Este es un hombre que habla sin remordimiento alguno. Dice lo que le venga en gana porque tiene el poder para hacerlo. Desde su majestuosa poltrona recibe la atención que él quiera o necesite, regodeándose contento, chocho, ante las cámaras, las luces y la espera de sus admiradores. Aunque su temperamento es volátil, incandescente, sabe muy bien cómo y cuándo sonreír para la foto, contar un chiste, besar bebés y bailar. Se cree rockstar, pero mejor, porque tiene el mando; un verdadero macho de pecho hinchado que está siempre en lo correcto. Le molesta mucho que le cuestionen, en especial las mujeres, a quienes, sardónico, ha insultado con frecuencia.

¿Quién es? ¿Rafael Correa o Donald Trump?

No quiero hacer comparaciones demasiado reduccionistas. Donald Trump y Rafael Correa no son lo mismo y representan polos opuestos de la política mundial. Sin embargo, son precisamente sus diferencias las que hacen que sus parecidos sean más graves. Donald Trump es un magnate gringo con estatus de celebridad y simpatizante de la extrema derecha de su país. Rafael Correa, un economista ecuatoriano que llegó al poder esbozando un discurso progresista y revolucionario. Los dos: hombres muy populares entre el electorado de su país, poderosos y abiertamente despectivos de las mujeres.

Ahora parece chiste: ambos están metidos en polémicas serias por sus comentarios machistas. Esta vez, sin embargo, fue Trump el que ofreció una especie de disculpa, probablemente por estar en plena campaña. El viernes se filtró un video en el que se escucha al multimillonario regodeándose de cómo había intentado meterse con una mujer casada que tenía phony tits o “senos falsos”. Al ser una celebridad, dice,  él “besaba” a las mujeres “sin esperar a nada” porque “cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que quieras”, dijo. “Cogerlas de la concha”, reconoció entre risas.

El video parece ahora la gota que derramó el vaso. Trump lo sabe y de ahí sus disculpas públicas. Pero no hubo disculpas antes. Cuando le molestaron las preguntas que le había hecho la presentadora Megan Kelly en uno de los debates para la nominación de su partido, Trump, el anaranjado, dijo que “había sangre saliendo de sus ojos…sangre saliendo de su lo que sea”. Tampoco se ha disculpado por ninguno de sus incontables comentarios peyorativos sobre el físico de actrices, modelos, y políticas que no le caían bien.

Correa, el progresista, tampoco pide disculpas. Dijo de la asambleísta y candidata de oposición Cynthia Viteri que “debería hablar de maquillaje y no de economía”. A pesar de la indignación que generó su comentario, durante su última sabatina Correa se ratificó. Habló de “las neuróticas de siempre”, que tomaron su comentario como “un atentado a la mujer”. Luego, volviendo a Cynthia dijo que “se le ve más falsa que un billete de 2,50 porque aparece sin una arruga, sin un barrito, muñequita pastel, y así nos quieren impresionar, puro maquillaje”.


La historia de tanto Trump como Correa desnuda a machistas sin remordimientos, enojados con la mujer. Pero hay diferencias que importan: mientras uno representa abiertamente al status quo patriarcal de los Estados Unidos, el otro se proyecta como un referente del progresismo. En ese sentido, lo que hace Correa es más peligroso, más destructivo. El machismo de Trump es una parte íntegra de su plataforma ideológica— el retorno del tradicionalismo masculino y la sumisión de la mujer son elementos tácitos (y hasta ahora maquillados) del conservadurismo. Trump expresa vulgarmente lo que su partido ha sabido cubrir con eufemismos. Por el contrario, el discurso del movimiento Alianza PAIS, que lidera Correa, se define por su supuesto desafío a las estructuras de poder tradicionales. Se siguen llamando progresistas, después de todo. A pesar de eso, en Alianza PAIS —que incluye a feministas como Paola Pabón, Rossana Alvarado y Gabriela Rivadeneira— se han alcahueteado las tarascadas de Correa con un silencio escandaloso.  Cuando las asambleístas Pabon, Buendía y Godoy intentaron incorporar la despenalización del aborto en casos de violación en el segundo debate del Código Orgánico Integral Penal, fueron sancionadas. 

Podrán decirme que este gobierno fue el primero en poner el tema de género en la palestra. Que antes del Plan Familia hubo Enipla (la Estrategia Intersectorial de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo en Adolescentes), y que hubo mayor presencia institucional de las mujeres en cargos públicos y posiciones gubernamentales de poder. Es verdad, pero precisamente por eso —por la pretensión de progresismo— es que la violencia machista del discurso de Correa es tan peligrosa. Es la normalización del machismo como si fuera compatible con posiciones progresistas, como si fuera una imperfección menor, superficial. Para el filósofo Norberto Bobbio, el sentido crítico y político nos debería obligar a criticar primero a aquellos con quienes uno se siente comprometido. Evidentemente, sabemos que esto ya no ocurre dentro de Alianza PAIS. Pero si van a seguir hablando de gobiernos progresistas o de izquierdas, el machismo de Correa incumbe a toda la izquierda, la oficialista y la de oposición. Es muy serio: autores de frases profundamente misóginas, Donald Trump y Rafael Correa nos revelan que el machismo lejos de haber sido resuelto, es un cáncer pegado a la médula política de dos países (y dos culturales electorales) tan distantes como el Ecuador y los Estados Unidos.