante y deliberativa que moldee el posicionamiento del movimiento en el gobierno, en la sociedad, y que dicte su estrategia política para lograr los cambios que se propone. Habrían instancias explícitas, previsibles, transparentes y legítimas en las que se tomen decisiones que agreguen los intereses de los militantes. Pero ese mundo ideal no existe: Correa concentra la toma de decisiones del movimiento, al menos por ahora.

A pesar de obtener la presidencia, o tal vez por consecuencia de ello, AP podría fracturarse o convertirse en un movimiento esquizoide. Las diferentes agendas políticas que cohabitan en AP tienen dificultades para combinarse más allá del interés de ganar una elección: de hecho, hasta hace pocas semanas pasó momentos difíciles para escoger su binomio. En el corto plazo, parece que gracias al triunfo de Moreno, un ala de AP, identificada con la izquierda, ganó oxígeno y buscará recuperar espacios de acción. Si bien esta ala puede traer mayor consistencia programática en una coyuntura económica difícil, y abrir cierto espacio de diálogo por fuera del partido, está alejada de los votos que marcaron la diferencia en las últimas elecciones y del sector empresarial. Mientras que, de otro lado, Moreno también gobernará con un sector más cercano al electorado actual de AP (que debería cuidar), más pragmático que programático, comunicacionalmente efectivo, que cuenta con espacios de poder y que busca aún más.

Para navegar las dificultades económicas y cubrir la expectativas creadas, Moreno necesita un sólido apoyo de su movimiento. Para lograrlo, Moreno deberá disputar el liderazgo de AP con Correa (o Glas), y si esto no fuera de por sí difícil, tendrá que aprender a manejarlo con menos recursos. Otra alternativa es terminar de construir una organización, ‘en disputa’ desde hace más de diez años, para apoyarse en la democracia interna. Claro que estas opciones traen costos, pero otras salidas ponen en riesgo su gobierno. ¿Qué hará Moreno casa adentro?