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La revolución no es solamente potestad de los utópicos. Al menos no para el movimiento detrás del candidato independiente para la nominación del partido Demócrata de Estados Unidos, Bernie Sanders: ha despuntado en las encuestas e incluso se muestra ligeramente por arriba de Hillary Clinton —la favorita— en estados clave como New Hampshire. Sin bajar decibeles a su atrabiliaria voz, despeinado, recordándonos una y otra vez que el uno por ciento más rico de la sociedad norteamericana —la clase de multimillonarios— tiene tanto como el restante 99 por ciento, Sanders ha proclamado con éxito una revolución sin el aspaviento retórico que suele caracterizar las posturas más populistas de la izquierda. El crecimiento rápido de su candidatura sorprende en un país donde la democracia bipartidista existe como un producto consumible más —y donde los bancos, Wall Street y los más ricos determinan, en gran parte, la viabilidad electoral de los candidatos. 

En un discurso para los activistas de las protestas de Occupy Wall Street en 2011,  el filósofo Slavoj Zizek advertía que no eran ellos —según él, socialistas— los soñadores. Por el contrario, los soñadores son quienes creen que las cosas pueden seguir indefinidamente como están. “No estamos soñando” —ha dicho sobre el capitalismo— “Estamos despertando de un sueño que se ha convertido en pesadilla”. Esa misma actitud alienta al movimiento dirigido por Sanders, que ha suavizado el impacto que la palabra socialismo ha generado históricamente en los Estados Unidos. Su popularidad le debe mucho a la misma generación del milenio que protagonizó las protestas de Occupy hace cinco años. Además de heredar su lenguaje (somos el 99 por ciento), su campaña parece una versión mejor pensada de lo que las protestas intentaron crear, priorizando el entrenamiento exhaustivo en organización comunitaria y colectiva de sus voluntarios pero —a diferencia de hace cinco años— con una agenda programática. De la generación indignada de Occupy, Bernie quiere crear un movimiento. 

Lo está haciendo con más efectividad de lo que se esperaba. El manual de entrenamiento de los voluntarios de Sanders incluye estrategias comunicacionales en narrativas personales, difusión y logística estratégica con distintas comunidades y entrenamiento en temas programáticos centrales —con la finalidad de mantener un movimiento vivo más allá de la campaña electoral. La candidatura de Sanders, así como su plan de gobierno, dependen de la movilización activa y permanente de las bases. “No importa quien sea electo, esa persona no podrá tratar ninguno de los enormes problemas que aquejan a las familias trabajadores” —dijo en un discurso en agosto del 2015— “El poder del sistema corporativo es tan grande, que ningún individuo en el poder podrá confrontarlo a solas”.

Cuando Bernie Sanders dice revolución, la palabra parece libre del dramatismo histórico que suele traer consigo. Para él ésta es una necesidad práctica, que tiene sentido y —aludiendo a las socialdemocracias europeas— completamente realizable. Es una revolución de números y diagramas reiterados incansablemente en cada discurso: Sanders se mantiene distante del análisis histórico, o de las disquisiciones académicas de muchos de sus coidearios. Su estilo atrae por su franqueza y pragmatismo ético. “La clase media está muriendo y los multimillonarios rigen los procesos políticos del país”, repite. “Esto es inmoral”. Muchas encuestas lo proyectan como probable vencedor contra el candidato republicano a nivel nacional. “Contra su favorito, Trump”, dice Sander con orgullo, “por hasta 13 puntos”.

A diferencia de Hillary Clinton —percibida por muchos como la epítome de la clase liberal más elitista— Sanders confía en su experiencia consensuando con conservadores de clase media y obrera en su lucha contra la inequidad. Después de todo, en Vermont—el estado en el que sirvió como alcalde, representante y senador— Sanders era conocido por dialogar exitosamente con los sectores rurales más conservadores, aceptando el desacuerdo en temas como el aborto o los derechos gay, pero coincidiendo en su proclamación contra un sistema amañado en beneficio de los más ricos. Por eso, sus contricantes por la nominación del partido se aferraron de sus posturas supuestamente tibias sobre la regulación de armas de fuego —un tema prioritario para la derecha estadounidense—para criticarlo.

El liberalismo de Sanders parece casi coincidental, como si estuviera implícito en la lucha a la que le dedicó su vida y que considera la falla fundamental del sistema corporativista de su país: la inequidad social. Esta causa es su guía discursiva, pero por sobre todo, la plataforma central de su movimiento.  En los debates del partido Demócrata, sus respuestas sobre temas como el cambio climático o la reforma migratoria regresaban siempre al “sistema amañado” del uno por ciento. Mientras esa dinámica prevalezca —argumenta con su estilo franco y medio gruñón— no se podrá reformar lo demás. 

No lo dice soñando en una utopía. Como Zizek, Sanders habla como si la revolución fuera cuestión de poner los pies en la Tierra. “Lo que propongo ya se ha hecho”, dice. Con un movimiento en proceso a cuestas, el enfoque estructural de Sanders podría reconciliar a una izquierda norteamericana enredada en la tensión entre el centrismo político de Obama y la híper-mediatización de su imagen liberal. Sanders ahora cuenta con el apoyo de gran parte del movimiento Black Lives Matter. Poco después de Año Nuevo, su campaña anunció haber recaudado de 33 millones de dólares solamente en donaciones individuales, a un promedio de 27 dólares por persona. Ahora, hasta el intelectual radical Noam Chomsky, reconocido por su inclaudicable crítica al imperialismo capitalista de su país, apoya la creación del movimiento de bases que Sanders lidera. Para el analista Joel Stein, Sanders no es un líder sino un mensajero. Esa quizás sea su mayor una fortaleza. Tras dedicar 40 años de su vida a decir lo mismo, con el mismo mensaje y los mismo ademanes, ya no es inconcebible que en los Estados Unidos la revolución sea de los que dejaron de soñar. 

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¿Cómo se convierte un político de izquierda en una opción presidencial en Estados Unidos?

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Fotografía de Gage Skidmore bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.