Captura de pantalla del mapa creado en CartoDB. 

¿Qué podemos aprender de la reacción mediática al terremoto del sábado?

Después del temblor en Calderón en Agosto del 2014 en redes se difundió un meme cómico que decía: tras guarecerse, el siguiente paso es comentar el temblor en Facebook y Twitter. Así fue, más o menos, con decenas de referencias humorísticas que siguieron al temblor a pesar de 4 muertos y daños moderados. En cambio, en el reciente terremoto del 16 de Abril —después de un silencio oficial de casi una hora— las redes sociales parecían cumplir a ciegas con otro rol, pasando muy rápidamente del humor y susto a la indignación. ¿Qué estaba pasando? 

En Quito aunque el terremoto se sintió con fuerza, la programación nacional no daba señal de alarma. Fue a las 18:58 ECT. Desde un séptimo piso, parecía haber durado más de un minuto. Sin daños muy visibles, en la ciudad intuíamos que algo muy grave había pasado en algún lugar. Cosas rotas en el suelo, las llamadas telefónicas insistentes y las lámparas oscilantes como referente de la intensidad. Prendimos la televisión esperando noticias. Nada: un documental, entrevistas y caricaturas. En Facebook, la gente comentaba el zarandeo, “que había que bailar para pasar la tembladera, que al minuto yo ya había descubierto a Dios, que se rompieron las macetas, que más fue el susto.” Lo normal: el humor es importante en estos casos. Pero sin información oficial, el tono cambiaba rápidamente. 

Pasó una hora para que empezáramos a entender la magnitud del terremoto. Primero fue un video en CNN, un medio internacional, tomado dentro de un centro comercial, después la indignada exigencia por información local.  El grupo de Whatsapp de mi familia colombiana empezaba a mandar mensajes preguntando cómo estábamos en Quito. Después, llamaron porque sabían que el epicentro había sido en Pedernales, donde algunos habían vacacionado en diciembre. En Galápagos, otro grupo de Whatsapp preguntaba sobre la posibilidad de un tsunami. Quedaba claro que había sido gravísimo. Pero no había confirmación. Pedernales debe estar destruido, ¿qué se sabe de Esmeraldas? ¿Y Canoa y los pueblito más pequeños?¿Qué pasa en las periferias de Guayaquil? 

A las 19: 52 se intensificó el uso de redes en Quito y Cuenca. En la Costa, un sigilo ominoso hasta después de las 21:00, cada vez con más información. Sin internet en las zonas afectadas, no quedaba sino la voz oficial y la intervención del vicepresidente con información preliminar. La gravedad tomaba tiempo en asentarse. Recién a las 11:38 de la noche,  la periodista Andrea Bernal decía que el alcalde de Pedernales pedía ayuda, que había muertos, edificios caídos y que estaban incomunicados. Pero de noche, sin luz, los medios seguían tanteando.

La indignación en redes era completamente entendible. Pero con ella se disparaba también la desinformación, la acrimonia política y la desesperación. Vivíamos un momento en el que quedaba clarísimo que el silencio no previene el pánico, sino que lo exacerba. Y que si no se viabiliza y facilita la libre información periodística, las redes se repletan de todo lo que la cautela gubernamental probablemente pretendía prevenir. La prudencia no se logra a ciegas. 

De igual manera, arremeter contra los contrarios políticos con los mismos ismos calificativos de siempre no tiene ningún lugar en un momento como éste. No solo por distraer de la prioridad de apoyar a las víctimas, sino por tratarse de una situación absolutamente extrema. Como dice Isabela Ponce, habrá tiempo para hacer críticas específicas, técnicas y dirigidas. Pero incluso por estrategia, en este momento la prioridad es otra. Vimos que a las redes sociales, cuando hay luz e internet, no las calla nadie. Son poderosísimas y pueden ser instrumentos muy útiles. Por eso en casos como estos nuestro deber como usuarios es sobreponer la información organizada y dirigida de ayuda a las zonas damnificadas por sobre la furia y la indignación —que, aunque pueden ser entendibles— con frecuencia son contraproducentes. 

Después del terremoto, los posts humorísticos no continuaron por mucho tiempo ni en Facebook, ni en Twitter ni en Whatsapp porque nos dimos cuenta de que lo que habíamos sentido a distancia era más serio de lo imaginable. No era el momento de hacer chistes sino de informar y comunicar colectivamente. No porque esté mal expresar nuestro miedo con humor sino, simplemente porque era otra la prioridad. El comediante Ave Jaramillo decía en su cuenta de Facebook que como en la comedia “la vida es cuestión de timing.” Tiene razón. Así mismo, quienes ante los escombros y de lejos, se están dedicando a apuntar índices de lado a lado, talvez deban recordar esa vieja regla de la comedia. Hasta en la política, hasta en redes: Todo es timing. Y ahora no cabe politizar a los muertos.