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El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (ICTY) en La Haya, sentenció a cuarenta años de cárcel al exlíder serbobosnio Radovan Karadzic —conocido como el carnicero de Bosnia— por crímenes de lesa humanidad. El juicio se centró en su rol en la masacre de Srebrenica, en la que ordenó el asesinato de ocho mil hombres y niños de etnia bosnio-musulmana. Pero es un veredicto agridulce: mientras condenan a Karadzic, los líderes estadounidenses permanecen en impunidad absoluta a pesar de que bajo sus gobiernos millones de personas han muerto por sus decisiones. Las cortes internacionales continúan demostrando una debilidad por Occidente, especialmente por Estados Unidos y Europa occidental. Ese doble rasero se vuelve aún más descarado después de que el presidente Barack Obama fuese a Cuba y Argentina a pontificar sobre derechos humanos.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, dijo que el veredicto del carnicero de Bosnia es “una fuerte manifestación del implacable compromiso de la comunidad internacional para responsabilizar a los culpables”. Un implacable compromiso por ser parcial: La ICTY ha juzgado a 161 personas —entre ellos Slobodan Milošević, ex presidente de Yugoslavia. De esta cifra, 94 son serbios, 29 croatas, 9 albaneses, 9 bosnios, 2 macedonios, y 2 son montenegrinos. El resto son de etnia desconocida pero ninguno de ellos pertenece a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En otras palabras en la Guerra de Bosnia los malos fueron ellos y los buenos la OTAN.

O por lo menos esa es la historia que los medios masivos y los políticos querían vender: la OTAN venía a salvar el día una vez más. Durante la guerra líderes y oficiales de la OTAN aprobaron el bombardeo ilegal por 78 días de Yugoslavia en 1999. En este bombardeo constante a objetivos civiles dentro del territorio se registran crímenes que incluyen el bombardeo de un tren de pasajeros civiles, un estudio de televisión y un convoy de albanos kosovares causando dos mil muertes civiles, en las que están incluidos 88 niños. Pero ni un solo líder de la OTAN ha sido sentenciado o juzgado. Esa es la verdad de la justicia internacional: te juzgaremos por tus asesinatos —siempre y cuando no seas de Europa occidental ni Estados Unidos.

Con la Corte Penal Internacional (CPI) es la misma historia: al momento ha sentenciado a 36 personas de las cuales todas son africanas. Desde los juicios de Núremberg en 1945-1946, ningún líder Europeo Occidental o estadounidense ha sido juzgado por sus crímenes de guerra. En las palabras del premio Nobel de la Paz Barack Obama  «hemos estado lentos a la hora de defender los derechos humanos”. Especialmente al momento de juzgar a personajes mucho más peligrosos. Algunos nombres deben sonar familiares: Tony Blair, Donald Rumsfeld, George W. Bush, Dick Cheney, Hillary Clinton, y —vaya sorpresa— el mismo Obama.

Es importante recordar otros hechos recientes que podrían ser juzgados como crímenesde guerra. En Body Count, un reporte oficial realizado en 2015 por la organización médica internacional Physicians for Social Responsability (PSR) —una minuciosa investigación de las muertes reportadas en las ‘guerra contra el terrorismo’ en Iraq, Afganistán y Pakistán— concluyó que la cifra oficial era mucho menor a la real. Según el documento, los Estados Unidos y sus aliados “directa o indirectamente han asesinado a un millón de personas en Iraq, doscientas veintidós mil en Afganistán, y ochenta mil en Pakistán” Un total de casi un millón y medio de personas. La cifra no incluye a Yemen o Libia. En nombre de la supuesta guerra contra el terrorismo y la instauración de democracias en estos países más de un millón de personas han muerto. Los carniceros de la OTAN siguen sueltos. 

La infame invasión a Irak de los neoconservadores en 2003 es de los crímenes de lesa humanidad más reconocibles del siglo XXI. A través de la Autorización para el Uso de Fuerza Militar en contra de Iraq del 2002, el gobierno estadunidense aprobó la guerra y entre los 29 senadores (de 50) que aprobaron esta invasión se encontraba la senadora de demócrata de Nueva York, Hillary Clinton. Su voto ayudó a que, en menos de cuatro meses, ciento treinta mil soldados de Estados Unidos fueron movilizados a Kuwait para iniciar la toma de Irak. Bajo el supuesto de que el régimen de Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva (y era un peligro latente para el mundo) George W. Bush se lanzó en una cruzada del siglo XXI. En un mes, del 20 de marzo al 1 de mayo, Estados Unidos, el Reino Unido, Polonia, España y Australia conquistaron el territorio iraquí. La ‘democracia había llegado’ según sellos, pero lo que lograron fue desestabilizar un país,  tomar el control de sus pozos petroleros y asesinar a un millón de personas. Nunca se encontraron armas de destrucción masiva. En otras invasiones ilegales— como la Alemania Nazi a Polonia, Japón a Corea, Unión Soviética a Afganistán— el mundo se levantó en contra de los opresores se crearon. En este caso, todos nos quedamos en silencio.

Para suerte de Bush, Cheney, Rumsfeld y todo el gabinete militar de los Estados Unidos, la ley los protege. La Corte Penal Internacional (CPI) se creó mediante el estatuto de Roma que establece cuatro crímenes internacionales: genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra, y el crimen de agresión. Una invasión como la que sufrió Irak debería ser considerada una guerra de agresión y debería ser juzgada como tal. Pero la CPI solo puede investigar y sentenciar estos crímenes en situaciones donde los estados ‘no quieran’ o ‘no puedan’ hacerlo ellos mismos. Además, solo tiene jurisdicción sobre crímenes si son cometidos en el territorio de un estado que haya firmado o realizados por un ciudadano de un estado que haya firmado. Estados Unidos nunca ratificó el estatuto. No hay quien les juzgue.

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El imaginario común cuenta que este tipo de crímenes solo se dan en gobiernos como los de los Bush y que las masacres causadas por los neoconservadores no se iban a repetir en un gobierno demócrata y liberal. Pero cuando se trata de carniceros los partidos políticos son simples nombres en una papeleta de votación. Barack Obama llegó al poder en 2008 con un slogan muy popular: Esperanza. En 2009 ganó el Premio Nobel de la Paz por su promesa de librar al mundo de armas nucleares. Como si se tratase de todo un luchador por los derechos humanos. La verdad es otra: sus acciones demuestran su vocación armamentista y su falta de empatía. La administración de Obama ha construido más armas nucleares, más ojivas nucleares, y más fábricas nucleares. El gasto en ojivas nucleares ha sido el más alto en la historia de cualquier administración presidencial posterior a la Segunda Guerra Mundial,  y su plan de “modernizar el arsenal nuclear” es de un trillón de dólares durante los próximos treinta años. 

Pero aparte de su plan para repotenciar un arsenal nuclear durante treinta años, Obama ordena matar todas las semanas. Su predecesor, George W. Bush, instauró el programa de drones pero es Obama quien se lleva todo el mérito de aplicarlo de manera tan magistral. Según un reporte realizado por el equipo investigativo del medio The Intercept  —que obtuvo información secreta sobre el programa de drones en Yemen y Somalia— un 90% de las muertes causadas por drones “no eran los objetivos destinados”. En la campaña Haymaker realizada al noreste de Afganistán entre enero 2012 y febrero 2013, los ataques de drones mataron a 200 personas de las cuales solo 35 eran objetivos ‘terroristas’. Hasta enero de 2015, la administración de Obama había confirmado 456 ataques: 2500 muertes en Yemen, Somalia, Pakistán, Afganistán. El 90% de esas cifras pertenecen a civiles.  Ese es el trabajo de un Premio Nobel de la Paz. 

A ocho meses de las elecciones generales 2016 en Estados Unidos, el panorama es el mismo. No hablo de psicópatas como Donald Trump —que abiertamente hablan sobre discriminación masiva y segregación— sino en la posible próxima presidenta, Hillary Clinton. En la campaña presidencial del 2008, Clinton amenazó en “arrasar totalmente” a Irán con armas nucleares. Para suerte de los iraníes, no ganó esa elección y se conformó con ser Secretaria de Estado de Obama. Durante su tiempo en este puesto —por el que han pasado otros carniceros como Henry Kissinger, Madeleine Albright, o Condoleezza Rice— orquestó el ilegal golpe de estado de Honduras y la invasión estadunidense de Libia en 2011. Durante los bombardeos de la OTAN en Libia murieron treinta mil personas y cincuenta mil personas resultaron heridas. Una vez más, casi 20 años más tarde, los líderes europeos y norteamericanos quedarían impunes, y con más pozos de petróleo. La invasión de Estados Unidos a Libia y la muerte de su líder Muamar el Gadafi serían celebradas tal como un sociópata celebra sus matanzas: Hillary Clinton en una entrevista a CBS dijo mientras reía “Vinimos, vimos, y él (Gadafi) murió”.  

Sus palabras evocan las de Julio César, primer emperador de Roma, cuando, después de conquistar el reino persa del Ponto escribió para informar al Senado Veni, vidi, vici. Los nuevos emperadores del mundo conquistan con impunidad. Las muertes de seres humanos son celebradas en televisión nacional y los asesinatos de civiles son meros ‘daños colaterales’. La justicia internacional no existe y el mundo sigue a la merced de estos carniceros. La sentencia de Karadzic y los líderes de la ex-yugoslavia, la muerte de Hussein (Iraq), Gadaffi (Libia) y cualquier otro “enemigo de la democracia” demuestran que no importa si matas seres humanos —solo no lo hagas sin el apoyo de los Estados Unidos ni la OTAN. 

Bajada

¿Cuándo vamos a aceptar que la justicia internacional no existe?

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fuente

Fotografía de Oscar Cuadrado Martinez bajo licencia CC BY-SA 2.0. Sin cambios.