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El documental que Eduardo Countinho intentó hacer y dejó inconcluso (murió en 2014) sobre cómo viven y qué sueños tienen los adolescentes brasileños, terminaría por convertirse, entre otras cosas, en una película sobre cómo Countinho afrontó la exploración de un mundo con el cual creía no tener ninguna conexión.  Se llama Últimas conversas y se presentó durante la primera función del festival Edoc15.

El filme adquirió su forma final en la sala de edición. Cuando el cuerpo de Countinho — figura clave del cine documental latinoamericano contemporáneo (con obras como Edificio MásterSanto ForteLas Canciones o Jodo de Cena)— fue encontrado en su residencia de Río de Janeiro, su amigo João Moreira Salles —otro de los grandes documentalistas contemporáneos de Brasil— , decidió terminar Últimas Conversas con la ayuda de Jordana Berg, editora de Countinho desde 1999. Dos días después de su muerte, Moreira y Berg empezaron el trabajo de montaje con la intención de hacer el filme más cercano al que su amigo hubiera hecho. Claro, estaba también el factor sentimental: continuar el proceso de posproducción de la obra era una forma de sentir que él aún estaba cerca. A pesar de la tragedia que cataliza la culminación de Últimas conversas –y a pesar de que aborda cuestiones muy duras como el abandono, las rupturas familiares, el racismo aún tan latente en Brasil y la crueldad del bullying en los colegios– se trata ulteriormente de un documental sobre la esperanza.

No de una esperanza envasada y lista para sazonarnos la vida por unos minutos después de salir de la sala de cine (como la que venden las historias de “vivieron felices por siempre”, a las cuales se hace referencia durante una de las entrevistas), sino de la esperanza que da encontrar similitudes mediante la palabra, mediante el diálogo, con aquel otro al que veíamos como distante, como alienígena, como separado de nosotros por tres mil años luz.

En la charla posterior a la proyección del filme en el festival Edoc, Moreira explicó que Countinho hizo la elección consciente de situar su documental en un terreno por el cual tenía poco interés. Al ser la memoria y el tiempo los elementos esenciales de su filmografía, colocar a adolescentes (de estratos socioeconómicos bajos) como material de indagación era una manera de ponerse a prueba. De ver si podía sentir curiosidad por esas criaturas que habían visto pasar tan poco tiempo entre la experiencia y la memoria de la experiencia. Porque a Countinho, según Moreira, lo que le interesaba no era la verdad, sino la ficción de la verdad.

Las entrevistas que conforman el documental se presentan en primeros planos o planos más abiertos que muestran la postura y vestimenta de los chicos y chicas. “Hago cine sobre la gente que no sale en Google”, dijo Countinho a El País durante una entrevista. La cámara examina a sus sujetos anónimos con tomas largas que recuerdan a aquella gran escena de Los 400 golpes, en la que Truffaut presenta al joven Antoine Doinel mientras habla de su familia, de sus problemas y de sus amores con una consejera. Claro, aquí estamos ante personas y no personajes de ficción, lo que hace que sean aún más notables las dotes de entrevistador de Countinho, quien parece no tener que esforzarse para conducir el diálogo (y a sus interlocutores) hacia estremecedores picos del espectro emocional.

Cuando el documental arranca, Countinho está frente a la cámara. Ocupa una silla en medio de una habitación vacía en cuyo fondo se ve una puerta azul. Es la misma silla donde más adelante veremos que se sientan sus jóvenes entrevistados. Countinho le cuenta a Berg, cuya voz escuchamos en off, las dudas sobre el proyecto que realizan. Está algo frustrado. Es el cuarto día de rodaje (de cinco en total) y le resulta difícil conectar con los adolescentes. Saca un cigarrillo y empieza a fumar. No puede abandonar el proyecto, dice. Además, a los 81 años, ¿qué otra cosa puede hacer alguien que ha dedicado la mayor parte de su vida a grabar? Ese momento de duda, de desencanto frente a lo que se hace, de asunción del propio fracaso y de la resolución de seguir adelante se convierte en un prólogo, tanto de las entrevistas que le seguirán, como del retrato de Countinho que emerge paralelamente.

La decisión de incluir al realizador dentro del documental puede parecer extraña si se considera que la intención de Moreira era tratar de hacer las cosas cómo Countinho las hubiera hecho. Pero, para Countinho, las cosas arbitrarias que sucedían durante el rodaje no podían no incluirse, pues la realidad, la vida cotidiana, está sujeta y condicionada por esa arbitrariedad. Por ejemplo, si un operador no sostenía su boom lo suficientemente en alto, y este aparecía en el encuadre, pues el boom salía en el corte final (vemos un boom en el prólogo del documental). Si durante alguna entrevista la cámara se desenfocaba, el desenfoque quedaba en el corte final (hay al menos uno en el filme). Que Countinho muriera antes de concluir la cinta era algo cruelmente arbitrario, y demasiado real, que además condicionaba la narración, la alteraba y le otorgaba nuevas significaciones. Moreira, si quería hacer una cinta que respetara la ética laboral de su amigo, no podía dejar afuera ese hecho: la desaparición en carne de Eduardo Countinho es retratada por Moreira mediante la ascensión de su imagen al celuloide.

En el documental no hay mención alguna de su muerte. Al contrario, en el corte orquestado por Berg y Moreira se lo muestra en momentos de intensa agitación emocional, de genuina curiosidad, de empatía. Y, gracias a otro hecho arbitrario que cierra el filme (y que no revelo para no spoilear), de encanto, de risa y de genuina fascinación ante un personaje inesperado, que le hace sentir que se fascina con las palabras como si fuera la primera vez que las escucha.

Últimas conversas es muchas cosas al mismo tiempo. Es el homenaje bello de Berg y Moreira a un amigo y a un gran cineasta. Es la crónica de un proyecto documental cuyo director siente que va a la deriva, es una colección de entrevistas divertidísimas (de verdad, no me he reído tanto en una sala de cine hace mucho), y muy duras a ratos, que muestran a un Brasil joven distinto, resuelto y con ambiciones mayores a las de sus padres y abuelos. Y es una lección sobre cómo la economía del lenguaje cinematográfico puede articular obras muy elocuentes, que hagan retratos íntimos de los individuos y, simultáneamente, capturen la panorámica de toda una generación y un territorio.

Últimas conversas es parte de la sección Intercambios y Encuentros del festival. En Quito se proyectará el domingo 22 (Cinemark Paseo San Francisco, 19h00), el viernes 27 (InCine, 21h15), el domingo 29 (Parque Urbano Cumandá, 14h00) y el lunes 30 (Ochoymedio, 19h00). En Guayaquil se proyectará el jueves 2 (Universidad de las Artes, 16h00).  

Bajada

 

Últimas conversas es la primera cinta que se presentó en el Festival Edoc. La obra póstuma de Eduardo Countinho esboza el retrato de una generación que, a pesar de haber crecido entre la pobreza, los conflictos familiares y el racismo, está resuelta a no dejarse condicionar por ello.