Foto de José Villacreses

¿Por qué deben los medios privilegiar una cobertura especializada y ética y no la retórica de la queja?

Es indolente llenar portadas de medios impresos y digitales con politiquería cuando aún hay decenas (sino cientos) de personas bajo escombros. La cobertura periodística luego del terremoto de 7,8 grados de magnitud en el Ecuador el 16 de abril de 2016 ha tenido dos acercamientos: el de la ayuda —enfocados en contar historias de afectados o difundir información para facilitar la asistencia—, y al otro extremo, la casi obsesiva fijación de convertir cualquier tema en un elemento para criticar al presidente Rafael Correa. Aunque hay y habrá decenas de ejes sobre el desastre, este no es el momento para fijarnos en asuntos que no aportan en nada a resolver la situación de emergencia.

La mañana del domingo 17, apenas doce horas después del sismo, leí un texto que criticaba la Ley de Comunicación y su efecto negativo en la difusión de información durante el estado de excepción y reconocía la importancia de las redes sociales para esa función. Y sí, la Ley ha sido un obstáculo para que la información llegue oportunamente pero no, no es el momento para enfocarnos solo en eso. Y sí, como dicen otros artículos, las primeras palabras del Vicepresidente Jorge Glas después del terremoto no fueron acertadas, pero no, no es momento de gastar energías para analizar el discurso (porque a eso se ha limitado cierto periodismo a ver solo las palabras y no las acciones) de un político. También leí en un grupo de Whatsapp, luego de la transmisión especial del Presidente, mensajes que calificaban como antipático, ostentoso y patético el comentario de Correa sobre su avión presidencial “con comunicaciones”. Una vez más se enfocaban en lo más irrelevante del mensaje gastando energía en una crítica que ni siquiera es legítima: estoy casi segura que si el avión no hubiera tenido teléfono y el Presidente hubiera estado desconectado doce o catorce horas, esa hubiera sido la queja. Una cosa es ser críticos con la gestión pública —lejos de ese periodismo que es una extensión de la propaganda estatal— y otra cosa es que la aversión hacia al Presidente quite cualquier vestigio de sensatez y empatía. Este es un momento para aprovechar la capacidad y alcance como periodistas e informar de manera precisa —verificando datos porque se han difundido rumores— y oportuna sobre las cosas que realmente importan en un momento inmensamente triste para todos los ecuatorianos. El periodismo —escribió Olga Rodríguez— es “tomar partido por la verdad, estar al lado de las víctimas, de los derechos humanos, de la justicia. Todo lo demás no es periodismo, sino reproducción de propagandas”. En una catástrofe como la que vive el Ecuador no queda más espacio que estar con las víctimas, usando el oficio para acercarles ayuda, facilitar su rescate y lograr identificarlas. Todo lo demás, ahora, es tomar partido por la propaganda política, de cualquier extremo.

La cobertura periodística de terremotos se ha analizado en todo el mundo: existen estudios, guías, consejos, foros sobre qué se debe hacer y evitar durante estas situaciones. Después del terremoto en Chile, en 2010, la Federación de Medios de Comunicación de Chile elaboró un informe de cuatro páginas sobre la cobertura del desastre y entre sus conclusiones, recomendó que cada medio elaborarse un protocolo sobre cómo cubrir una catástrofe. Esto, para evitar “reiteración de fotografías, periodistas protagonistas de las noticias, uso excesivo de emocionalidad sobre racionalidad”. Otro ejemplo es este manual periodístico para la cobertura ética de las emergencias y los desastres de la OMS que dice que “es responsabilidad de la prensa informar con una visión de respeto hacia las víctimas y con un carácter noticioso que procure soluciones y aliente la prevención”. También en el mundo se ha criticado la desinformación de algunos corresponsales quienes transmiten datos sesgados. Y, aunque las funciones del periodista parecen obvias para quienes lo son, no está de más recordarlas en especial en momentos de emergencia.

Debe ser devastador perder a un ser querido o buscarlo porque está desaparecido, pero debe ser aún peor estar en esa posición y notar que los periodistas —quienes, lo quieran o no— tienen un alcance privilegiado y sus publicaciones repercuten— se enfoquen en buscar maneras de criticar las gestiones del correísmo en vez de ayudar. Esa obsesión de colegas con la politiquería los presenta como apáticos ante la tragedia. Es probable que no sea así, pero están más sumergidos en un rol de opositores o activistas políticos —de propaganda— y se olvidan de ese otro rol de periodistas que surge en esos momentos de emergencia.

En el mundo hay medios y periodistas que han aprovechado este oficio no solo para informar sino para ayudar. En 2010 luego del terremoto en Haití, iReport —el medio ciudadano de CNN— lanzó Looking for loved ones in Haiti, una iniciativa para buscar a las víctinas, y el Huffington Post creó The Haiti Blog para de informar y comprometerse con la reconstrucción de Haití. En Haití y Chile, en los terremotos de 2010, la plataforma ciudadana Ushahidi sirvió para compartir información sobre los desaparecidos. Los medios —y también los ciudadanos— en el mundo han reportado sobre estas tragedias pero también se han comprometido activamente a ayudar. ¿Por qué los medios ecuatorianos no hacemos lo mismo?

El manual de la OMS dice que los periodistas deben reflejar “trato respetuoso a las personas afectadas” y hablar de otra cosa que no sea el terremoto no es respetuoso. Es cierto que esta tragedia ha mostrado la peor cara de la Ley de Comunicación como muchos sitios han señalado. Y aunque las redes sociales —Facebook, Twitter, Whatsapp— han sido vías útiles y necesarias para la difusión de información —donaciones, centros de acopio, desaparecidos— también se han convertido en la plataforma de la desinformación y sensacionalismo. Pocas horas después del terremoto circularon una serie de notas de voz con mensajes alarmantes que resultaron, en su mayoría, falsos. Este flujo de información sin filtro en redes nos debería enseñar a los periodistas que podemos ser curadores de datos, que es normal que la ciudadanía esté alterada compartiendo todo lo que le envían, pero que nosotros no podemos caer en eso.

El terremoto nos ha enseñado muchas cosas a los ecuatorianos: hermosas como la solidaridad de miles de personas que se han organizado para llevar, recibir, trasladar, coordinar, administrar ayuda, y otras no tan positivas como la indolencia al difundir fotografías de víctimas. Como si no fuera ya suficiente para los familiares haber perdido a su ser querido. Cuando aún hay más de doscientos desaparecidos en un país con carreteras interrumpidas y Pedernales está destruida en un 60%, no es el momento de ver para otro lado, ni para andar pontificando.

Durante el terremoto en Nepal en mayo de 2015 hubo artículos útiles y responsables y periodistas que salieron a reportear en vez de encerrarse tras su escritorio y no salir a las calles. Los reporteros ecuatorianos deberíamos aprender de ellos.

Cuando pase la emergencia y sepamos que no hay más sobrevivientes y que toda la ayuda humanitaria ha llegado será momento de publicar sobre la gestión del Gobierno o sobre cómo cada político aprovechó la coyuntura como palestra. Ese será el tiempo del análisis. De las críticas fundamentadas y directas. Pero ese momento no es el que vivimos hoy. El periodismo que necesita el Ecuador ahora mismo es estar con las víctimas, usando el oficio para acercarles ayuda, facilitar su rescate y lograr identificarlas.

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