Para la reconstrucción, es necesario saber cuál era la situación de vivienda en la provincia más afectada por la catástrofe
Después del terremoto del 16 de abril en el Ecuador, la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades) contabilizó 29.672 viviendas y edificios públicos “colapsados, por demoler, con restricciones o inseguros” a nivel nacional. La provincia de Manabí concentró el 95% de los daños del terremoto de 7,8 grados. Tres meses después de la tragedia, la reconstrucción avanza paralelamente con las demoliciones. Según el Gobierno, de los 3.344 millones de dólares que costará la reconstrucción, el 41% se destinará al sector social (que incluye, entre otros aspectos, vivienda) y el 26%, a infraestructura (que abarca electricidad, agua y saneamiento). El monto para estos cuatro sectores supera los mil millones de dólares.
Para analizar cuán drástico será el cambio que experimentarán las ciudades y pueblos, es necesario ver cómo eran estas poblaciones antes del terremoto, algo complicado en un país como Ecuador, donde el tipo de construcción varía según el clima y la topografía. Una vivienda de una zona urbana de la Sierra —departamento con techo de losa, piso de parquet y pared de ladrillo o bloque— es muy diferente a la del área rural —casa con techo de teja, pared de ladrillo o bloque y piso de tierra—, y esta tiene poco en común con una de la Costa —rancho con techo de zinc, pared de caña y piso de duela— o la Amazonía —casa con techo de zinc y piso y paredes de madera—. Un espejo de estas diferencias son los resultados de los estudios del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
Según estas cifras del 2010, en Manabí se registraban menos departamentos y más ranchos que la media ecuatoriana, y la caña era un elemento distintivo: era utilizada tres veces más en paredes y pisos que en el promedio nacional (para pisos solo 1% y para paredes 9% mientras en Manabí es 4% y 26%, respectivamente)
Con el terremoto colapsaron casas, edificios, hospitales, colegios, centros comerciales y hoteles. Se ha anunciado que las nuevas edificaciones deberán cumplir parámetros técnicos para evitar que, ante un nuevo terremoto, se repita la tragedia. La mala construcción (con edificios que tenían más pisos que los planificados) ha sido señalada como una de las causas del elevado número de muertes: 668. El censo de 2010 ya había dado indicios de este problema, sus resultados alertaron que las paredes y las cubiertas en Manabí presentaban peores condiciones que el promedio nacional.
Estos problemas habitacionales se ratificaron en el seguimiento de los avances del Plan Nacional del Buen Vivir cuando se determinó que, en 2006, el 66% de las viviendas en Manabí tenían características físicas inadecuadas —con paredes exteriores de lata, tela, cartón, plástico u otros materiales de desecho o precario—. Este porcentaje se redujo a 58% en 2013, pero seguía estando sobre el promedio nacional de 36%. En 2015, el Sistema Nacional de Información señaló que Manabí tenía un déficit cualitativo de vivienda de 38%, cinco puntos más que a nivel nacional. Este déficit toma en cuenta los atributos referentes a la estructura, espacio y a la disponibilidad de servicios públicos domiciliarios que requieren mejoramiento o ampliación.
El pozo, el tanquero y la letrina seguían siendo parte de la cotidianidad de los manabitas. Según el Censo de 2010, el 22% de la viviendas de esta provincia obtenían agua de pozos, el 15%, de tanqueros y el 10%, de un río, vertiente, acequia o canal. Asimismo, el 6% utilizaba una letrina y otro 6% no tenía ningún sistema para eliminar aguas servidas. Es decir, la provincia, antes del terremoto, ya presentaba problemas de agua potable y saneamiento.
Estos indicadores están (y han estado históricamente) por debajo de los niveles nacionales. Por ejemplo, en 2001, mientras el promedio nacional establecía que el 67 de cada 100 viviendas tenían acceso a la red pública de agua potable, en Manabí, apenas eran 47. De la misma manera, mientras el alcantarillado había llegado a 48 a nivel nacional, en Manabí sólo alcanzaba a 28.
En los últimos quince años había mejorado el acceso a servicios básicos. De acuerdo con la última información estadística disponible en línea —del Inec, Sistema Nacional de Información de Senplades y Sistema de Indicadores Sociales del Ministerio de Desarrollo Social—, en 2015, la provincia ya bordeaba los promedios nacionales en dos áreas: electricidad (que había subido del 81% al 96%) y recolección de basura (de 50% a 80%). En cuanto a acceso a la red pública de agua (pasó de 47% a 65%) y saneamiento (de 28% a 46%) también había progresado Manabí, pero recién estaba alcanzando los promedios nacionales del 2001. Además, el problema del hacinamiento (entendido como los hogares donde hay “más de tres personas por cuarto destinado exclusivamente para dormir”) había disminuido al 14%,un tercio menos respecto a 2006.
Antes del terremoto, no solo había cambiado el entorno de las viviendas manabitas sino que estas también estaban transformándose y no eran las mismas de hace 25 años. Década a década, los censos fueron registrando estas modificaciones: la caña había empezado a cederle espacio al hormigón en las paredes (la caña bajó del 48% al 26% como material presente en las paredes, mientras que el hormigón, el bloque y el ladrillo subieron del 43% al 64%); la tabla, al cemento y la baldosa en los pisos (el entablado pasó del 52% al 36%, mientras que el cemento/ladrillo subieron de 24% a 35%, y la baldosa pasó de 7% a 18%) y la paja, a la losa en los techos (la paja/palma bajaron del 12% al 3%, en tanto que la losa pasó del 9% al 14%).
Pero la transformación no solo se estaba dando en la estructura de la vivienda. Como se puede ver en el siguiente cuadro, casa adentro también hubo cambios en los últimos quince años: más hogares disponían de ducha (incremento del 35% al 80%) y servicio higiénico (del 56% al 81%) propios. Además se había reducido el uso de leña o carbón como combustible para cocinar (del 43% al 9%) y el equipamiento había aumentado con la presencia de electrodomésticos y equipos electrónicos.
Aunque el 53% de los colapsos de viviendas durante el terremoto se produjo en áreas rurales, las imágenes de los rescates más dramáticos muestran estructuras de concreto. Y quienes fueron a las zonas afectadas en los días posteriores señalaron que las casas de caña se habían mantenido en pie. En los testimonios recogidos en los reportajes sobre la reconstrucción —como este— tampoco es raro escuchar a personas que están prefiriendo nuevamente la caña, por considerarla más segura.
Modernas técnicas constructivas y materiales tradicionales como la caña (cuya capacidad antisísmica ha sido recordada) se mezclan en proyectos de viviendas, temporales y definitivas, que buscan diseñar estructuras en las que los manabitas vuelvan a creer y en los que nuevamente se sientan seguros. Se mencionan containers, casas modulares, urbanizaciones.
El principio de resiliencia al que aludirá el plan de reconstrucción se refiere a la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. Desde esta perspectiva, hacer frente a una tragedia no solo implica volver al estado inicial —que según estadísticas estaba en un proceso de cambio—, sino también mejorarlo. Por eso, tanto el diseño como la inversión se deberán articular en torno a la seguridad para que los manabitas no pierdan lo ganado en una década de desarrollo e incluso superen la brecha histórica que tenían respecto al promedio nacional en cuanto a servicios básicos.