[dropcap]A[/dropcap]ntes de ser Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos fue visto como el hijo predilecto de su controversial (pero popular) predecesor, Álvaro Uribe. Como fundador del Partido de la U —de tendencia conservadora que apoyaba a Uribe— Santos proponía acabar con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) por la fuerza y llevó esa propuesta a la práctica cuando fue  Ministro de Defensa de Uribe. No obstante, al ponerse la banda presidencial, Santos apostó su legado político por la paz, prometiendo llegar a un acuerdo con las FARC, y empezar un largo proceso de reconciliación nacional. Es una de las situaciones dramáticas clásicas: el hijo que se rebela contra su padre. Uribe se volvió su adversario más vocal. En lugar de tener una jubilación tranquila en su hacienda en las afueras de Medellín, Uribe volvió a la política —primero como tuitero bravo y luego como senador. Su único propósito era sabotear a su alguna vez protegido. Al apropiarse de los temas tradicionalmente en manos de la izquierda en Colombia —como la paz y la reforma agraria—, Santos logró redibujar el mapa político de su país. Las consecuencias se sintieron incluso en Ecuador: el presidente Correa —que había pedido una orden internacional de detención en contra de Santos por su papel en el ataque de Angostura en 2008 cuando Colombia bombardeó una base de las FARC en territorio ecuatoriano—, parecía gozar de una amistad fructífera con Santos. Aunque tal vez fue prematuro que le otorgaran el Premio Nobel de la Paz, hay una buena probabilidad de Juan Manuel Santos sea recordado como el Presidente que puso fin a una guerra civil de sesenta años y que costó la vida de miles de personas. Si es así, el costo de su éxito será haber traicionado a la persona que le puso en la presidencia. Es difícil reflexionar sobre el caso de Juan Manuel Santos y no ver paralelos con la candidatura de Lenín Moreno en Ecuador en 2017.

Aunque Ecuador no tiene una narrativa dominante como la guerra civil en Colombia, Moreno le debe su carrera política a un hombre fuerte con tendencia populista. Igual que Santos con Uribe. Uribe falló en sus intentos de cambiar la Constitución colombiana para poderse postular otra vez, y aún falta por ver si Rafael Correa decida regresar a la política ecuatoriana en 2021 o si su tranquila vida como profesor en Europa le quita el gusto por el poder. Lenín enfrenta la misma disyuntiva que tuvo que afrontar en Santos en su momento: ¿se arriesgará a definirse como hombre independiente, con identidad propia, y apostará por una nueva masa de votantes (sacrificando la masa correísta), o sostendrá la línea del presidente Correa para mantener unido el colectivo electoral más exitoso de los últimos años?

Al parecer, Moreno quiere alejarse de la sombra de su predecesor, pero sus pronunciamientos han sido pocas palabras hechas con limitada convicción. En una entrevista, se atrevió a criticar las escuelas del milenio, una de las obras más emblemáticas de la Revolución Ciudadana de Correa. En otra entrevista con El Comercio, habló de la necesidad de “dignificar la política,” dejando atrás los insultos y calumnias, lo cual parecería una divergencia del discurso político de Rafael Correa, cuya estrategia de defensa depende de deslegitimar a cualquiera que lo critique a él o su movimiento. Pero Moreno tuvo que echarse para atrás sobre sus opiniones sobre las escuelas del milenio después de recibir una fuerte reprimenda de Correa. El Presidente ha dicho que sería un error estratégico apartarse de “la leyenda” de sus nueve años de gobierno, porque podría significar la derrota: “En la Argentina se perdió con solo 1.5% por decirle a Daniel Scioli que se aparte de Cristina”. El mensaje es claro: Correa cree que la victoria electoral pasa por él.

Si Moreno quisiera destacar como candidato independiente podría hacerlo sin tomar posiciones radicales. La clase empresarial se desespera cada vez más con la actitud anti-inversión del gobierno actual. Las leyes de plusvalía y herencia representan cambios más ideológicos que fundamentales y sirven para molestar una clase social que ya se siente victimizada. Tomar una posición firme en contra de aquellas leyes, ofrecer la generación de empleo e inversión privada, y comprometerse a devolver la deuda externa a niveles sanos haría mucho para ganar la voluntad política de un grupo que no está enamorado de los candidatos de la oposición y que no necesariamente ven a Moreno al igual que a José Serrano o Doris Solís —impenitentes ideólogos agresivos que ven el diálogo con opositores como una amenaza. Demostrar un compromiso real con erradicar la corrupción sería otro paso hacia la independencia, aunque podría causarle problemas internos dentro de Alianza País: atacar la corrupción sería beneficioso para el país, pero revelaciones de actividades ilícitas por parte de funcionarios nombrados por Alianza País —como ha sido el caso con el escándalo de Petroecuador— podría tener un efecto bumerán. La prueba es que la asambleísta de AP, Blanca Argüello, con mucha candidez, dijo que el juicio político del fiscal Chiriboga dependía del “costo electoral”.

Si creemos en las encuestas, la tendencia de voto a favor de Moreno es negativa, y ahora podría ser el momento de definirse como candidato. O se mantiene callado y espera que haya buena voluntad suficiente para evitar una segunda vuelta, o apuesta por una estrategia agresiva como independiente y arriesga la admonición de Rafael Correa y los altos lugartenientes de Alianza País. La apuesta no es tan grave: por falta de otras opciones, Moreno tendrá el apoyo de los militantes de Alianza País a pesar de cualquier correazo verbal que reciba. Con un precio de petróleo que sigue subiendo, Lenín Moreno podría volver a la estrategia que dio el éxito inicial a Rafael Correa y que también ha funcionado para otros como Evo Morales en Bolivia o Pepe Mujica en Uruguay: usar recursos del Estado para generar redistribución de riqueza, mientras promueva un clima de inversión privada. Esa podría ser la receta para conseguir las llaves de Carondelet. Elevar el discurso político, respetar la institucionalidad y crear estabilidad macroeconómica son pasos mínimos para poner fin a un capítulo político del país y abrir otro. Pero así como Álvaro Uribe no estaba dispuesto a que Santos sea el fin del uribismo, Correa no parece estar dispuesto a aceptar que el Morenismo signifique el final del correísmo que él considera una “leyenda”.

Si se independiza, Lenín Moreno tendrá que batallar contra voces internas en su partido cuya lealtad está bien comprometida con Rafael Correa. No obstante, al final del día el poder de los dos depende de su capacidad de generar votos. Un Lenín independiente que supera los niveles de aprobación de Rafael Correa podría lograr lo que Santos logró en Colombia: desplazar a su exaliado al proponer una agenda propia. Hasta que tome una decisión, la situación de Lenín Moreno recuerda a las letras de la canción hecha famosa por el grupo británico setentero Stealers Wheel:

Yes, I’m stuck in the middle with you,

And I’m wondering what it is I should do

It’s so hard to keep this smile from my face,

Losing control, and I’m all over the place

Clowns to the left of me, jokers to the right,

Here I am, stuck in the middle with you.