Durante el segundo debate presidencial de los Estados Unidos fue evidente que Donald Trump no sabe nada. Está ciego. Esta vez, la reunión fue estilo cabildo abierto, con la mitad de preguntas hechas por ciudadanos participantes y la otra mitad por moderadores. Sin un podio de apoyo, Trump se mostró inquieto pero taciturno, caminando en el escenario como si hubiera estado enfurecido pero sedado. Resoplaba y atacaba tratando de sorprender. “Los e-mails”, repetía  insistentemente sobre el escándalo de la exsecretaria de Estado. En marzo de 2015 se conoció que Clinton había utilizado un correo privado para comunicaciones oficiales, violando protocolo oficial y regulaciones gubernamentales. Muchos de los mensajes estaban marcados como “información confidencial”.  “Si hicieras eso en el sector privado, estarías en la cárcel”. Contra el micrófono, la boca del magnate sonaba seca. Clinton en cambio confirmó otra vez que éste es su hábitat natural: siempre bien parada, casi disfrutando de ver a su contrincante balbuceando argumentos ininteligibles. Trump hablaba y Clinton sonreía hacia el público con experticia.

Clinton también es muy afortunada. Los dos enfrentamientos hasta ahora reiteraron que Trump no es un rival a su altura. En ese sentido, es un contrincante ideal. Clinton no salía tan ilesa y campante de sus debates contra Martin O´Malley o Bernie Sanders para la nominación de su partido. Después de todo, Clinton tiene un innegable y pesado bagaje político que podría ser mejor explotado por algún orador más perspicaz o elocuente. Trump intentó hacerlo en temas como Siria, Rusia, y —en reacción a su propio escándalo—  las acusaciones de acoso sexual contra Bill Clinton.

Horas antes del debate, Trump organizó una rueda de prensa con cuatro mujeres que acusaban al expresidente de delitos sexuales. Las mujeres eran Paula Jones, Juanita Broaddrick, Kathleen Willey y Kathy Shelton, cuyo violador fue defendido por Hillary Clinton en un juicio en 1975. Durante el debate Trump anunció que ellas estaban entre la audiencia. Clinton evadió el tema. “Si ellos caen bajo”, dijo citando a Michelle Obama “nosotros vamos alto”. Aunque era obvio que Trump trataba de utilizar las experiencias de estas mujeres para morigerar sus propios escándalos, las acusaciones contra Bill Clinton tampoco pueden ser ignoradas. Hillary Clinton pudo evadir el tema porque el dedo acusador era el de un misógino estridente queriendo su propia absolución.

Sobre el video filtrado donde se escucha a Trump hablar de cómo acosaba a mujeres, el magnate se justificó diciendo que no era más que “una conversación de camerino”. El moderador Anderson Cooper tuvo que preguntar hasta cinco veces a Trump si había cometido un delito sexual. Trump lo negó. Luego intentó varias veces arrinconar a Clinton, atacándola e interrumpiéndola cuantas veces podía. El la veía desafiante al hablar. Clinton miraba a la audiencia. La acusó de ineficiente, de haber logrado muy poco después de treinta años como servidora pública. “Ella solo habla y no actúa”, dijo.

Los ataques de  Trump eran torpes, hiperbólicos. Demostró que no entiende cómo funciona la separación de poderes en su país. “Si yo gano, ordenaré al fiscal general a que revise tu situación”, aseguró. “Terminarás en la cárcel”. Así brilló Clinton a pesar de que sigue arrastrando los conflictos en sus versiones sobre por qué utilizó un servidor privado para e-emails gubernamentales. ¿Mintió? Posiblemente. O fue peligrosamente descuidada. Clinton también tuvo que lidiar con la filtración de algunos de los discursos pagados que hizo para la banca privada y el sector financiero de Wall Street. En uno de los discursos, ella había dicho que “uno necesita una posición privada y una pública”. Le preguntaron: ¿Está bien tener dos caras en la política? “Sí”, respondió Clinton, refiriéndose a la estrategia del expresidente Abraham Lincoln.  “Para convencer a cierta gente usó unos argumentos. Para otra gente, utilizó otros.” La pregunta hizo recordar cuando Bernie Sanders demandaba que Clinton revele el contenido de los discursos por los que recibió hasta doscientos mil dólares. Curiosamente, muchas de las posiciones más progresistas de Clinton durante las primarias de su partido han ido poco a poco silenciándose.

En política exterior, la diferencia entre Trump y Clinton es, por sobre todo, una de temperamento. Clinton ratificó su espíritu intervencionista, enfatizando la amenaza de Rusia por sobre la del Estado Islámico. Aunque habló mucho de diplomacia, su historial la traiciona y de eso se aprovechó Trump. “Juzgó mal en Libya, en Syria y en Irak. Dejaron un vació y es por eso que surgió el Estado Islámico”. Clinton, por su parte, dijo que consideraría armar a los Kurdos en Syria.

El debate terminó con cada candidato mencionando algo que respetaban de su rival. Ella mencionó los hijos de Trump, él que “ella nunca se rinde”. Por su parte, los candidatos marginales Jill Stein y Gary Johnson comentaron todo en redes sociales, excluidos del debate a pesar de sus protestas. Así, ante un desastre como Trump, Clinton hizo lo que tenía que hacer para afianzar su victoria en noviembre. Ante un Trump ciego, Clinton, tuerta, reinó.