En vísperas de la elecciones presidenciales, lamento la calidad de las opciones que tenemos. Entre las preguntas que me hago sobresale una, ¿podría yo votar por un político que no cree en la igualdad de los ciudadanos? Me hago la pregunta porque no todos los candidatos a la presidencia reconocen la igualdad de derechos de los ecuatorianos: según Ecuavisa, el candidato Lasso ha dicho “yo creo que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, y tiene una función fundamental: la procreación.” Esta definición limitada me afecta: Llevo 12 años casado con una mujer y por decisión propia no hemos procreado. ¿Es nulo mi matrimonio en la república de Lasso? Si dos personas casadas sobrepasan la edad de procreación, ¿deberíamos invalidar su unión? Obviamente, Lasso no me va a invalidar mi matrimonio, pero a otros sí: su lógica torcida tiene como único propósito negarle el derecho a una minoría que es blanco directo del candidato de CREO  y su secta.

El Estado ecuatoriano reconoce la diferencia entre un matrimonio autorizado por la Iglesia y ese otro matrimonio que es el contrato entre dos personas por propia voluntad. En el primero el Estado tiene poco que ver: es religioso, no legal. En el segundo el Estado tiene todo que ver: si dos adultos están dispuestos a firmarlo y asumir sus responsabilidades para gozar de sus protecciones, ¿quién es el señor Lasso para negarles ese derecho? El estado ecuatoriano es laico: da por hecho que la interpretación e implementación de la ley sea secular: no aceptaríamos que un candidato musulmán imponga la ley sharia, entonces ¿por qué deberíamos aceptar que Guillermo Lasso declare frontalmente que no cree en la igualdad de derechos?

Cuando Lasso dice que él cree en un matrimonio entre hombre y mujer está haciendo un statement político cargado de moralismo religioso. La suya es una convicción fundamentalista disfrazada de demagogia electoral.  Si un candidato usa su fe para negar derechos a otros ciudadanos, ¿será el presidente de todos los ecuatorianos, o solo de los de su secta? ¿Con qué autoridad hablará por los demás? Hay muchos ciudadanos que se identifican como católicos pero que discrepan con con la Iglesia como institución. Además, la fe nos deja instrucciones complejas. Por ejemplo, dice el Levítico 25: 44-46:

Asegúrate de que tus esclavos y esclavas provengan de las naciones vecinas; allí podrás comprarlos. También podrás comprar esclavos nacidos en tu país, siempre y cuando sean de las familias extranjeras que vivan en medio de ustedes. Ellos serán propiedad de ustedes, y podrán dejárselos a sus hijos como herencia para que les sirvan de por vida. En lo que respecta a tus compatriotas, no serás un amo cruel.

Una aplicación coherente de la ley del Antiguo Testamento debería causar consternación para los peruanos y colombianos que viven entre nosotros: podríamos justificar su esclavitud bajo la ley bíblica. Levítico 20:20 dispone el castigo de muerte para cualquiera que siembre dos plantas en un mismo campo, y el mismo destino para la gente que coma camarón: una lectura literal de la Biblia y la cura del chuchaqui sería fatal. Lasso está incluyendo una subrepticia agenda religiosa en su propuesta de políticas públicas. O, en otras palabras: está leyendo selectivamente el Antiguo Testamento para negar derechos a una minoría. Tal vez ni siquiera es un prejuicio religioso, sino un fastidio personal.

Al parecer, en el Ecuador hay prejuicios aceptables y prejuicios inaceptables. ¿Estaríamos dispuesto a votar por un candidato que crea que las personas negras tienen menos derechos que los blancos? Si no toleraríamos a un candidato racista que argumento en contra de negros o indígenas, ¿por qué votaríamos a un candidato que no acepta la igualdad ante la ley de nuestros compañeros LGBT? El hecho de que conozcamos personas que comparten la discriminación del candidato no justifica su postura: si el prejuicio contra los ciudadanos negros o indígenas es inaceptable, también el prejuicio contra ciudadanos LGBT debería ser considerado absurdo en una democracia moderna. Los candidatos que se sientan calificados para juzgar a sus compatriotas deberían considerar dos versos del Nuevo Testamento. “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5) y “Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mateo 19:4)

A pesar de vivir en una democracia, no todos los ciudadanos somos democráticos. Los candidatos a la presidencia tampoco. Quienes creemos en una verdadera democracia deberíamos insistir en acuerdos mínimos. Si no, corremos el riesgo de volvernos una suerte de Venezuela chavista: donde la democracia comienza y termina con votaciones. Uno de aquellos acuerdos debe ser que los derechos fundamentales de todos los ciudadanos no son negociables. Por más atractivo que fuese su plan de gobierno, si retrasa la lucha para el trato, ¿merece nuestro apoyo? ¿Deberíamos normalizar la discriminación porque no nos gustan los otros candidatos?

Aceptar ese tipo de propuestas estanca la lucha para la justicia a la que debe aspirar una república. Si un candidato busca el apoyo de todos, debería aclarar que él es el candidato de todos, y no solo el de su secta. De lo contrario, estará faltando a un acuerdo mínimo esencial: reconocer su compromiso con el pilar fundamental de una democracia republicana de que todos somos iguales ante la ley. Sin esa aclaración, la debilidad de la oposición puede ser la continuidad del oficialismo.