[dropcap]A[/dropcap]unque el ciclo electoral cambia, el discurso se repite y se adapta a nuevas condiciones: nos contamos las mismas historias con personajes distintos:

Tenemos que votar por este candidato para poner fin a diez años de corrupción. Tenemos que botar estas élites corruptas del poder, ya que sus años de desperdicio, despilfarro, robo, y mal gobierno merecen la sanción de cárcel. La única opción para darle vuelta a la tortilla es el otro candidato. En este momento no hay que criticar ni a él ni sus políticas, porque es la única opción. Cuestionarlo es estar en favor del continuismo.

Es un discurso que podría haber sido sacado lo mismo de la campaña de Rafael Correa de 2006 o de la de Guillermo Lasso de 2017. Una frase atribuida a León Tolstoi dice que “solo hay dos tramas en todas las obras de ficción: alguien se va de viaje o un extraño llega a la ciudad.” Podríamos decir que las elecciones en Ecuador siguen una lógica similar: un corrupto debe ser sacado del poder. Un salvador viene a cambiar todo.

En su libro Sapiens: A Brief History of Humankind, el autor israelí Yuval Noah Harari analiza cómo los homosapiens lograron ascender del medio al tope de la cadena alimenticia. Según él, hay dos factores que influyen en nuestra supremacía en el reino de los animales: el lenguaje y la ficción. Con el lenguaje —a diferencia de nuestros primos los neandertales— pudimos organizar cadenas de colaboración entre muchos individuos, creando las condiciones para que nuestras destrezas estratégicas superen nuestras deficiencias físicas comparado con otros animales salvajes. La creación y difusión de ficciones es lo que nos permite motivar acciones simultáneas entre miles de personas.
Es algo que solo hacemos los seres humanos: su ausencia mantiene estable el orden social en el reino animal. Como dice Harari, a las abejas nunca se les ha ocurrido matar a la abeja reina y crear un orden dominado por la abeja proletaria. Nuestros primos genéticos los chimpancés, mantienen la misma estructura social desde hace miles de años a pesar de su inteligencia demostrada, pero “no podrías convencer a un mono que te dé su banano con la promesa de recibir bananos ilimitados después de su muerte en el cielo de los monos” dice Harari para subrayar el punto. Que un soldado esté dispuesto a morir por su Patria es el producto de la creencia en una ficción llamada nacionalismo, ese cuento que nos dice que formamos parte de un colectivo único y muchas veces supremo. Que un joven esté dispuesto a ponerse un chaleco de explosivos, suicidarse y matar a docenas de personas inocentes a la vez, es producto de una ficción religiosa contada por uno e internalizada por otro. Con el ejercicio de un voto cada cuatro años, creamos la ficción de la representatividad: le entregamos al Estado el poder de tomar decisiones en nuestro nombre y hasta legitimamos violencia contra ciudadanos, porque todos creemos en una misma ficción de la autoridad del estado. Tenemos la ficción de una república en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, algo impensable para una pareja del mismo sexo que busca legalizar el contrato de su unión. Cada empresa intenta crear una ficción de “nosotros” los nobles y “ellos” la competencia que son los sacrílegos. La ficción es el poder detrás de todo poder. La ficción sostiene nuestro orden diario.

En las elecciones ecuatorianas es una ficción decir “gobierno corrupto”: no porque la corrupción no exista, sino porque atribuimos al gobierno de turno las características que representan la base del sistema operativo del modelo de gobierno que ha operado de la misma manera desde la concepción del Ecuador. Gracias al avance de la tecnología, es más difícil esconder información, y por ende la corrupción es más fácil de encontrar, pero resulta contradictorio, por ejemplo, que Dalo Bucaram denuncie la corrupción de este gobierno y sea condescendiente con el gobierno de su papá. El próximo gobierno tendrá sus casos de corrupción, como los tienen los municipios de Quito y Guayaquil a pesar de ser representados por partidos de la oposición. El oportunismo que se aprovecha de la debilidad institucional no es una marca registrada por un subespecie de ecuatorianos que se identifica como Alianza País. La corrupción es un sistema resiliente que se adaptará a las nuevas condiciones y que sobrevive gracias al interés de los gobiernos de limitar la difusión de información sobre sus actividades. La ubicuidad de la corrupción no significa que no la debemos tomar en serio, pero la ficción es creer que la corrupción desaparecer sólo porque llegan al poder personas que denuncian la corrupción de los predecesores.

***

Alguien me dijo una vez que la gran destreza de Barack Obama como político era ser espejo. Sus militantes veían en él lo que querrían ver. Coexistía el Obama real de convicciones sutiles y el Obama que proyectamos: ese que representa todo lo que quería cada uno de sus militantes en un Presidente liberal. Gracias a esa capacidad de ser el Obama real y el Obama proyectado (digamos, ficticio) que el mayor autor de los ataques con drones pudo ganar el premio Nobel de la Paz.

Algo parecido pasa ahora en el ritual de repetir nuestra ficción de los corruptos y el salvador. Por un lado, es cierto que tenemos una decisión binaria entre el continuismo y el cambio, pero si el deseo de cambiar nos lleva a un punto en que no se puede cuestionar al candidato, estamos creando una nueva ficción de un nuevo salvador, un candidato que se vuelve dos: el candidato real y el candidato ficticio que representa todas nuestras esperanzas sin jamás tener que declararse en favor o en contra de distintas ideas. Hay una razón por la que el candidato solo habla de empleo: mientras menos temas toca, más puede sostener la ficción de su candidatura. Aquella disciplina es la lección que deja un candidato que ve su primera oportunidad real de vencer en las urnas.

Y mientras más creemos en la ficción de un salvador, más nos dividimos entre “ellos” y “nosotros”, los creyentes y los infieles, los buenos y los malos, los rectos y los pecadores, los que están con nosotros, como dijo George Bush al anunciar la invasión de Afganistán, y los que están en contra nuestra. Al generar la ficción del salvador que no puede ser cuestionado, creamos las condiciones del continuismo. Las acusaciones de corrupción del futuro se volverán tramas políticas: el cercano al Presidente que maneja una red de corrupción será víctima de una persecución política. Las personas que antes exigían justicia se callan, o se vuelven indiferentes, o peor: se vuelven defensores de un orden corrupto porque, con el nuevo salvador, el fin justifica el medio.

El reto para los ciudadanos democráticos es crear un mundo en que dos ideas contradictorias puedan coexistir: podemos votar por el candidato pero no dejar de cuestionarlo. Podemos apoyar a un partido sin dejar de hacer preguntas duras y críticas, y sin que aquellas preguntas representan una traición a la causa. Podemos “votar por el cambio” sin dejar de exigir cambio real una vez que un nuevo gobierno asuma su mandato. Acercarnos a verdades y alejarnos de ficciones requiere la dualidad de apoyar sin entregar nuestra facultades críticas al candidato que detrás de su máscara de salvador es un mero mortal que hereda un sistema corrupto cuya fortaleza y resistencia no debe ser subestimada.

El reto para eliminar la repetición de las ficciones electorales es participar en el juego democrático con más cabeza y menos corazón. Son nuestras ficciones las que sostienen el orden en que vivimos. El poder del aparato estatal es tan fuerte que tiene la capacidad de transformar cualquier candidato que lo herede, sin importar cuán buenas sean sus intenciones. Al igual que Odiseo cuando se amarró al mástil del barco para no caer en la tentación de las sirenas, la única forma de provocar un verdadero cambio es volvernos saludablemente escépticos de aquellas ficciones tan familiares que dividen el mundo en dos, y reconocer cuando repetimos las mismas historias con actores nuevos, esperando un resultado distinto.