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Cuando la cadena Target anunció que sus clientes transgénero eran bienvenidos y que el uso de sus baños podía hacerse según la identidad género de cada uno, la Asociación Americana por la Familia —un grupo cristiano conservador— logró juntar setecientas mil firmas para un boicot contra la compañía. En mayo de 2016, once estados presentaron una demanda contra la administración de Obama por ordenar que los colegios públicos del país permitan a sus estudiantes transgénero utilizar los servicios higiénicos que correspondan a su identidad sexual. Dos meses antes, Carolina del Norte aprobó una ley que, entre otras cosas, establecía que en los edificios públicos su uso debía corresponder al sexo determinado en las partidas de nacimiento. El baño —esa representación espacial de la intimidad— vuelve a protagonizar la lucha histórica por las libertades y la inclusión.

La segregación en los baños públicos no es nueva. De hecho, para la investigadora Olga Gershenson, su existencia se debe a una larga historia de movilización social.  En 1905, después de cinco años de resistencia gubernamental y oposición pública, la Asociación Sanitaria de Damas (Ladies Sanitary Association) logró construir el primer lavatorio de mujeres en Londres. Después, en la década de los sesenta, fue un tema prioritario en la agenda del movimiento por los derechos civiles de la población negra de Estados Unidos. Por entonces, a través de las leyes de Jim Crow, la segregación estaba institucionalizada en espacios públicos como  iglesias, escuelas, restaurantes, buses y, por supuesto, cuartos de baño.  En 1970 todavía se encontraban lavatorios donde “no se permitían negros”. De igual manera, organizaciones por los derechos de las personas con discapacidad hasta hoy siguen presionando por leyes que garanticen diseños arquitectónicos accesibles. Ahora, en Estados Unidos los conservadores tienen una nueva obsesión: dónde orina la comunidad LGBTI.

La forma en que nuestros baños están diseñados refleja dinámicas sociales. Además, proyecta nuestro entendimiento de lo que significa ser seres sexuales y sociales. Es un espacio escondido, dentro del cual somos lo que no somos cuando participamos de lo público. Por eso, sentirnos cómodos en el baño es una variante del derecho a la intimidad. En ese espacio privado nos encontramos, inevitablemente, con nuestros  genitales y con las funciones corporales que ignoramos cuando estamos fuera. Cuando ese  espacio se torna público, coincide con el concepto freudiano del subconsciente primitivo, un “Ello” corporal que ignoramos pero cuya existencia determina los protocolos y reglas que consideramos aceptables.

El tema toca fibras sensibles. No solo por la demanda en contra de la orden del gobierno federal, la ley de Carolina del Norte o el boicot a Target. En el estado de Utah, un hombre golpeó a otro por dejar que su hija de 5 años utilizara el baño de hombres. Los argumentos de los críticos de las medidas a favor de baños pro GLBT replican casi palabra por palabra lo que se decía décadas atrás contra los baños para la mujeres, —cuyas funciones corporales no debían considerarse en el espacio público— así como lo que se argumentaba contra la existencia de baños no segregados y de baños abiertos a homosexuales. La ley de Carolina del Norte responde a un resurgimiento de la derecha más retardataria en el sur del país. Leyes parecidas han sido aprobadas en Georgia, Arkansas, Kentucky, West Virginia y otros estados, basándose en un supuesto derecho a la “libertad de credo”. Una de las medidas más radicales es la  del estado de Mississippi, con una ley que explícitamente niega contratos, becas, beneficios estatales o licencias a quienes tengan relaciones fuera de un “matrimonio heterosexual”.  Son nuevas leyes fundadas en los mismos viejos prejuicios.

Pero algo ha cambiado: hace décadas, la discriminación era la norma. Hoy,  el país es otro. La fiscal general de la Nación, Loretta Lynch, se pronunció contra la discriminación en los baños en colegios, y anunció una demanda del gobierno federal contra Carolina del Norte. “Los vemos, estamos con ustedes y haremos todo lo posible para protegerlos en el futuro”, dijo. Los músicos Bruce Springsteen, Demi Lovato y Nick Jones cancelaron sus conciertos en el estado. Paypal  y Deutsche Bank han detenido gran parte de sus operaciones en Carolina del Norte. Ser un odiador se está convirtiendo hasta en un mal negocio.

Y, a pesar de todo ello, el baño es un espacio que aún debe ser conquistado. La investigadora de género Olga Gersheson dice que es uno de los pocos espacios todavía abiertamente segregados. Es ahí donde pueden estudiarse mejor las construcciones de lo que se considera masculino y femenino, de damas y caballeros. Recuerda que una de las objeciones en Londres contra la construcción de baños para mujeres era que éstos promoverían que ellas participen del espacio público, en vez de quedarse en casa. Por eso, muchos movimientos han priorizado la lucha por estos espacios como representaciones prácticas de la identidad. En 2002, en la Universidad de Massachusetts en Amherst, el grupo Restroom Revolution exigía que la institución garantice baños donde los estudiantes transgénero no sean agredidos física o verbalmente. Su movilización dio visibilidad a los riesgos que enfrenta la comunidad transgénero a diario. En el baño, decían, se concentraban vectores de poder sociales. “Sentarse en el inodoro sin ser cuestionados era un privilegio”, era el lema de los panfletos que repartían por el campus.  Un años después, Restroom Revolution logró que se asignaran dos baños unisexo en el campus. Desde entonces, el número de baños unisexo ha incrementado dentro de la universidad y en otras universidades de Amherst. La construcción de baños seguros para estudiantes transgénero fue un primer paso importante en una lucha que persiste por mayor visibilidad e inclusión.

El cuarto de baño es la representación arquitectónica del tabú. Ha sido el elemento que más atención ha recibido, a pesar de que la controversial ley en Carolina del Norte apunta a coartar más derechos que meramente su uso. Como espacios definidos según el género, la lucha actual por el lavatorio tiene ramificaciones radicales que podrían desafiar los fundamentos del binario hombre-mujer. Si el filósofo pop Slavoj Zizek tiene razón y en la variedad de diseños del inodoro se manifiestan las bases ideológicas de cada cultura, quizás el fin de la discriminación tendrá lugar cuando toda persona pueda elegir, libre y en paz, dónde orinar.

Bajada

¿Puede ir al baño ser una forma de luchar por los derechos civiles?

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Fotografía de Fritz Lamaña Ruppmann bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0