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Hay que despertarse un poco antes de las siete de la mañana. A esa hora empieza la clase de Kundalini yoga en un sala semicircular con un ventanal enorme por donde el paisaje se desborda. Se ve el imponente Lago San Pablo y un poco de la cara sur del volcán Imbabura. Parte de ese cuadro entra por la ventana, con un poco de sol que hace que las sombras sean muy oscuras y largas. La luz sobre el piso de madera da un tono cálido al espacio que contrasta con el verde de las montañas y el viento frío de afuera. Es como si uno flotara en una burbuja dentro del paisaje, aislado del helado clima pero conectado con la naturaleza. El espacio se llama Sacha Jí y es una hostería construida sobre una montaña de poco más de tres mil metros, en Otavalo.

Sacha Jí

Llegamos ahí alrededor cerca de las cuatro de la tarde del día anterior al yoga. Lo primero que atrapa es la arquitectura: el sitio parece una media luna, combina esquinas curvas y rectas, tiene varios niveles para adaptarse al terreno, a las faldas de la montaña. La construcción se fusiona de manera perfecta con su entorno, es como si siguiese el movimiento natural de la montaña por su forma y por los materiales con los que fue construida. Las fachadas curvas —siempre en forma de letra D— están cubiertas por piedras de río de tonos de la tierra: café, gris, habano y beige y se camuflan entre los colores de la montaña. Su rugosidad también contrasta con las paredes blancas y lisas. En medio de esa fusión armónica entre arquitectura y paisaje resaltan los ventanales que reflejan los colores intensos del cielo, las faldas del Imbabura y los eucaliptos que rodean al lugar. 

El edificio principal de la hostería tiene dos pisos donde están las áreas comunales: la recepción, una sala de lectura y un bar en el piso superior; el comedor y la sala de yoga, en la planta baja. La puerta de la recepción está en un patio circular cerrado donde tres cuartas partes están rodeadas por un muro de piedra. La hoz que se forma entre el patio y el camino que lleva hacia él transmite armonía, es como un abrazo de bienvenida. En el centro del patio, sobre el suelo, hay un mandala —una figura redonda hindú, con formas geométricas en su interior, que significa círculo sagrado—. 

Sacha Jí

Entramos a la recepción, en el segundo piso donde el lago San Pablo también entra por la ventana, como el resto del paisaje. La sensación de flotar es más fuerte que en la sala de yoga, es la altura y la sensación de tener el paisaje en las manos. En el interior no hay esquinas rectas, todo tiene forma de medialuna. La recepción tiene doble altura, con ventanas rectangulares superiores por donde entra luz que crea una sensación de amplitud, una continuación de esa bienvenida que transmitía el patio. A la izquierda está la sala de lectura y a la derecha el bar. Antes de bajar a las habitaciones, el encargado de recepción nos ofrece jugo de uvilla —cosechada de la huerta del lugar— que es dulce y calienta el cuerpo. Sacha Jí en un espacio para purificar la mente, el jugo de uvilla sigue esa misión y purifica la sangre. 

Sacha Jí

Ya más aclimatadas, vamos hacia nuestro cuarto. Una calle, también empedrada, conecta el edificio principal con las once habitaciones. Para entrar a la nuestra debemos sacarnos los zapatos. Es parte de la política de la hostería, ayuda a mantener la limpieza, a ahorrar recursos. En Otavalo —donde el clima está entre los cinco y veinte grados cada día— esta construcción mantiene el calor todo el tiempo, a través de las paredes, los techos, los vidrios y el piso. Aquí no solo es lindo lo que se ve sino también lo que no se ve: debajo las losas de concreto hay más de mil quinientas llantas usadas que sirven como aislante térmico y soporte antisísmico: por eso el piso de madera flotante está caliente siempre. La pared del fondo de la habitación es de ladrillo que se fabricó con la tierra que de la excavación del terreno. También es un material caliente. Sobre el techo hay jardines —conocidos como techos verdes— que concentran el calor (porque las plantas para realizar la fotosíntesis necesitan del sol) y ayudan a reducir las emisiones de CO2. Esto se logra porque con el calor que atraen las plantas, se enciende menos la calefacción o las estufas de las habitaciones. Los techos verdes también tienen un sentido estético: “Son una manera de integrar la arquitectura a la naturaleza”, dice el administrador Luis Antamba. Sobre los otros techos hay paneles solares. Aunque su uso no es muy común en la región, el Finch Bay en Galápagos o el Chepu Adventures de Chile la emplean para ahorrar energía. En Sacha Jí, dentro de la habitación, el guía nos explica sobre la electricidad: el interruptor de color blanco es el de la energía eléctrica; el verde, de los paneles solares. Cada huésped decide cuál utilizar. En la habitación no hay wi-fi y los celulares tienen poca señal. Todo está planeado: la idea es conectarse con la naturaleza y con uno mismo. 

Sacha Jí

Para hacerlo, hay varias opciones. Una de ellas es meterse al jacuzzi caliente, que está en medio del jardín, y luego sumergirse en la piscina de agua helada que está junto a él. La inmersión se siente como la filosofía del lugar: estar aislado pero conectado. Desde el jacuzzi, observo cómo el cielo se va tiñendo de morado y el lago San Pablo, el más grande de Imbabura —donde los indígenas pescan en canoas de totora y los deportistas hacen velerismo— parece un espejo en el fondo del paisaje. El propósito de este jacuzzi no es solo relajarse sino activar la circulación en la piscina helada. Sacha Jí significa montaña querida y es un sitio para quienes buscan terapias de relajación. Clases de yoga, limpias andinas, cursos de plantas medicinales o de cocina andina son algunas de las actividades para desconectarse de la ciudad. En el lugar solo se escuchan sonidos naturales: los pájaros y el viento que golpea a los árboles. Cerca de los eucaliptos que ya existían en el área antes de la hostería, los dueños reforestaron el bosque con capulíes, alisos, nogales y polilepis, que, al igual que la arquitectura, ya son parte de este paisaje. 

Sacha Jí

Para regar el bosque-jardín, se recolecta agua de la lluvia en un reservorio que alberga treinta metros cúbicos. Las cinco lonas que sirven de toldo para el reservorio también funcionan como recolectoras de agua. Su propósito principal, dar sombra, evita la evaporación. Un sistema de riego gotea agua en la huerta donde crece quinoa, apio, col, amaranto, espinaca y frutas como tomate de árbol, mora, taxos y uvillas. Toda la comida es orgánica pero el menú no es solo vegetariano. La cena de hoy incluye un pescado al vapor con papa al horno y lechugas, brócoli y coliflor que han salido de la huerta. 

Terminamos la cena y caminamos hacia la habitación. Como no hay luz cerca, se ve cielo iluminado de estrellas. Por instantes, el frío es más intenso, pero se calma al entrar a la habitación. A lo lejos, por los generosos ventanales, se ven las luces de San Pablo; el silencio profundo y la oscuridad hacen que el tiempo transcurra más lento. Este fin de semana también parece haberse detenido mientras nos entregaba tiempo para los detalles del cuerpo y la naturaleza. Por la mañana, antes de regresar a Quito, tengo la clase de Kundalini yoga, la razón por la que conocí Sacha Jí y decidí entregarme a él por un día. 

Bajada

A tres mil metros de altura, lo elegante y ecológico se complementan en un mismo espacio en Otavalo

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Fotografía de Julia Escudero