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Bajo los argumentos de insalubridad y carencia de permisos municipales, diario El Comercio se las ha tomado contra los vendedores de jugos de naranja en la ciudad de Quito. El editor de la Sección Quito, Alejandro Ribadeneira, ha dicho «por más rico que sea el juguito, es peligroso para la salud y la sociedad«. El jugo de naranja callejero como enemigo de la sociedad es un concepto bastante espectacular viniendo de un medio del que es dueño un oscuro personaje que aglutina franquicias y salas de redacción por toda América Latina, pero resulta que eso no es una amenaza tan grande para la convivencia como que 3 de cada 10 comerciantes vendan jugo en la calle supuestamente no apto para el consumo humano. Es probable que la fijación del medio venga más por el lado de la discriminación y el interés comercial.

El Comercio tiene un sospechoso vaivén de discursos en este tema. El 9 de abril  de 2016, publicó La naranja embotellada se volvió una oportunidad de trabajo en las calles de Quito. Su autora, Evelyn Jácome, decía que  ante la crisis la venta informal de jugos de naranja se convertía en una opción de subsistencia. Sin embargo, en la misma advertía que la actividad era “ilegal”, como vaticinando todo aquello que escribiría posteriormente: criminalización, construcción de amenazas e ilegitimidad de los pequeños comerciantes. Como si estuviese preparando el camino para la satanización de la venta y consumo de la vitamina C en las esquinas de la ciudad.

Las prioridades de El Comercio a la hora de reportar son, digámoslo con clemencia, dudosas. El 32% del jugo de naranja que se vende en las calles de Quito no es apto para el consumo humano rezaba el irónico titular, porque si el jugo de naranja no es apto para el consumo humano, entonces qué sí lo es: con la industrialización y masificación de la cadena alimenticia, los enlatados y comida que tiene que durar meses ha llegado a nuestra mesa con mayor frecuencia. A nivel mundial a través de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha pretendido restringir el consumo de productos nocivos para la salud. El azúcar y los preservantes son peligrosos agentes para el cuerpo humano que ingerimos a diario. Incluso, los países más radicales han planeado imponer impuestos altos para eliminar el incentivo en su consumo. Lo extraño de la nota periodística —que se suma a esta tendencia de alimentarse bien— es que nunca especifica el origen del estudio que sataniza los jugos, no menciona el funcionario de la Secretaría de Salud de Quito que lo ordenó. Es increíble que, después de consumir toda una vida alimentos procesados, sea el jugo de naranja exprimido aquel que no sea apto para el consumo.

Lo grave no radica en si podemos tomar o no un jugo de naranja de vendedor informal. Lo grave, lo que entristece, es el ejercicio del poder para la opresión de los trabajadores que, en épocas de crisis, buscan modos de subsistencia. Lo grave está en la desproporción del ataque a los jugueros. Una desproporción que fue la inversa cuando diario El Comercio tituló la noticia sobre PanamaPapers de esta manera: Presidentes, realeza, deportistas y artistas afectados por ataque informático a bufete panameño. Debe ser el único miembro de la red de medios que participó en la investigación de PanamaPapers que calificó al informe del International Center for Investigative Journalism como un ataque informático. Pobrecitos empresarios, reyes y estrellas de cine: los atacaron unos malvados espías digitales. Ahora, el ejercicio del poder mediático cae con fuerza sobre el lado más débil.

Es un mecanismo que necesita de varias tuercas: por un lado, la de la Secretaría de Salud del Municipio de Quito. Por otro, el del medio que legitima el reporte municipal y alarma contra el pequeño emprendedor. Por otro, no he visto, en mis 30 años, investigación municipal que me oriente sobre el consumo de azúcares en jugos procesados. Azúcares que han afectado directamente la salud de mi padre y madre que ahora padecen diabetes por confiar en las grandes industrias. Y, finalmente, llama la atención el hecho de que en el último año, si se usa el buscador virtual de Diario El Comercio, no se encuentran reportajes sobre afectaciones a la salud producto del consumo de alimentos procesados. O sea, si queremos hablar de lo que nos hace realmente mal habría que empezar por una larga lista de empresas que auspician a los medios. Pero, claro, tal vez mejor no meterse con los que ponen la plata. ¿Cómo puede decir el editor Ribadeneira que esta es una falsa discusión?

Lo peor de este ejercicio de dominación, es que es insistente. Un ilógico, xenófobo y mal construido artículo publicado en —vaya sorpresa— diario El Comercio llamado Municipio investiga presunta red de mafia peruana en venta de jugos de naranja se publicó después del primero que decía que el jugo era dañino. Después de leerlo, recordé el clásico de Francis Ford Coppola: esto no hacía sentido, nunca entendí de qué forma pequeños comerciantes que ejercen su derecho al trabajo —consagrado en la Convención Americana de Derechos Humanos y Constitución de la República del Ecuador— pueden ser parte de una mafia. Desde el poder se insiste en criminalizar las actuaciones de los más pobres. Es muy bajo, pero es aún más bajo que lo haga la prensa. La etimología comúnmente aceptada de la palabra mafia surgió en 1282 cuando un grupo de campesinos armados resistieron la invasión francesa de Sicilia con el lema: Morte Alla Francia, Italia Anela —muerta a Francia Italia anhela— que se tradujo en el vocablo MAFIA. Con el tiempo esta palabra vendría delineando los comportamientos de grupos subrepticios, encargados de los crímenes más atroces contra las sociedades medianamente comerciales italianas: asesinatos, violaciones, proxenetismo, contrabando para poder enriquecerse. La mafia trabaja con bienes generalmente ilícitos: el juego y la prostitución en Estados Unidos, la cocaína y el opio en otras partes del mundo. Hasta ahora, es difícil pensar que alguien va a empezar una red de trata de naranjas para consolidar un imperio que trafique con jueces y políticos. Pero a El Comercio no le parece que esto merezca un ejercicio crítico.

Una de las labores fundamentales del gobierno central y sus organismos seccionales  es fortalecer el ejercicio progresivo de derechos. Esto, aplicado al derecho al trabajo, implica generar fuentes, condiciones y capacitaciones necesarias para que todos los ciudadanos, que no pueden acceder o tienen restringido este derecho, sean garantizados y protegidos por la correcta política pública “Se trata de una competencia desleal e ilegal” —dice el artículo— “ya que las naranjas informales se venden a menos precio que aquellos productos que cuentan con permisos de ley, que pagan renta, tienen licencias, pagan impuestos, etc”. Según El Comercio, David puede vender más jugos que Goliat. Todo eso es falso: la Ley Orgánica de Regulación y Control del Poder de Mercado, establece específicamente cuáles son las prácticas desleales y ninguno de estos comerciantes incurre en ellas, si se toma en cuenta que su “competencia” son cafeterías, bares y enormes corporaciones que envasan jugos azucarados. Pero El Comercio quiere que a un naranjero lo traten con la misma severidad que a Pepsi y Coca Cola.

Pero el absurdo no se detiene ahí: la mafia no sólo es capaz de hacerle competencia desleal —según Evelyn Jácome, la misma redactora de El Comercio que escribió que vender jugos era una opción en la crisis— a restaurantes y grandes corporaciones sino que (oh, terror) es peruana. La xenofobia con la que describe esta nacionalidad nos lleva a criticar la deshumanización del mismo. No importa si quien quiere sobresalir es peruano, boliviano o ecuatoriano. Hace menos de un mes, por motivos del terremoto, propugnábamos ser todos hermanos latinoamericanos, unidos en la tragedia. Ahora un sólo artículo mal redactado nos devuelve a la xenofobia, a la crítica destructiva, a la pérdida de los valores de humanidad que la tragedia nos regaló.

Ribadeneira quiere zafar del fiasco periodístico de su medio diciendo que no es hora de tener esta discusión. “El tema de moda en Quito no es la estrategia para sostener la ayuda en el largo plazo ni tampoco el espacio que debe tener la gente (‘sociedad civil’ le dicen) en la reconstrucción de Manabí, más allá de los planes estatales.” Lo dice en el mismo diario que en su portada electrónica del domingo 8 de mayo de 2016 tiene otras importantes discusiones como Los fans de los cómics tuvieron su fiesta ‘friki’ en Quito y Yoga, boxeo, muay thuai en la Carolina… un lugar para todos. Pero se equivoca, esta es una discusión necesaria y en la que él y su medio tienen que elegir de qué lado de la historia quieren estar, qué periodismo quieren hacer. Le tocará a él saber si quiere —en palabras de la periodista Olga Lucía Rodríguez— “tomar partido por la verdad, estar al lado de las víctimas, de los derechos humanos, de la justicia”, o dedicarse aquello que Rodríguez llama “Todo lo demás no es periodismo, sino reproducción de propagandas”. Y en este caso, lo que es peor y más triste aún, de propagandas de bebidas que compiten con los jugueros, que seguramente les están ganando la pulseada en la calle.

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Diario El Comercio y el lobby de la persecución al pequeño comerciante

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Fotografía de Christian Ramiro González Verón bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0