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A la Sagrada Familia se la visita por la tarde. O a la hora en que, según la estación, los rayos de sol ingresen por los ventanales. Así, el recorrido por este famoso templo de Barcelona dejará de ser un simple punto en un itinerario turístico compartido por más de dos millones de personas cada año, y se convertirá en una experiencia individual. Hace más de un siglo este edificio fue concebido de una forma global: no solo se construyó con piedra sino también con luz (y sombra).

La primera vez que vi el templo de la Sagrada Familia fue en un álbum de fotos, cuando era niña. El color y labrado de las torres me recordaron más a un nido de termitas o un panal de abejas que a una iglesia. Así pasé dos décadas sin tratar de descubrir cómo era el interior de una estructura que sabía en eterna construcción.

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Antes de ir a un lugar suelo investigar sobre él, pero a la Sagrada Familia entré a ciegas. El contraste entre el exterior —oscuro y labrado— y el interior —luminoso y sencillo— me dejó clavada en la puerta: sobre el blanco de las paredes, las columnas y el techo se regaba la luz que entraba por los vitrales. Y lo que seguramente es blanco a otra hora del día en ese momento se teñía, por un lado, con colores cálidos como rojo, amarillo y naranja, y, por otro, con tonos fríos como azul, morado, verde, celeste y turquesa. Varias veces me habían explicado el significado de los colores pero sólo en ese momento entendí su capacidad de producir sentimientos específicos. Sentí frío y calor, el cambio dependía del lado por el que caminara.

Al hablar de la Sagrada Familia pienso en la tradición del nacimiento o pesebre. Y de alguna manera así me sentí en aquel espacio lleno de luces de colores y con una multitud de humanos y animales tallados en las fachadas. El zoom de mi cámara me permitió ver que la luz atraviesa figuras abstractas, y a distinguir una que otra letra. Luego me enteraría de que cada vitral contiene parábolas de Jesús, pero en ese momento solo pensaba y sentía el color que entraba por los círculos, óvalos y rectángulos de vidrio.

El interior de la Basílica fue concebido como bosque donde las columnas simulan árboles, con anchos troncos y copas frondosas de hojas. Sí, un bosque en forma de cruz latina con capacidad para más de diez mil personas. Ese bosque está perfectamente iluminado por los vitrales que se pueden contemplar desde las bancas ubicadas al pie de estos cuadros hechos de luz. Esa misma luz es la que dirige la vista hacia cada detalle: los ventanales, unos pocos medallones y el Cristo sostenido de un baldaquino colgante (imagínese un paracaídas) en el altar. En las esquinas la luz tiñe de dorado las paredes y de morado las columnas, en diseños hechos con juegos de luces y sombras que cambian a lo largo del día.

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La Sagrada Familia se empezó a construir a fines del siglo XIX. La ciudad fue creciendo a su alrededor y hoy sus torres son parte del perfil de Barcelona. Es considerada la obra maestra del arquitecto español Antoni Gaudí y la máxima expresión de la arquitectura modernista catalana.

Para sus diseños Gaudí se inspiró en la naturaleza, en cuevas y montañas. Quería que sus edificios reflejaran las leyes de la naturaleza en cuanto a funcionalidad y estética (quizá no estaba tan desubicada la descripción del panal de abejas o el nido de termitas). La construcción de la Sagrada Familia ha sido una parte planificación y otra improvisación. Pero la importancia de la cromática siempre estuvo ahí. Los ventanales distribuyen la luz no solo para iluminar: crean un efecto de reflexión y, a la vez, dan esplendor a la estructura.

A sus 31 años, Gaudí se hizo cargo de un proyecto que sabía que duraría más que su propia vida. En un mundo tan vertiginoso como el actual resulta difícil planificar tan a largo plazo. Pero él sabía que la construcción debería enfrentar falta de fondos, guerras, incendios… como el que destruyó parte de los planos durante la Guerra Civil. Estas maquetas y dibujos se pueden observar en el museo que queda debajo del templo. Cuando esté terminada, la Sagrada Familia tendrá dieciocho torres; actualmente se puede subir a dos. También tendrá tres fachadas (por ahora dos son visibles). El interior es lo único que está terminado.

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Todo en la estructura tiene un complicado simbolismo. En las descripciones de los diseños (construidos y por construir) se habla de piletas, cascadas, pasos subterráneos, cuadros mágicos. Una parte la dejó escrita Gaudí y otra la dejó abierta para que las futuras generaciones lo decidieran. Gaudí murió en 1926, atropellado por un tranvía, tras una década de vida consagrada a la construcción de la Sagrada Familia, que en 2005 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En más de un siglo de construcción, nueve arquitectos han dirigido las obras. Se estima que el templo no estará terminado antes del 2026 por lo que las grúas seguirán siendo parte de su paisaje por varios años más.

En la audioguía que acompañó mi recorrido escuché que a Gaudí lo llaman el Arquitecto de Dios y que consideraba que la Sagrada Familia debía ser un himno de alabanza que llevase un mensaje evangélico. Y sí, bajo la luz de los vitrales, me imaginé cada piedra como una estrofa o una parte de una obra de arte, y definitivamente algo me conmovió, pero no sé si esa sensacion tuvo algo de divina.

Bajada

Un recorrido por la obra del arquitecto que jugó con la luz y las sombras para alabar a dios (y sin saberlo conmovió hasta a los más ateos)

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