Nací en Canadá, y viví algunos años en los Estados Unidos. Aún así, no pretendo juzgar ni entender los motivos de los votantes que eligieron a Donald Trump como el Presidente 45 de los Estados Unidos de América. Leyendo los comentarios en redes sociales, parecería que somos un mundo de antropólogos de sofá: “son racistas,” dicen algunos, “es gente con poca educación,” dicen otros. Todos son comentarios que generalizan por ofrecer una explicación sencilla de un evento complejo. En adición, representan una perspectiva derivada de las representaciones filtradas y divulgadas por medios que en sí llevan sus propios sesgos implícitos. La falta de anticipación de la victoria de Trump demuestran que ni los medios tradicionales ni los medios sociales son barómetros del sentimiento popular.

Si nos aplicamos el mismo criterio —de encontrar un solo hilo que explica todo— podríamos decir “la gente que vota por Rafael Correa lo hace porque son anti-rico.” Pero cuando pensamos en el contexto ecuatoriano entendemos que es mucho más complejo. No toda la gente que ha votado por Rafael Correa los últimos diez años comparten sus convicciones ideológicas o su resentimiento social. Cuando consideramos el comportamiento electoral de nuestros vecinos y parientes les damos el beneficio de la duda porque vemos los matices. Entendemos que sería injusto juzgar a la población entera ecuatoriana por su elección de Presidente cuando un porcentaje importante del país votó en contra de él.

Preferimos las explicaciones culturales porque imponen una homogeneidad filosófica sobre una población. En este caso la victoria de Trump parecería el producto de una cultura política auténticamente americana, pero el periodista y politólogo conservador David Frum tiene otra explicación: las narrativas de cultura porque nos dejan creer en la inferioridad y superioridad de culturas y separa el mundo entre buenos y malos, pero una democracia es producto de sus instituciones. Trump ganó la nominación republicana a pesar de que dos tercios de los republicanos votaron en contra de él en las elecciones primarias. Fue el candidato más ruidoso entre dieciséis, y gracias a aquella fragmentación llegó a la elección general. El sistema bipartidario regala una plataforma inmensa al candidato, quien por default cuenta con la lealtad de un buen porcentaje del país que se identifica como republicano: algo que sería imposible en un sistema multipartidario como Canadá o Alemania donde abundan opciones legítimas para reemplazar a los partidos tradicionales cuando aquellos pierden su camino.

Frum ve otros problemas en la democracia americana: los congresistas de la cámara baja se eligen cada dos años, poniéndolos en un estado perpetuo de campaña. En otras democracias los donantes dan al partido, pero en Estados Unidos los donantes dan directamente a los candidatos. Los candidatos, en cambio, se sienten endeudados con sus donantes, lo cual da un poder inmenso a los representantes de intereses especiales. El calendario electoral asegura que hay poca coherencia entre las ramas ejecutivas y legislativas, algo que no pasa en sistemas parlamentarios en que los electorados dan un mandato contundente para gobernar cada cuatro años. Para Frum, el diseño de las instituciones determina la cultura política, aunque lo cierto es que es más fácil cambiar una institución que una cultura. Queda por ver si la candidatura de Trump represente una aberración del proceso democrático o un nuevo estándar.

Imponer meta-narrativas holísticas también esconde otras que demuestran otras tendencias. Si vemos solamente la gente entre 18-25, por ejemplo, Trump ganaría apenas 5 estados. La gente en zonas urbanas ya no vota por Republicanos, y el cambio demográfico significa que la base de Trump, hombres blancos, será una minoría para el año 2050. En otras palabras, hay muchas indicaciones de que Trump es el fin y no el comienzo de algo. Valdría la pena acordarnos que Donald Trump no ganó la mayor cantidad de votos. En el sistema electoral americano, un candidato a la presidencia acumula puntos asignados a cada estado. Eso lo que ha permitido que Donald Trump llegue a la presidencia a pesar de haber tenido menos votos que Clinton.

 

https://twitter.com/EByard/status/796317753749729280

Nos nos engañemos: es extremadamente preocupante que alguien como Donald Trump llegue a ser el líder de la democracia más vieja del planeta. No obstante, sería un grave error entender su elección como un respaldo inequívoco para sus políticas. Después de todo, debemos acordarnos antes de juzgar que es el mismo país que nos dio a Obama. Hay que entender la elección de Trump como el rechazo de algo, y sólo a través de una profunda conversación nacional podrá la gente de los Estados Unidos entender qué significa y qué hay que cambiar. Mientras más imponemos, menos entendemos, y mientras menos entendemos, más abrimos la puerta a populistas parecidos. Los políticos populistas no son enfermedades: son síntomas de un mal mayor. Más que ser productos de una cultura, son productos de condiciones. La única solución es cambiar el contexto para que su existencia deje de ser electoralmente viable.