A pesar de las matanzas —y la impunidad hasta hace poco inquebrantable de los oficiales acusados— el movimiento #BlackLivesMatter genera controversia e incomodidad entre mucha gente blanca por su nombre. De hecho, la enunciación de las palabras “black lives matter”, “las vidas negras importan” se ha convertido en la contención principal entre activistas, aliados y detractores, como una prueba tácita de lo que el movimiento representa. Es, por eso, un nombre enfrentador. Te pregunta, en la cara: ¿Entiendes por qué hoy por hoy debemos decir “las vidas negras importan” y no “todas las vidas importan”? ¿Registras el sentido de especificar las “vidas negras”? No hay mejor ejemplo que este movimiento para entender el rol definitorio del lenguaje en la movilización política.
Las Vidas Negras Importan. Lo decimos porque hace falta decirlo. En 2013, el movimiento nació en respuesta a la sentencia absolutoria que recibió George Zimmerman después de haber asesinado a disparos a Trayvon Martin, un joven desarmado de diecisiete años. El hashtag #blacklivesmatter en redes rapidamente se convirtió en el lema de las demostraciones masivas que siguieron a las muertes en 2014 de Michael Brown en Ferguson y de Eric Garner en Nueva York, ambas en manos de la policía. Desde entonces, el movimiento se ha convertido en una fuerza política y mediática influyente, manifestándose masivamente contra las muchísimas víctimas negras de abuso policial: Jonathan Ferrell, John Crawford, Ezell Ford,Laquan McDonald, Akai Gurley, Tamir Rice, Eric Harris, Walter Scott, Freddie Gray, Sandra Bland, Samuel DuBose, Alton Sterling, and Philando Castile.
Las palabras de su nombre eran un llamado a la acción y una declaración contra un sistema que activamente ha explotado y cosificado a la gente afroamericana. En poco tiempo, sus creadores Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi expandieron la red hasta que se convirtió en un movimiento nacional organizado con 30 coordinadores locales para 2014-16. Durante las elecciones primarias de este año, BLM no solo intervino exitosamente en algunos de los mítines de los candidatos demócratas, sino que logró incluir la pregunta implícita en su nombre en algunos de los debates.
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Black Lives Matter entiende mejor el lenguaje que gran parte de sus contrapartes políticas. Mientras el debate sobre lo “políticamente correcto” se toma las universidades estadounidenses, la derecha ha hecho de la “corrección política” uno de sus principales blancos de ataque. En efecto, ha sido así como el candidato republicano Donald Trump sigue librándose de las múltiples críticas contra su forma de hablar de mexicanos, musulmanes o mujeres. “No tenemos tiempo para lo políticamente correcto”, dice siempre entre aplausos. Por otro lado, en muchas de las universidades más liberales de los Estados Unidos, la corrección política ha generado una cultura mordaza plagada de términos académicos no siempre accesibles para todos y con frecuencia limitantes de la discusión y el diálogo. El debate se ha enfrascado en el uso de trigger warnings (avisos de detonantes) —ante la posibilidad de ofender o herir sensibilidades de ciertas experiencias o a causa de traumas— en la prevención de la ofensa del otro y la censura activa de ciertas palabras y posiciones políticas.
Esa forma de “lo políticamente correcto” como prevención de la ofensa ha sido muy criticada por su obsesión con la censura. El comediante de Monty Python John Cleese, por ejemplo, la describe como orwelliana. “No concuerdo con la idea de que uno debe ser protegido de todo tipo de emoción incómoda”, dice. “Yo me ofendo todos los días”. La crítica de Cleese es contra una forma de politización del lenguaje que se ha enfocado en censurar en lugar de generar lenguaje. Es la corrección política que la revista The Atlantic ha cubierto desde 2014 en universidades liberales estadounidenses la que sigue nutriendo climas políticos que imposibilitan un diálogo porque confunden la lucha por la representación como una lucha de lo que “no se debe decir”. Black Lives Matter, en cambio, a través del nombre del movimiento hace una distinción básica: el lenguaje intencional.
El lema All Lives Matter o Todas Las Vidas Importan surgió en respuesta de BLM poco después de su creación. Es una frase técnicamente cierta, pero que al ser enunciada en este contexto revela un punto ciego enorme, privilegiado y racista. Pero no es tanto lo que no se debe decir, sino lo que decidimos decir.
Enunciar como aliados el nombre black lives matter significa que entendemos que aunque obviamente “todas las vidas importan”, las vidas que están siendo activamente desechadas, despreciadas y deshumanizadas son las vidas de la gente negra, específicamente. El lenguaje intencional, en ese sentido, replantea la estrategia de quienes quieren hacer justicia con la corrección política. Usamos ciertas palabras, usamos ciertos modos lingüísticos específicos no porque lo demás sea necesariamente incorrecto —All lives matter es una perogrullada moral, una premisa obvia— sino porque es políticamente necesario.
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El movimiento Black Lives Matter ejemplifica por qué y de qué manera el lenguaje es político. Confrontado ante una axioma tan evidente como “todas las vidas importan”, realza la dimensión intencional de nuestras representaciones sin censurar sino, por el contrario, forzándonos estratégicamente a hablar con intención.