[dropcap]L[/dropcap]a campaña de Donald Trump deja una lección clara para los candidatos presidenciales ecuatorianos: el medio es el mensaje. En política, un mensaje poderoso es más importante que la abundancia de recursos. Para cualquier americano, Donald Trump ha sido un empresario conocido desde los años 80 y su apellido (cambiado Drumpf a Trump, por sus antepasados alemanes) es literalmente un sinónimo de la palabra triunfo. El candidato republicano tuvo éxito en promocionar la idea de que la presidencia debería ser confiada a un empresario exitoso, a pesar de sus múltiples bancarrotas. El apellido Clinton, en cambio, representa escándalo: Bill, el marido de Hillary, rompió la imagen del Presidente como líder moral y ético de los Estados Unidos por sus degradaciones sexuales en la Oficina Oval. Trump se apoderó de una  polémica menor —la del servidor privado de correos que  ella usó durante su tiempo como Ministra de Relaciones Exteriores— para reforzar la idea de que Crooked Hillary sería “la presidenta más corrupta de la historia.” A pesar de que fue liberada de responsabilidad en cualquier delito, la acusación fue suficiente para reforzar una noción preexistente: la de que la familia Clinton lleva siempre consigo algún escándalo inmoral.

Con una campaña artesanal —al estilo de Abdalá Bucaram—, Trump se dejó guiar por sus impulsos. En el proceso atropelló los últimos vestigios de decoro relacionado con la Presidencia. A pesar de tener menos experiencia, recursos y apoyo que Hillary, Trump la derrotó en áreas claves del marketing político. Por ejemplo, el eslogan de la campaña Trump fue Make america great again, mientras la de Hillary usaba I’m with her. Trump le pedía al votante una acción con una doble connotación: al no usar un pronombre, no estaba claro si el votante o el candidato era el que actuaba. La ambigüedad unificó votante y candidato. Devolver la grandeza era también ambiguo: invitaba al votante imaginar su propia visión de qué significaba esa devolución, de la misma manera en que en 2008 Barack Obama invitaba a sus electores a completar una frase —Yes we can. Obama nunca aclara qué era lo que se podía hacer. Trump nunca dijo si se refería a la grandeza económica, social, racial, o simplemente, a la del pasado. El eslogan impuso la idea de que los ciudadanos están peor ahora, que sólo él podía llevarlos al bienestar del pasado.

El eslogan Estoy con ella, en cambio, no llamaba a la acción: apenas reconocía una forma de ser, y centraba la atención en la candidata. Devolver la grandeza aprovechó la coyuntura y la ansiedad social. Me recordó a la campaña exitosa de Rafael Correa de 2006 Dale Correa: una frase que aprovechó el desdén popular hacia la clase política. Estoy con ella parece un eslogan perdido en el tiempo y lejos de reflejar un sentimiento popular. “Estoy con ella pero ella no está conmigo” podría resumir la falta de apoyo de la clase media para una candidata percibida como demasiado cercana a la clase banquera de Wall Street.  

En su comunicación Trump no dejó que verdades obstaculicen su camino hacia la Casa Blanca: encontró enemigos populares y les endilgó la culpa de la decadencia del país. Los migrantes, musulmanes, los políticos corruptos, los tratados de libre comercio (TLC), líderes débiles, todos llevaban la culpa por el estado de las cosas. Hillary, en cambio, buscó presentar argumentos con matices: ella está en favor de ciertos TLCs, pero no otros, algo difícil de comunicar en medios. Con un récord de votación como Senadora, Hillary se encontró con la lengua torcida tratando de explicar que estuvo a favor de ciertas leyes, pero luego votó en contra, y en otros instantes estuvo en contra de ciertas leyes pero votó a favor. Trump presentó su falta de experiencia en el sector público como un activo, a pesar de que sus promesas de reforma carecían de sustancia.

A pesar de ser un billonario, Trump logró presentarse como un héroe popular —algo que debería animar al equipo de marketing de Guillermo Lasso, aunque aquella contradicción de ser billonario y a la vez la fuerza de los pobres es el producto de la cultura política americana. Como dice Joan C. Williams en la revista de Harvard, “la clase trabajadora blanca está resentida con la clase profesional pero admira a los ricos”, algo confirmado por la famosa frase de Ronald Wright, “el socialismo nunca pegó en los Estados Unidos porque los pobres no se ven a sí mismo como pobres sino como millonarios temporalmente avergonzados.” Aprovechando que los votantes pobres blancos que se sienten ignorados por la clase política estadounidense, Trump coqueteó con la derecha extrema —incluso recibió el apoyo de voceros del Ku Kluk Klan. En otras palabras, Trump identificó una base (gente blanca enfadada con el estatus-quo), y logró ganar atención mediática gratis al tuitear cosas cada vez más absurdas, sobre la creencia de que “toda cobertura es buena cobertura”.

Al final, la campaña de Hillary tuvo un solo objetivo: oponerse a Trump, mientras el candidato republicano ofrecía soluciones a problemas, por más absurdas que parecieran. Con esa estrategia Trump, ha ganado la batalla pero perderá la guerra: su gobierno está destinado al fracaso. Sus propuestas más radicales —como construir un muro con México y obligar a los musulmanes a registrarse— generará una amplia movilización de los votantes liberales que no se sintieron inspirados por Hillary. Si no las cumple, perderá el apoyo de las bases que le dieron el triunfo. Por su lado, Hillary no aprendió lo que los políticos de oposición del Ecuador deberían haber aprendido hace mucho tiempo: no es suficiente oponerse a algo, hay que dar una visión de país.

Estamos en el inicio de la campaña electoral y aún no sabemos cómo los candidatos deciden presentarse al electorado. Aunque fue Vicepresidente durante cuatro años, el líder en las encuestas Lenin Moreno ha dicho poco desde que regresó de Ginebra, y puede que el silencio sea su estrategia. A diferencia de Rafael Correa, Jorge Glas, y otros líderes de Alianza País que generan opiniones polarizadas, y a pesar de haber sido relacionado con algunos casos de mal uso de recursos públicos, Lenin Moreno goza de simpatía pública, salvo en los círculos de los opositores más radicales. En algunos instantes, Moreno ha demostrado una predisposición para criticar al gobierno de Rafael Correa, tal vez con el fin de posicionarse como independiente y diferente sin perder el apoyo del partido de gobierno. No obstante, mientras menos habla, más puede evitar tomar posiciones concretas que pueden generar ruptura al interior de su movimiento, o costarle votos de gente moderada.

De los candidatos de la oposición Guillermo Lasso aún pretende ganar el voto de los tuiteros, sin generar vínculos con el pueblo, mientras Cynthia Viteri ha salido agresivamente a proponer una agenda basada en la creación de empleo —un mensaje que puede pegar en época de crecimiento estancado. Los otros candidatos, sin lugar a duda, buscarán su espacio mediático tomando posiciones radicales con temas polémicos pero poco relevantes, como restaurar la pena de muerte, justamente para replicar el éxito de Trump en las elecciones primarias del partido Republicano: aprovechar la fragmentación y lograr ser el más votado entre los 10 binomios y llegar a la segunda vuelta. Los candidatos de oposición se pelearán entre sí con tal de llegar a una ronda definitiva que será con Moreno.

Es temprano todavía para pronosticar, y si aprendimos algo de las recientes elecciones estadounidenses, es que deberíamos desconfiar de las encuestas. Si los candidatos líderes aprendieron también, sabrán que el medio es el mensaje. Lenin Moreno contará una historia de triunfo después de ser víctima de la delincuencia. A pesar de sus dificultades, lidera con su buen humor. Guillermo Lasso es un empresario exitoso que ha demostrado su capacidad como administrador. La clave de los candidatos será definir al otro: si la campaña de Alianza País logra presentar la experiencia de Lasso como algo negativo, él pasará la elección jugando defensivamente. Si Lasso logra generar dudas sobre el estado de salud de Moreno y posicionarlo como beneficiario de un gobierno desgastado y corrupto, puede que genere los votos necesarios para por fin llegar a la Presidencia. La campaña de Moreno cuenta con marketeros políticos hábiles pero que han pasado tanto tiempo en el poder que pudieron haber perdido la perspectiva del pueblo. La campaña de Lasso tiene años de campaña perpetua pero aún luchan por definir una visión del país que no amenace romper con los logros de la Revolución Ciudadana. En los dos casos, los candidatos a la vicepresidencia les quitan valor (en lugar de agregarlo): Jorge Glas no inspira a nadie, y como dijo Cristina Vera, Andrés Páez solo tiene resonancia con un segmento opositor de clase alta quiteña. Lo importante para entender es que la mayoría de los votantes no prestan demasiada atención y tomarán decisiones en base a mensajes simples pero que parezcan representar una verdad. Los candidatos tienen una opción: o definirse o ser definidos. El ganador de aquel desafío llevará las llaves de Carondelet para los próximos cuatro años.