Durante las conferencias de Habitat III en Quito, la ciudad entera había ido a pasear apretadamente al Centro Histórico. El festival de la luces convocó a una multitud curiosa pero ensordecedora que caminó entre plaza y plaza para ver proyecciones de luces espectaculares, comer y conocer a Quito en la noche. ¿Novedoso? Seguro. Yo fui una vez, alcancé a ver un par de plazas, y escapé abrumado a barrios menos repletos. No tuve que caminar mucho para sentarme, pedir una cerveza y apreciar los eventos desde lejos. En el Barrio La Tola –a cinco minutos caminando de la plaza del Teatro– apenas se siente el tumulto a la distancia, pero se ve todo. El evento Habitat, organizado cada veinte años, convoca delegaciones internacionales, académicos, alcaldes y líderes mundiales a discutir cómo mejorar las ciudades del mundo. Esta vez, eran tres palabras en particular las que repiqueteaban los medios: Sostenibilidad, inclusión y resiliencia. La agenda del evento se basó en un documento teórico de hasta 20 páginas elaborado por académicos sobre lo que significa una “mejor ciudad”. Un evento de académicos, técnicos, burócratas, gestores culturales y otros entusiastas urbanos que no incluyó a la gente que hace la ciudad: la de los barrios.

La Tola es uno de los barrios que en Quito se organizan sin la alharaca de Habitat III. Para algunos  de sus residentes, de hecho, se organizan a pesar de Habitat III. Josue Moreno es el propietario de Sereno Moreno, un bar en la calle Esmeraldas. “Somos los deshabitados”, bromea. Son las diez de la noche. Por la cuesta de la Esmeraldas todavía se deslizan niños en sus cochecitos de madera. Hace frío, pero no importa. Adentro de Sereno Moreno, un agujerito rectangular y con puertas de madera, a uno lo abriga la fritada que prepara la familia Moreno y el barullo de la cerveza artesanal. “Queremos hacer proyectos en conjunto con otros negocios que Habitat descoló”, dice mostrándome el mapeo municipal del evento. “No incluyeron ni a La Tola ni a San Marcos, barrios ya organizados del Centro”.  Me sirve un poco más de cerveza. “Esta tiene Guayusa”.

Aunque Josué dice lo mismo que, en esencia, decían muchísimos representantes de Habitat, las “Olimpiadas Urbanísticas”,  había algo mucho más auténtico en lo que me contaba que en los letreros que saturaban el armatoste instalado en el parque El Arbolito. Uno enorme con las palabras “ciudades incluyentes” relucía detrás de las rejas que se habían puesto alrededor del parque (La ironía no se le escapó al periódico inglés The Guardian). “Mi familia es de la Tola, aquí crecí”, me cuenta Josué, quien puso el bar con su hermano Cristian donde antes funcionaba un restaurante de fritadas familiar. Su padre, Patricio, les enseño el negocio “a la antiguita, con paila de bronce”.  Para Josué, los barrios del Centro se han organizado de maneras que el municipio no parece reconocer.

Comparten, no compiten. Como ejemplo recuerda que en la calle Mideros, donde empezó el negocio familiar de fritadas, había como “otros seis puestos de lo mismo”, pero no competían porque ofrecían una sazón distinta. Ahora, dice, hay cuatro bares que siguen atrayendo vida cultural al centro y que en lugar de competir se complementan. “El barrio da para mucho más”. La Tola era muy peligrosa antes. “La gente no se quedaba, comía y se iba”, dice Josué sobre su restaurante antes de convertirlo en lo que es hoy. “Hubo hasta una puñalada”. Antes, a las ocho de la noche todos se encerraban.  Ahora hay niños jugando afuera hasta las doce.

Rehabilitar los barrios del Centro ha sido una prioridad para las familias que lo habitan desde hace mucho tiempo, independientemente de las administraciones municipales. En la calle Rocafuerte hay mingas frecuentes para mantenerla limpia y segura y el barrio San Marcos es uno de los más tranquilos y limpios del casco colonial. Ahora, hay negocios que quieren colaborar con la comunidad. Josué habló de las cervecerías La Oficina, Sirka y, con especial cariño, de Bandidos Brewing, en la Marín, donde todavía trabaja y sirve su cerveza.

Bandidos llegó a la Marín en 2013, cuando todavía no había vida nocturna en la zona. La Marín, como la Tola, tenía mala reputación —uno de esos sitios a los que uno simplemente no va de noche. “Lo que ha pasado con Sereno es como lo que pasa con esos árboles enormes en la selva”, me dice Nathan Keffer, uno de los propietarios de Bandidos. “Los árboles grandes crean sombras necesarias para los árboles chicos y éstos ayudan a los grandes de otra manera. Es una relación simbiótica.” Nathan Keffer y Ryan Hood-Taylor abrieron primero un hostal donde empezaron a hacer cerveza para los huéspedes. Poco a poco la cerveza se popularizó hasta lo que es hoy.

Con ella, la Marín se transformó también. “Cuando llegamos eran los militares quienes se paseaban por la Marín”, recuerda. “Luego esto cambió y llegó la policía”. Keffer cuenta que fue recién hace año y medio que el municipio puso luces “más grandes y brillantes” en el barrio para que la gente pueda caminar de noche con seguridad.

El contraste se siente con Habitat. Las rejas en el parque El Arbolito estaban instaladas porque durante la duración de la conferencia, la zona dentro de ellas era “territorio Naciones Unidas”. Se estableció así un perímetro para dignatarios y figuras internacionales que chocaba con la misión explícita de ser incluyentes. Hubo por eso, entre otras cosas, mucha oposición local. El colectivo Resistencia Habitat III, entre otros, estuvo conformado por grupos barriales, organizaciones de mujeres, ciclistas y ambientalistas críticos del modelo de desarrollo promovido por Habitat. Uno de sus principales puntos fue lo que está sucediendo con el barrio Bolaños, el barrio en las cuestas del río Machángara que está en peligro de ser desplazado por los proyectos de infraestructura del municipio. El colectivo aprovechó el evento internacional para reunirse y plantear su propia propuesta. Por sobre todo: mayor colaboración con la ciudadanía organizada.

Mientras los teóricos discuten la ciudad, la ciudad vive en los barrios. “Esta es mi casa”, dice Josué. “Sereno Moreno no es un negocio de afuera, y no desplaza a nadie”. En sus ojos están todavía los puestos de la Mideros. “Pero queremos que se nos escuche”. Es sábado de cumbia en su bar. Josué me sirve otra jarra y me persuade a que me pegue su fritada. “Cada una tiene una sazón diferente”, repite. “Así se complementan”. La vida es lo que sucede en el barrio mientras los tecnócratas y los académicos hacen planes.