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Una pareja de jóvenes veinteañeros se besa al pie del monumento central, que continúa embadurnado con ofrendas alusivas a los atentados terroristas del 13 de noviembre. Junto a la pareja, también acomodados en el piso como si estuvieran sobre el terso prado de una hacienda, tres jóvenes rasgan sus guitarras con más corazón que destreza. Es una estampa que juntan hedonismo y el empeño por alzar la voz. Escenas similares se repetirán entre el 8 y el 11 de abril como síntesis del pulso que se mantiene en el entorno, aunque hablar de síntesis fuerza a limitar el carácter frenético y multiforme del movimiento Nuit Debout (Noche en pie), un condensado de muchos descontentos y pocas certezas.

El 31 de marzo se realizó en toda Francia la cuarta marcha contra el proyecto de ley de reforma al código del trabajo (conocida como ley El Khomri, por Myriam El Khomri, la ministra del trabajo que la impulsa) que durante los últimos meses ha agitado a la opinión pública y a gran parte de la clase política, incluidos sectores del gobierno socialista. Quienes se oponen al proyecto consideran que están en juego los derechos y las protecciones sociales de los trabajadores, las conquistas por las que tanto se han batido los sindicatos. Entre otras reformas, la nueva ley le permitiría al empleador limitar a su favor el monto a pagar por horas extras, ampliaría las razones por las cuales podría ejecutar despidos, e impondría un tope universal a las indemnizaciones en caso de despidos injustificados, lo que actualmente se establece según el caso ante los jueces competentes. El contexto es el de un país con el 10% de la población desempleada y los jóvenes con más obstáculos para insertarse en el mercado laboral.

Como suele ocurrir en París, la manifestación del 31 de marzo terminó en la Place de la République, en pleno centro de la ciudad. Días antes, un colectivo llamado Convergence des luttes (Convergencia de luchas) hizo circular por las redes sociales una convocatoria para que los marchantes extendieran la protesta permaneciendo toda la noche en la plaza. Convergence des luttes —definido como una conjunción de “sindicalistas, intelectuales, ambientalistas, obreros, estudiantes, precarios económicos— nació el 23 de febrero a partir de una reunión pública organizada por el periódico de izquierda Fakir, en la que François Ruffin, su fundador, presentó Merci Patron !, un documental de su autoría acerca de las injusticias laborales. El llamado a permanecer en la plaza tenía el lema Nuit Debout, que fue el nombre que adoptó lo que a partir de entonces fue convirtiéndose en el fenómeno de movilización social que ahora mismo le tiene a Francia preguntándose por su destino.

Alrededor de los jóvenes que se besan en la Place de la République se esparce la ciudadela salvaje, el festival de combates y divertimentos en que se ha convertido este lugar emblemático. En sus momentos más álgidos, llegan a juntarse unas cinco mil personas. Dentro de una suerte de domo de plástico bautizado La burbuja se proyectan documentales militantes. Cuando terminan las películas, se desata la fiesta. Un Dj instalado bajo una carpa enclenque anima a la muchedumbre a tono de drum and bass. Por ahí, un malabarista juega con clavas; por allá, otro malabarista lanza un bastón con las puntas en fuego. Por el otro costado, estudiantes de arte arman en un par de horas, con paneles de madera y otros materiales reciclados, una barraca multiusos: discusiones, más fiesta, más música. La música desborda: los Dj, los tamborileros, las fanfarrias, los jazzistas, los trovadores. Alguien llega con todo: parquea su auto en media plaza, conecta un generador de energía y arranca a sonar house y techno mientras dos amigos suyos proyectan videos sobre el monumento central. Generan imágenes psicodélicas donde se lee “la insurrección que viene”, “el amor”. Comerciantes magrebíes y gitanos aprovechan el gentío para ofrecer comidas rápidas. Los sánduches se venden bien, también la cerveza, las latas vacías crujen en el piso. El aire huele a salchichas asadas, a brochetas de cordero, a marihuana expelida de todas partes.

En el lugar, el espíritu es de diversidad, pero son mayoritarios los hombres jóvenes blancos de clase media, entre estudiantes y nuevos profesionales —gente, en muchos casos, vinculada a la investigación y las militancias. Los hipsters receptan el eco acomodados en las terrazas de los cafés contiguos.

Enredada con la fiesta, la organización. En el centro de la plaza está la carpa de bienvenida, donde se ofrece información general o donde cualquiera puede inscribirse para colaborar en lo que haga falta. “Nos vamos estructurando poco a poco» —dice David (casi nadie revela su nombre completo), 30 años, ecólogo desempleado— «Hay un polo que se ocupa de la organización de todo el movimiento, y alrededor hay comisiones para tratar diversos temas. Las comisiones debaten abiertamente y proponen proyectos; la idea es reflexionar sobre cómo vivir mejor en el futuro, queremos un modelo de sociedad más igualitario.”

Los manifestantes en de Nuit Debout

La Place de la République de París llena de jóvenes que protestan contra la reforma laboral en Francia.

La gente llega, plantea ideas, planta carpas para las comisiones, planta flores y hortalizas. Alrededor están la “comisión inclusiva, queer y feminista”, la de “autodefensa digital”, la “comisión democracia”, “la comisión antiespecista y vegana”, la de “información sobre los migrantes”, la de “serenidad y seguridad”, la de “prensa y comunicación”. Hay una biblioteca donde se puede dejar y tomar libros gratuitamente. Hay un canal de televisión y una estación de radio por internet (TV Debout / Radio Debout) que transmiten en vivo lo que ocurre en la plaza. Hay una enfermería. Hay puestos de comida donde se ofrece sopa, ensalada y frutas y se paga lo que se quiera. Hay un taller de serigrafía donde se elaboran afiches alusivos a la lucha. Hay, en el piso, un pequeño huerto donde antes había un bloque de concreto. Recuerda al famoso graffiti de mayo del 68: Bajo los adoquines, la playa.

En el costado sur de la plaza se reúne la asamblea general. Unas dos mil personas escuchan, sentadas en el piso, lo que cualquiera tiene para decir. Se pide la palabra y se toma el micrófono. Dos, tres minutos para exponer una idea, hacer una convocatoria, incentivar a que el movimiento no decaiga. Se habla de machismo y de feminismo, de agricultura orgánica y semillas transgénicas, del desempleo y los vicios del capitalismo. La dinámica está encuadrada, un afiche explica los gestos adecuados para reaccionar a las alocuciones: cuando se está de acuerdo se levantan los brazos y se hace bailar las manos; la desaprobación se muestra haciendo un no con el dedo; para plantear un contrapunto se cruzan los brazos en el aire. La gente atiende, nadie silva, no hay abucheos. La moneda de cambio es el conocimiento, el carburante es la buena voluntad. Un joven de melena castaña y la barba larga carga una cartel que dice: “Soy filósofo, hágame sus preguntas.”

Las demandas son tantas, el impulso, el mismo. “Hago parte de la gente que considera a la ley El Khomri como la gota que derramó el vaso” –—explica Mathieu, 38 años, investigador en biología— “pero hay muchas otras cosas que preocupan: la sociedad de consumo, el calentamiento global, los gobiernos corruptos, lo que acabamos de ver con los Panama Papers. No sabemos lo que va a pasar con este movimiento, y eso es lo interesante. Quizá sea una insurrección que crece o algo que se va a apagar, quizá emerja un grupo político. Lo que sea, dependerá de nuestra organización y nuestra fuerza.”

Entre los expertos, muchos se animan a comparar a este movimiento con el de los Indignados de Madrid o con el Occupy Wall Street, pero nadie, por escepticismo o prudencia, se anima a anticipar sus alcances. «No tiene hasta el momento una capacidad política fuerte», le dijo a Radio Francia Internacional el sociólogo Michel Viewiorka, y añadió que lo veía como «una mezcla de protesta social y de utopía cultural muy simpática, pero con muchas dificultades para transformar todo eso en una acción política». Daniel Cohn-Bendit, político ecologista y figura icónica de mayo del 68, opinó en la emisora Europe 1: “No es en tres días que ellos van a encontrar las respuestas que nosotros, los viejos decrépitos, no hemos encontrado en años. No considero que siempre tienen la razón, pero expresan algo que quiero comprender.”

En varios sectores de la plaza, no solo en la asamblea general, hay más altavoces para quien los requiera. Tal es la agitación que en el mismo lugar pueden cruzarse dos marchas, una a favor del asilo a los migrantes y otra contra el autoritarismo de Manuel Valls, el primer ministro francés. Ese grupo, con unos cuantos encapuchados a la cabeza, propondrá ir a protestar frente a la casa de Valls, que queda a pocas cuadras. Lo hará, y lo que ha sido una noche intensa pero pacífica terminará en desmanes. La policía, con una presencia hasta entonces discreta, no tardará en usar la fuerza.

La noche del domingo avanza con la presentación de varios documentales de enfoque activista y con reuniones de comisiones. Para entonces ya se sabe que a lo largo del fin de semana hubo réplicas de la Nuit Debout en unas 60 ciudades de Francia, y que incluso el fenómeno se contagió en España, Bélgica, Alemania y Canadá. Pero dentro de su lógica de emociones descontroladas, el amanecer del lunes es amargo. Los manifestantes que trasnocharon en la plaza son desalojados por la policía, y toda esa aldea utopista que se había construido es desmantelada y tirada a la basura. En cuestión de minutos, la plaza está vacía. El plazo otorgado a los manifestantes para ocupar la vía pública ha vencido durante la madrugada. Una anciana que llega a media mañana para dejar una bolsa llena de baguettes, como lo había estado haciendo a diario, mira a los costados y cae en el desconsuelo. “Este gobierno de mierda”, murmura con la voz dolida.

La derecha, pero también miembros del bando socialista, se regodean por el desalojo. Las manifestaciones de Nuit Debout se han celebrado a pesar de que en Francia rige el estado de emergencia desde los atentados de noviembre, argumento que ha sido utilizado por sus oponentes para solicitar su prohibición. El estado de emergencia, sin embargo, no impide las concentraciones sino que hace más engorroso el trámite para obtener una autorización de reunión colectiva. En este caso, la gestión es expedita. Nuit Debout presentó una nueva declaración de manifestación y pronto el permiso le fue renovado.

Los manifestantes se vuelven a citar para el mismo lunes en la noche. Por ahora, la Place de la République seguirá siendo una feria de ilusiones.

Bajada

Una protesta contra el proyecto de reforma al código de trabajo francés originó, hace 12 días, la emergencia del movimiento Nuit Debout, al que se compara con el de los Indignados de España o con el Occupy Wall Street.

El epicentro en París es la Place de la République.

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