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Amigos, quiteños, chagras, préstenme sus oídos: están perdiendo su ciudad a manos de un demagogo y se están dejando. Durante décadas los quiteños han estado acostumbrados a una ciudad abierta, caminable y más o menos pacífica (al menos 50%** menos violenta que Guayaquil). Sus alcaldes han tenido —desde las épocas de Sixto Durán Ballén— altibajos. Incluso llegaron a niveles de preocupante mediocridad administrativa durante la alcaldía de Augusto Barrera pero a ninguno se le había ocurrido (como parece que es la intención de Mauricio Rodas) desbaratar las cosas buenas que tiene Quito para reemplazarlas por una concepción de ciudad vertical, en la que el ciudadano disfruta menos del espacio público y se privilegian los intereses corporativos bajo el discurso de obras trofeo (que no cumplen estándares técnicos ni propósitos claros), mientras se esconden los errores detrás de argumentos politiqueros. Es decir, la administración del alcalde Rodas está convirtiendo Quito en Guayaquil. Y ustedes se están dejando.

No vengo a contradecir al alcalde Rodas, sino a hablar de lo que sé. La mal llamada solución vial Guayasamín es un error no sólo urbanístico, sino una perversión contractual. Como explicó el urbanista John Dunn, el contrato por el que se construirá la mega obra que dizque va a resolver la conexión de Quito con sus alrededores es básicamente la entrega de un monopolio durante treinta años. Sin embargo, según la propia empresa china Road and Bridge Corporation en cinco años el paso estará congestionado, pero —de acuerdo al contrato— el municipio no podrá desarrollar otras vías alternas sin compensar a la constructora. No se está protegiendo la movilidad de los quiteños, se está cuidando el bolsillo de una corporación china. Ya hemos visto cómo funciona eso en Guayaquil: la Metrovía fue un plan ambicioso que nunca se concretó. Sus tres primeras troncales debieron estar listas en 2008, pero se completaron con cinco años de retraso. Según un reporte de diario El Universo, la cuarta troncal “no está en la agenda cercana del Municipio”. Pero no es solo el retraso, sino el monopolio: la alcaldía de Guayaquil entregó a los conductores de buses el manejo de los articulados de la Metrovía. Los “consorcios” que operan las troncales de la Metrovía son las cooperativas que salieron de circulación cuando sus rutas fueron absorbidas por la Metrovía. Esto no tendría nada de malo si los buses del sistema no replicaran las deficiencias de esos antiguos buses: una década después de que arrancara el servicio, su mantenimiento es pobre —botan un smog oscuro y tóxico, no tienen aire acondicionado y una vez una puerta se abrió en movimiento y una persona murió. Esta forma de hacer presentar obras como si fueran soluciones pero en realidad son parches entregados a dedo que no resuelven los grandes issues de las ciudades, tan socialcristianas, están comenzando a replicarse en Quito. Quiteños, ¿por qué lo permiten?

Tan parecida es la administración de Rodas a la de Nebot que los pobres le importan muy poco. La solución vial Guayasamín va a desaparecer al barrio Bolaños, desconocido para muchos pero que está minutos del hipercentro de la capital. El cineasta Pocho Álvarez ha hecho un documental sobre la vida en el barrio, amenazada por la construcción del paso elevado en el que está empecinado Rodas y su gente. La eterna insatisfacción de los comerciantes de Guayaquil con la red de mercados a la que han sido reubicados durante la gestión de Nebot en nombre del orden y la disciplina (porque siempre es más fácil imponer a construir consensos) se vuelven a escuchar en 2016. El mercado de Santo Domingo que no estará listo para la fecha prevista (este agosto) vuelve a poner sobre la mesa la ineficiente planificación urbana en detrimento de los más pobres. Según esta nota de diario El Universo, uno de los dirigentes de los comerciantes dijo: “Eso no entendemos, debían aprovechar que se construye algo nuevo para reorganizar a los compañeros que aún están en las calles”. Pero la alcaldía de Guayaquil no entiende —aunque tenga la libertad en la punta de la lengua— sobre la naturalidad de las dinámicas comerciales, de cómo aprovechar los espacios urbanos para fomentar el comercio y el intercambio sin convertir a la ciudad en un chiquero y manteniéndola cohesionada. Esos son los verdaderos desafíos de una alcaldía seria. Rodas, un falso centrista, replica el esquema en Quito: mover a la gente de su espacio natural con ese verbo tan gris y eufemístico: reubicar en lugar de desplazar.

Hay otros ejemplos que cada vez producen similitudes entre la administración de Guayaquil y Quito. Las políticas culturales sin rumbo, enfocadas en los espectáculos masivos, es otro ejemplo. “Quito volverá a ser un referente cultural desde donde se le dará impulso a cientos de bandas y músicos que encontrarán en este gran festival la oportunidad de hacer sus sueños realidad compartiendo el escenario junto a los más importantes artistas a nivel mundial”, decía Rodas a inicios de 2014 sobre cómo convertirían a Quito en una especie de Viña del Mar. Han pasado ya los años desde las entusiastas promesas del Alcalde y no hay nada parecido a lo de Viña, pero —más allá de eso— demuestra cómo la cultura está relegada a la suerte de la marginalidad. Con el entusiasmo de la llegada de Rodas a la alcaldía, varios profesionales jóvenes y serios fueron a trabajar con el Municipio. Duraron muy poco. Ahora muchos de ellos critican las políticas de Rodas quien, para mayor gloria de su socialcristianismo, ha decidido burocratizar el acceso al arte urbano.

La política contra el arte urbano nebotista empieza a verse en Quito. Uno de los muralistas más reconocidos del Ecuador, Apitapan, dijo en una nota de diario El Comercio que los policías municipales no los dejan pintar aun cuando tengan la autorización verbal de los dueños de la casa. Antes bastaba con ese acuerdo, pero ahora hay que firmar una autorización escrita y enviarla al administrador zonal para su autorización con la copia de la cédula. Esto ha generado que los artistas urbanos dejen de hacer murales, y las paredes quiteñas se llenen de rayones vandálicos, mientras la agencia de control que persigue artistas ha sancionado apenas a 13 personas en 2016. No hay que viajar demasiado en el tiempo para recordar las épocas en que camionetas enteras de garroteros municipales guayaquileños perseguían al artista Daniel Adum por su proyecto LitroXmate (que por cierto ha regresado y todos deberían participar). Si a esto le sumamos la destrucción del parque La Carolina y la podada de sus árboles centenarios (que evoca esta barbarie que hizo la dirección de ¡Áreas Verdes! del Municipio de Guayaquil con los árboles de la avenida Nicasio Safadi), la agresión captada en video de los metropolitanos quiteños contra vendedores informales (que Rodas después criticó con dureza sin entender que son sus políticas estructurales las que causan esa violencia, igual que no lo entiende Nebot) hacen ver similitudes demasiado preocupantes entre las administraciones socialcristiana de Guayaquil y de SUMA de Quito. 

En Quito se replica el círculo vicioso que hay en Guayaquil y que el urbanista John Dunn explicó en El paradigma de las obras trofeo: Una fracción de la ciudadanía expresa su inconformidad con las obras municipales. La efervescencia en la reacción de las autoridades es directamente proporcional a la proximidad de las elecciones. Se hacen nuevas obras. La ciudadanía se entusiasma. Aparecen las falencias y críticas sobre las obras recientemente inauguradas. «Entonces el proceso se repite», explica Dunn y pone como ejemplo la piscina del Parque recreacional COVIEM. Había cierto mérito en la obra —como las hay en las que quiere hacer Rodas— pero hay más problemas que soluciones, y la falta de planificación termina jugando en contra. «¿qué ocurrió durante y después de su inauguración?» —se pregunta Dunn— «A causa de los desmanes originados por el entusiasmo popular, enrejaron la piscina con alambres de púas». Enseguida se llamó a la Policía Metropolitana para que imponga el orden en las filas de entrada, y al final se limitó dramáticamente el número de usuarios por día. «A pesar de lo expuesto, estoy seguro que veremos pronto en la propaganda municipal lindas tomas en slow motion de niños sonriendo mientras se bañan en la piscina de COVIEM. Choca este contraste entre la realidad y la propaganda.» ¿Les suena, quiteños, esa insistencia por la propaganda? ¿O están demasiado distraídos? Parece que dan por sentada a una ciudad que —con problemas, desafíos y hasta muy malas alcaldías— siempre tuvo una calidad de vida asociada al disfrute del espacio público, el peatón y las áreas verdes. Pero deberían tener cuidado, o muy pronto nuestros corazones se irán en el ataúd del Quito que conocimos.


**Actualización: por un error de tipeo se hizo constar 80% en lugar de 50%

Bajada

Monólogo a los quiteños

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Fotografía de Agencia de Noticias ANDES bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0