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Poco después de que se anunciaran las nominaciones al Oscar de este año, ya se estaba hablando de un boicot de la ceremonia. En Twitter, el hashtag #OscarsSoWhite (OscarsTanBlancos) resucitó después de que el año pasado a April Reign—editora de edición de BroadwayBlack.com— se le ocurrierra como mofa a la desproporcionada presencia de gente blanca durante la ceremonia del 2015: de entre los cuarenta nominados del 2015 y 2016 no hay ningún afrodescendiente. La discriminación fue tan obvia y la reacción tan contundente que la junta directiva de la Academia no tuvo más que anunciar cambios drásticos que diversifiquen sus miembros votantes para el 2020, incluyendo el doble de mujeres y más minorías. Los ignorados de este año incluyen a Will Smith en Concussion, Idris Elba de Bestias sin Nación, Michael B. Jordan de Creed, y de la misma película, su director Ryan Coogler.  La película Tangerine sobre trabajadores sexuales transgénero en Los Ángeles fue aclamada por la crítica y completamente ignorada por la Academia. Está claro que los premios son apenas la superficie de un problema histórico —la centralidad mediática que ocupa tiene usos casi ilustrativos para entender al racismo como estructura e ideología: Somos tan racistas como las películas que vemos y las que ignoramos. 

La atención a los premios Oscar coincide con el énfasis que muchos activistas y organizadores sociales le están dando a la representatividad mediática. Los signos según los cuales registramos nuestras identidades —y las realidades de raza—  son muy relevantes para combatir opresiones en políticas gubernamentales, económicas y legales. El nombre del movimiento #BlackLivesMatter, por ejemplo, marca en su mismo nombre la importancia del lenguaje intencional en la lucha contra el racismo. “Las vidas negras importan” —es una confrontación a la afirmación que se contrapone de All Lives Matter no como negación de la perogrullada moral de que “toda vida es importante” sino para reafirmar que aquellas que están siendo sistémicamente descartadas o despreciadas son las de la gente de raza negra.

El compromiso simbólico tiene, en ese sentido, un rol protagónico en la lucha por la justicia social para la población afroamericana. En muchos de los conversatorios y debates electorales para las nominaciones presidenciales de los partidos demócrata y republicano, por ejemplo, se preguntaba a los candidatos  Do Black lives matter or all lives matter? Al decir “toda vida importa”, se restaba importancia al racismo estructural que evidentemente ha descartado la vida de la gente negra en los Estados Unidos. Con la afirmación Black Lives Matter se reconocía el estado de opresión actual e histórico. La enunciación afirma y reclama lo que ha sido ignorado. 

En una entrevista para National Public Radio,  la creadora del hashtag OscarsSoWhite, April Reign, dijo que entendía que el problema no era la ceremonia en sí. “Al problema hay que atacarlo desde distintos frentes”, dijo. “No es un tema de si primero es el huevo o la gallina o de si primero se presiona a la industria de Hollywood o a la Academia.” Para Reign, la presión a la Academia logró mucho cuando la junta directivo votó unánimemente por la diversificación progresiva de sus miembros. 

Como Black Lives Matter, la frase Oscars So White ha visibilizado un problema histórico en términos muy concretos. Su enfoque es, en cierta manera, pedagógico y muy explicativo. No se necesita entender teoría o adentrarse demasiado en la dependencia histórica de los Estados Unidos a la esclavitud: la dinámica de un espectáculo de consumo masivo es suficiente evidencia. Queda clarísimo: el miembro promedio de la Academia es un hombre blanco de 63 años de edad. De los 6000 votantes, el 94 por ciento es blanco. Durante dos años seguidos, las mayoría de las nominaciones han sido de gente blanca. Aunque no es un tema de vida o muerte —las dinámicas raciales de Hollywood replican la esencia estructural desigual de las condiciones raciales más generales. 

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¿Qué hay detrás de #OscarsSoWhite?

fuente

Fotografía de Kevo Thomson bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.