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El 21 de mayo de 1927, luego de más de treinta y tres horas de vuelo, Charles Lindbergh aterrizó en el aeropuerto de París-Le Bourget. Fue el primer vuelo transatlántico sin escalas de la historia de la aviación. Fue un símbolo del encuentro de culturas. En ese mismo lugar, hoy convertido en un centro de convenciones, el 12 de diciembre de 2015 a las 19:30 (hora parisina) se adoptó unánimemente el Acuerdo de París, el primer acuerdo global legalmente vinculante para combatir el cambio climático, durante la COP21. La representante de Suiza del “Grupo de Integridad Ambiental” —un extraño bloque negociador en el marco de la CMNUCC compuesto por México, Liechtenstein, Mónaco, la República de Corea y Suiza— mencionó la hazaña de Lindbergh con un guiño esperanzador. Ochenta y ocho años después de ese hito, el mundo se encontró un mismo lugar —Le Bourget— para trabajar juntos por la integración global. Aquella vez por la aviación, esta vez, para combatir un problema que nos importa (o al menos debería) importar a todos:: el cambio climático.

No todos los representantes de la Conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) recibieron el Acuerdo con tanto positivismo. Cuatro horas antes —con el texto prácticamente listo y con la presunción de que sería, con pequeños cambios, el que adoptarían los 194 países miembros de la CMNUCC presentes en la COP 21— miembros de organizaciones de la sociedad civil como Friends of the Earth (Amigos de la Tierra) y LDC Watch (“LDC” son las siglas utilizadas para describir a los países menos desarrollados o “Least Developed Countries”) dieron una rueda de prensa. En sus intervenciones, los representantes, visiblemente dolidos y enfadados, atacaron al acuerdo y a la falta de ambición y compromiso de los países desarrollados —principalmente los Estados Unidos—, y llegaron a decir que ese era un día triste para los pueblos más vulnerables del mundo. Es cierto que la voz de los sectores más radicales de la sociedad civil es necesaria —por no decir indispensable— para presionar a todas las partes a aumentar sus niveles de ambición pero el Acuerdo de París representa el consenso más significativo del largo proceso de negociaciones en el marco de la CMNUCC.

Es verdad: no es suficiente (por ahora)

Luego de que el Presidente de la COP 21 y Ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius declarara —después de muchas horas de espera por detalles técnicos y negociaciones finales— la adopción unánime del Acuerdo, comenzaron los discursos. El primero, y definitivamente el único que no acogía positivamente el acuerdo alcanzado, fue del representante de Nicaragua. Criticó que el 25% de los compromisos de reducción de emisiones de los países en vías de desarrollo están condicionados a financiamiento externo que no está explícitamente en el texto, al menos no de la manera en que ellos deseaban. También mencionó que en la sección del acuerdo sobre “pérdidas y daños” —los impactos que se sufrirán a causa del cambio climático porque la adaptación no es suficiente— no se mencionan las compensaciones y responsabilidades de los países desarrollados. Luego, aunque con una retórica menos negativa, más a tono con el resto de intervenciones, el flamante Ministro de Ambiente de Ecuador, Daniel Ortega, destacó que “no podemos engañarnos con algo tan impreciso como que en algún momento determinado del próximo medio siglo lograremos este propósito [reducir las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en un 80% para mantener la temperatura global por debajo de 1.5 grados de aumento comparado con niveles preindustriales]”. Nadie lo niega. Pero como dijo el Secretario de Estado de EEUU, John Kerry, el Acuerdo no es perfecto, pero así es “exactamente como debería ser”. Puede parecer cínico, pero cuando se toma en cuenta que el objetivo era alcanzar un acuerdo universal, tiene toda la razón.

Un Acuerdo al que todos se puedan suscribir

Algo que frecuentemente se pierde de vista es que los “partidos” en relaciones internacionales se juegan en dos “canchas”: la nacional y la internacional. El caso más evidente y comentado en esta cumbre fue el de los Estados Unidos, que constantemente recordó que este acuerdo debía ser ratificado por su congreso —actualmente compuesto por una mayoría republicana que niega que el cambio climático es un problema—. Como me enteré —gracias a la persona al lado mío en el salón plenario adecuado para los observadores de las negociaciones durante la larga y tensa espera antes de empezar la última sesión— este fue uno de los factores que a última hora casi desmoronan todos los esfuerzos de las partes durante dos semanas. A alguien “se le fue” la palabra deberán (“shall”) en lugar de deberían (“should”) en el punto 4 del artículo 4 del documento final, donde hace referencia a la asistencia financiera que se espera que los países desarrollados provean a los países en vías de desarrollo. Al ser un texto legalmente vinculante, las implicaciones de este “pequeño” error eran enormes, y podrían haber causado que EEUU no se sume al acuerdo. Desde el punto de vista de los países en vías de desarrollo esto puede ser visto como una derrota. Pero la alternativa —que EEUU no suscriba el Acuerdo de París— hubiera marcado un verdadero fracaso de las negociaciones.

El resto de intervenciones luego de la adopción del acuerdo siguieron la misma línea: el texto no es ideal a los ojos de nadie, pero el espíritu de camaradería y compromiso por llegar a él no tienen precedentes en la historia de estas negociaciones. Pese a los dos puntos destacados del discurso del representante de Nicaragua —la ausencia de una mención explícita y vinculante del financiamiento de los países desarrollados y de las compensaciones hacia los países en vías de desarrollo por pérdidas y daños debido al cambio climático—, hay victorias que destacar. Por ejemplo, a cambio de dejar esos puntos en un lenguaje vago e impreciso (como no podía ser de otra manera si se quería que se sume EEUU), el texto reconoce explícitamente que los países se comprometen a reducir sus emisiones para mantener la temperatura global por debajo de los 2 grados de aumento comparada con niveles preindustriales y además deberán realizar “sus mejores esfuerzos” para mantenerla por debajo de 1.5 grados de aumento. Haber logrado esa mención es (por donde se lo vea) algo positivo para los países en vías de desarrollo y sobretodo para aquellos que son particularmente vulnerables al cambio climático (como las islas que están amenazadas con desaparecer a causa del aumento del nivel del mar). A nombre del bloque “Caricom” —que reúne los países caribeños— la representante de Saint Lucia, una diminuta isla que enfrenta una amenaza existencial a causa del cambio climático, destacó que por primera vez sus preocupaciones fueron escuchadas y aplaudió el proceso.

¿Qué significa todo esto?

En pocas palabras, un buen comienzo. París no es la culminación de un proceso, sino el punto de partida para orientar la economía mundial hacia un modelo bajo en carbono. Si bien los modelos climáticos son extremadamente imprecisos —como describo en mi texto ¿Podría la próxima conferencia del clima no ser otro fracaso? del 24 de agosto en este mismo espacio— se estima que los compromisos de reducción de emisiones presentados hasta ahora no son suficientes para lograr los objetivos del nuevo acuerdo. Sin embargo, se someterán a revisión cada cinco años a partir de 2018, dos años antes de la entrada en vigencia del Acuerdo de París. La idea es que, a partir de ahora, se vaya cerrando esta “brecha de emisiones” —mediante nuevos acuerdos de financiamiento, transferencia de tecnología y otros tipos de cooperación— hasta lograr una reducción global de GEI consistente con las metas ya adoptadas.

Los efectos de estos esfuerzos internacionales ya se han empezado a sentir entre otros actores, incluso en el sector privado. Cada vez más las inversiones en energías renovables y otras industrias “verdes” desplazan a los combustibles fósiles, y como describo en el artículo anterior, hace sentido económico que esto esté pasando. Como lo dijo en un post de Facebook el ex-gobernador (Republicano) de California Arnold Schwarzenegger —presente en la COP 21 acompañando al actual gobernador (Demócrata), Jerry Brown, para enviar el mensaje en EEUU de que este no debería ser un asunto partidista—:“Yo no quiero ser el último que invierta en Blockbuster cuando Netflix está despegando. Esto es lo que va a pasar con los combustibles fósiles.” Queda mucho camino por recorrer, y tomará mucho esfuerzo lograr una verdadera transición a una economía global más limpia. Pero como dijo el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, “lo que antes era impensable, ahora es imparable”. Esperemos que tenga razón.

Bajada

El Acuerdo de París no es perfecto pero sienta las bases para una verdadera lucha contra el cambio climático

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Fotografía de CIFOR bajo licencia CC by 2.0. Sin cambios