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Mi perspectiva sobre un seguro por desempleo viene sesgado: tengo experiencia directa de sus beneficios. Cuando era niño, mi papá perdió su trabajo en la refinería donde trabajaba, en Saint John, Canadá. Se demoró nueve meses en encontrar uno nuevo. Durante ese tiempo, no perdimos nuestra casa, ni tuvimos que recurrir a préstamos, ni a limosnas del Estado. Fue posible porque mientras tuvo empleo, mi papá contribuyó un porcentaje de su salario a un seguro administrado por el Estado pero financiado por sus contribuyentes. Luego, al encontrarse desempleado, mi papá pudo tomar el tiempo necesario para encontrar el trabajo correcto para sus destrezas, y su carrera profesional se benefició inmensamente. En el Ecuador, el debate político es tan tóxico puede que —muchas veces— las discusiones de políticas públicas se dan a través del filtro ideológico que cada lado usa para entender el mundo y justificar sus posiciones. Por eso, no deben sorprender las reacciones negativas a la propuesta del Presidente de crear un seguro de desempleo. Son prematuros: cualquier debate sobre una política debe distinguir entre el concepto y la ejecución. 

 

En teoría, un buen seguro de desempleo funciona como el sistema canadiense que me benefició: cuando tiene trabajo, el empleado paga un porcentaje de su remuneración al seguro; el empleador contribuye también un porcentaje. En Canadá, el porcentaje del empleado es el 1.8% de su salario, la contribución del patrono es de 2.52%. En general, se debe contribuir durante un año antes de poder recibir beneficios, que duran entre 14 y 35 semanas. Hay ciertos criterios que se aplican para recibirlos: si una persona deja su trabajo voluntariamente no califica. Si se lo pierde por mala conducta tampoco. Es necesario, además, demostrar que se está activamente buscando empleo. Una vez que se califica, se puede recibir hasta 55% del último año de salario. Es decir si una persona trabaja un año y gana $1000 al mes, puede recibir hasta $550 al mes (2.5 veces el salario básico es el máximo). 

El seguro no sirve solamente para desempleo: después de dar a luz una pareja puede usar el fondo para tomar hasta un año de período de maternidad (o paternidad), dividiendo el tiempo entre los dos cómo quieran. Cuando mi hermana dio a luz, por ejemplo, ella tomó nueve meses y su marido tres. El costo del período de maternidad no se paga el empleador, sino el seguro, al menos que el empleador quiere hacer una contribución voluntaria. En el caso de mi hermana, el seguro pagó el 55% de su salario y su empleador pagó otro 25%. En total recibió 80% de su sueldo normal. El seguro también se puede activar en caso de una enfermedad prolongada o incapacidad de trabajar debido a circunstancias extraordinarias (la muerte de un familiar, por ejemplo). 

Aunque el sistema canadiense es generoso en sus beneficios, no es el más generoso del mundo: el seguro de Luxemburgo paga el 80% del salario de la persona con el requisito de solamente trabajar 6 meses para poder calificar. En Dinamarca llega hasta 90%. En los Estados Unidos —país conservador y hasta atrasado en brindar beneficios sociales— una persona desempleada puede recibir el 50% de su salario. 

La mayoría de los países desarrollados manejan sistemas de seguro de desempleo y lo hacen porque es sensato. Como un seguro médico o un seguro de vida, todos contribuimos relativamente poco pero estamos respaldados en caso de eventos catastróficos. Por no tener un sistema de seguro, en Ecuador las personas desempleadas son más vulnerables a caer en pobreza o encontrarse subempleado, ya que la necesidad de encontrar trabajo rápidamente desincentiva encontrar el trabajo adecuado para el nivel de destrezas de la persona. Por aceptar empleado en apuro, la carrera de la persona se ve perjudicada en el largo plazo, ya que al aceptar un salario menor a la que la persona ganaba, su trayectoria económica se atrasa.

En adición a los empleados, las empresas también se ven afectadas por la falta de un seguro de desempleo en Ecuador. Debido a los altos costos de liquidación, algo que no sería necesario si tuviésemos un seguro de desempleo, las empresas son más reticentes en contratar durante períodos de inestabilidad económica, ya que un potencial despido genera gastos adicionales. Irónicamente, cuando una empresa tiene que liquidar empleados tienen que dedican recursos a la liquidación que podrían ser usados para respaldar el empleo de otros. Finalmente, el costo de liquidar empleados desincentiva la innovación dentro de las empresas, ya que la innovación que reemplaza mano de obra lleva un costo grande. 

Qué bueno sería que el Ecuador no necesitase tener un seguro de desempleo, pero la alternativa es crear mucha incertidumbre y vulnerabilidad para empleados y costos adicionales para las empresas. Aunque no se sabe mucho todavía sobre los detalles del plan que propondrá el gobierno, un sistema que ponga la obligación de financiar el seguro sobre el empleado y el empleador, sin ser muy cargoso, y que puede autosustentarse a través de contribuciones sin requerir de fondos adicionales del Estado es la mejor solución a un problema que el país siempre tendrá en diferentes niveles de magnitud. Construirlo no debe ser tan difícil: los ejemplos buenos y malos de cómo manejar un seguro de desempleo abundan: no somos el primer país en crear uno. En fin, si hay un momento para poner al lado el discurso venenoso de la política, es ahora, ya que un seguro de desempleo, bien estructurado y bien administrado, puede ser entre las mejores políticas públicas que implementemos en este siglo. 

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Reflexiones de un beneficiario

fuente

Fotografía de Alex Proimos bajo licencia CC BY-SA 2.0. Sin cambios