Los debates presidenciales en Estados Unidos son, por sobre todo, un espectáculo. Es casi como ver partidos de fútbol en Ecuador: generan muchísima expectativa y venden. El debate de esta semana fue el más televisado en la historia. Pero tampoco es para menos: en estas elecciones se disputan la continuidad del con frecuencia contradictorio liberalismo de Hillary Clinton y el racismo bravucón y violento de Donald Trump. Este fue el primero de tres debates, y aunque quedaron clarísimas las posturas y programas de cada candidato, fue el show lo que acaparó —y acapara— la discusión. Hillary Clinton fue interrumpida 40 veces. Donald Trump se las pasó resoplando. Y ¿quién ganó? ¿Quién ganó?

Para los demócratas, ganó Clinton. Para los republicanos, Trump. Suele suceder. Ted Cruz, el candidato conservador a quien Trump insultó muchas veces —llamándolo “mentiroso” y llamando a su esposa “fea”— resolvió votar por su rival de partido después de ver el debate. Pero más allá de las predecibles inclinaciones partidistas, el evento evidenció la preparación de Clinton, por un lado, y la asustadora efectividad del bullying de Trump. El magnate anaranjado se dedicó a negar lo que decía Clinton, a interrumpirla y alzar la voz en momentos críticos. Confirmó que su autopercepción es nula. “Tengo mejor temperamento que ella”, dijo mientras Clinton sonreía anonadada y el público reía. Parecía que hasta sus acólitos entendían la ironía de su afirmación.

Después del debate Trump protestó por los temas discutidos. “Nada sobre los emails. Nada sobre la corrupta Fundación Clinton”, tuiteó. En efecto, ya que Trump no subo elaborar mucho sobre sus planes concretos, su estrategia fue la de arrinconar a Clinton con acusaciones pasadas, como la de los emails. Clinton, por su parte, empezó disculpándose por utilizar su cuenta privada, sin inmutarse mucho, sonriendo. Su tranquilidad, calma y sentido del humor la mostraron segura y, por sobre todo, con salud; su ventaja en las encuestas había sufrido por el diagnóstico de neumonía que recibió semanas antes.

La plataforma de Trump se resume en el lema común del conservadurismo “ley y orden”, como el show de televisión. Fue algo que repitió algunas veces. Para él, la continuidad que Clinton daría a los programas y las políticas de Obama es su debilidad. Su campaña e imagen dependen de ese contraste con la templanza de los demócratas: Trump sabe ganar a toda costa. Argumentó que los aliados de Estados Unidos deberían “pagar” por ese apoyo. Sobre el arsenal nuclear de su país se mostró más moderado que antes  —ligeramente más consciente de lo que una bomba nuclear significaría— pero reiteró que no descarta la posibilidad en casos como Corea del Norte.

Clinton atacó las inconsistencias, exageraciones y mentiras de Trump. “Get to work”, dijo a los verificadores de datos, pidiendo ayuda cuando Trump la acusó de pelear con el Estado Islámico toda su vida. También citó algunas de las frases de su contrincante de las que él reniega ahora, como su acusación de que el cambio climático es una invención de China o su apoyo a la Guerra en Irak. Por sobre todo, Clinton apuntó a reafirmar la importancia de su experiencia para el cargo. Se mostró como una política curtida, sabida y preparada. Sus críticas a Trump se limitaron a sus comentarios y políticas, mostrándolo improvisado e impulsivo por contraste. El desafío, sin embargo, es que Clinton representa el establishment liberal. Así se mostró y Trump aprovechó para atacarla también por sus intervenciones militares en Siria y Libia. Parecía que Clinton quería convencer a más conservadores moderados que a la izquierda escéptica. Evadió las palabras “calentamiento global” con la misma dedicación con la que evitó hablar de “multi-millonarios”, de Wall Street o de desigualdad económica. No era la “izquierdista” que disputaba la nominación de su partido contra Bernie Sanders, apelando al voto de los “millennials”. No, esta vez, ella quiso mostrar que se diferenciaba de Trump por su sensatez y diplomacia, no por sus políticas en particular.

Para la plataforma FiveThirtyEight, determinar quién triunfó en el debate sirve por sobre todo de referencia a futuro. Según ellos, 62 % de los votantes pensaron que Clinton ganó. Esta ventaja debe traducirse en las próximas encuestas. De lo contrario, de no haber una ventaja clara entre Trump y Clinton después de que ella “ganara” el primer debate, derrotar al candidato republicano podría ser mucho más difícil de lo que se esperaba. Sin embargo, las encuestas son tan cambiantes como los resultados de debates como éstos, sobre-saturados de distractores que no tienen nada que ver con las políticas de cada candidato ¿Quién ganó? Lo sabremos el ocho de noviembre.