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Galileo, promotor de la idea de un mundo esférico y no plano, fue perseguido por la Inquisición porque su verdad científica contradecía la perspectiva cultural que dominaba la política pública de sus tiempos. Hoy consideramos absurda la persecución en su contra, pero aún así permitimos que perspectivas culturales contemporáneas influyan en las políticas públicas de nuestra época —a pesar de la evidencia científica en su contra. Gastamos mil millones de dólares, encarcelamos a miles de enfermos a gran costo sin curarlos, y dejamos morir a muchísimos inocentes debido a la influencia de  erróneas vacas sagradas. Hablo de la interminable guerra contra las drogas, cuya solución es inalcanzable porque un código moral oscurece nuestra capacidad de ver cómo darle fin. Preferimos que algunos países como México y El Salvador se ahogen en violencia en lugar de admitir que no se requiere una solución militar, sino una solución económica. 

La voz mediática más importante a favor de legalizar las drogas es la revista británica conservadora The Economist, y su ex-corresponsal de México, Tom Wainwright, acaba de publicar Narconomics. En el libro, Wainwright analiza la cuestión de las drogas no como un problema moral sino como un problema económico. Como en cualquier dilema económico, hay un lado de oferta y un lado de demanda. Hasta el día de hoy la estrategia liderada por los Estados Unidos —con el consenso de la mayoría de los gobiernos de América Latina— para combatir el problema ha sido atacar el lado de oferta, intentando limitar la capacidad de países como Colombia, Perú y Bolivia de producir la materia prima de la cocaína, la hoja de coca. La suposición detrás de esta política es que si se logra disminuir la disponibilidad de esa materia prima, el costo final subirá tanto que consumir cocaína dejará de ser atractivo. 

Durante veinte años se ha aplicado esa estrategia —y  en ello se ha gastado más de un trillón de dolares—, pero el precio de cocaína en los Estados Unidos no ha cambiado casi nada. La razón es sencilla: un kilograma de hoja de coca en Colombia vale cuatrocientos dólares, que una vez convertida en cocaína y distribuida en los Estados Unidos, cuesta cien mil dólares —doscientas cincuenta veces más. Por eso, aún cuando supongamos que se lograse cortar la producción de hoja de coca a la mitad —duplicando el costo de su kilo a ochocientos dólares— aquella diferencia tendrá muy poco impacto en el precio final del producto, multiplicado hasta su valor “al público” por muchísimos otros factores. Como cualquier producto producido en una cadena de valor, el valor se incrementa en diferentes puntos: por eso Starbucks puede vender una taza de café en cuatro dólares cuando el valor del café que utiliza en ella es de apenas dos centavos de dólar . La actividad que agrega más valor en el negocio de la droga es traficar y distribuir, porque precisan superar todas las barreras intentan impedir su llegada al mercado norteamericano. La estrategia de atacar la oferta no ha dado resultados: hasta la misma página de la Casa Blanca admite que la producción de cocaína en Colombia sigue incrementando, a pesar de todos los esfuerzos de cortarla. En lugar de dejar de producir drogas, los carteles simplemente deciden innovar y sofisticarse, y por eso tenemos submarinos de fabricación artesanal que viajan desde Colombia hasta México. Gastamos más en atacar a los traficantes, pero en lugar de impactar el precio a tal punto que dejen de producir, ellos se se vuelven más eficientes porque el negocio sigue siendo redituable. Una solución notable —si no la más lógica— de participantes en un mercado competitivo y lucrativo.  

La locura, como dice una frase atribuido a Einstein, es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos. Atacar la oferta es profundizarnos en nuestra demencia: todos los datos que tenemos demuestra que estamos empeorando y no mejorando la situación. Además, hay datos que demuestran el valor de hacer lo opuesto: Wainwright subraya dos puntos a favor de atacar la demanda de drogas en lugar de la oferta: según él, la legalización parcial de la marihuana en los Estados Unidos ha disminuido a la mitad los ingresos de ciertos cárteles mexicanos. Dejar que empresarios lícitos cultiven y distribuyan marihuana genera costos más bajos, crea controles de calidad, y elimina la necesidad de generar violencia para poner el producto al mercado. En adición, invertir en la demanda genera mejores resultados: en un estudio citado por Wainwright, invertir un millón de dólares en atacar la oferta de drogas en los mejores casos reduce el consumo en una media de diez kilogramos. Invertir ese mismo millón en tratamientos para adictos reduce el consumo en cien kilogramos. Pero, al igual que los cardenales de la Iglesia en tiempos de Galileo, preferimos ignorar la evidencia científica. 

Hay una serie de suposiciones erróneas que han creado las condiciones actuales de alta violencia y altos costos asociados al narcotráfico. La primera es que consumir cualquier droga, con o sin moderación, es malo. La segunda es que el gobierno tiene un derecho de regular lo que puedes hacer con tu cuerpo. La tercera es que un adicto es un criminal, y no una persona enferma que requiere tratamiento médico. La cuarta es que encarcelar a alguien puede curar su adicción. La quinta es que el nivel de violencia relacionado con el comercio de drogas es inevitable y necesario, y que necesitamos una solución militar en la forma de una guerra para resolver un problema que tiene una solución económica. La sexta es que criminalizar las drogas limita su consumo, y que legalizar va a generar más consumo aún. La séptima es que estamos progresando, cuando —en realidad— estamos perdiendo. 

Dejar que nuestro código moral determine las políticas públicas que aplicamos a la guerra contra las drogas —en lugar de dejarnos ser guiados por la evidencia científica y económica— tiene un costo alto en dólares y vidas humanas. Cuando dejemos de ver al consumo de drogas como un problema moral, y lo veamos como un negocio que puede ser eliminado usando los mecanismos del libre mercado, nos estaremos acercando a una solución verídica. La violencia generada por la guerra contra las drogas en países como México, El Salvador, Honduras, Guatemala, y Colombia, es producto de nuestra ceguera selectiva: no queremos ver que la normalización de su producción elimina la necesidad de la violencia. Mientras rehusemos aquella verdad, deberíamos dejar de juzgar tanto a los inquisidores de Galileo. Por más que avanzamos como civilización, aún hay muchos en nuestra generación que insisten que el mundo es plano, a pesar de toda la evidencia en su contra.

Bajada

¿Puede una estrategia económica hacer con el narcotráfico lo que no ha logrado la estrategia militar?

fuente

Skyler y Walter White viendo el dinero que han amasado con su negocio de drogas. Imagen tomada de la Wiki de Breaking Bad.