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La semana pasada hablaba de la necesidad de que la izquierda regional reconsidere su relación con el poder. Ahora, quisiera plantear otra redefinición a la izquierda latinoamericana:su relación con tecnologías disruptivas y, por ende, con el libre mercado. 

Dos padrinos del socialismo, Carlos Marx y Vladimir Lenin Marx y Lenin anticiparon el fin del sistema capitalista debido a la concentración del acceso a los tres ejes que separan los burgueses de los proletarios: el conocimiento, los medios de producción y el capital. En El Capital Marx escribió, “la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.” Lenin, por su parte agregó, “el capitalista te vende hasta la soga con la que lo vas a ahorcar”. En los dos casos el fin del sistema económico está predestinado: su naturaleza caníbal lo lleva a su fin natural. Las masas, cansadas de ser excluidas de recibir los frutos de su trabajo, se levantarían en revolución. La burguesía caería bajo su propio peso. “Los expropiadores,” como dice Marx, “son expropiados.” 

La ubicuidad del Internet, la difusión de teléfonos inteligentes, y la proliferación de cientos de miles de aplicaciones móviles, parecen poner en entredicho ese futuro descrito por Marx y Lenin porque democratizan el acceso a los tres ejes: conocimiento, medios de producción y capital. Google y Wikipedia, por ejemplo, son plataformas que amplifican el acceso al conocimiento. Hoy, un campesino en Chimborazo, a diferencia de sus abuelos, puede tener en su bolsillo un aparato que le permite tener, instantáneamente, la suma del conocimiento mundial. Si su salida de la pobreza estaba bloqueada en el pasado por su falta de capacidad de acceder a información e ideas que le habrían permitido hacer cosas más sofisticadas y valiosas con su labor, hoy eso es cada vez menos cierto. 

Los medios de producción —que Marx imaginaría como fábricas— también se han democratizado. Con las impresoras 3D, una tecnología cada vez más barata y accesible, la fabricación de bienes se vuelve igual de fácil como operar un microondas. Los diseños bajo licencia libre se intercambian en el internet como fotos y videos. Muchas empresas nuevas, en lugar de tener sus propias fábricas, simplemente alquilan el uso de otras en otras partes, reduciendo costos y minimizando su infraestructura. Amazon y Google alquilan servidores para que los dueños de una página web (como ésta en la que publico este artículo) no necesiten tener infraestructura. Los estudios de música se han reducido a aplicaciones como GarageBand y un micrófono. El mundo se está desmaterializando,. Tener una fábrica propia ha perdido su simbolismo de dominación económica. 

Finalmente, el acceso al capital también se está democratizando gracias a las nuevas tecnologías de crowdfunding (financiamiento colaborativo). Al nivel mundial plataformas como KickStarter.Com, y IndieGoGo.Com permiten a los usuarios publicar sus proyectos y recibir microdonaciones por parte de usuarios del mundo entero. Según AlliedCrowds.Com, el Crowdfunding genera casi medio quinientos millones de dolares al año, entre donaciones, inversiones, préstamos y compras. El poder de crowdfunding también llega al Ecuador: el mes pasado se lanzó www.greencrowds.org, una plataforma que facilita la recaudación de fondos para apoyar el desarrollo comunitario. Un grupo de mujeres indígenas están levantando capital para producir la chicha morada a una escala profesional. Un colectivo de cafeteros manabitas buscan poder tostar café para tener mayor ganancia de su producto. Todo esto es posible gracias a tecnología que permite que comunidades rurales en Ecuador se conectan con posibles auspiciantes y inversionistas en el mundo entero. 

Tal vez el capitalismo, como dijo Lenin, sí nos está vendiendo la soga para ahorcarse. Nos está dando las herramientas para romper la concentración de conocimiento, producción y capital. Si eso es cierto, los gobiernos de izquierda deben reconciliar su relación con estas plataformas y decidir cómo las van a regular. Facebook, por ejemplo, ofrece una plataforma de publicidad democratizada, donde los productores pequeños pueden competir con las marcas grandes. Aunque los primeros no tienen los presupuestos de los segundos, la creatividad puede generar contenido viral que luego se comparte entre la audiencia sin mayor gasto. Sin embargo, en Ecuador, publicitar en Facebook puede costar hasta 37% más (5% ISD, 22% Impuesto a la renta, 12% IVA), debido a la carga tributaria que impone el gobierno ecuatoriano. Esos costos obstaculizan el éxito de pequeños emprendedores que buscan competir con empresas grandes con ventajas innatas de escala. La regulación, entonces, que antes era un mecanismo de los gobiernos de izquierda para controlar las fuerzas del mercado, ahora dificultar la entrada de nuevos jugadores, desembocando en una paradoja: el Estado termina protegiendo a los más grandes

Antes de regresar al poder, la izquierda latinoamericana tendrá que decidir si aquellas tecnologías que rompen la concentración de conocimiento, producción, y capital encajan en su ideología, o si son simplemente otra cara de la bestia capitalista que tiene que ser controlada y —eventualmente— eliminada. Si el socialismo de hoy acepta que el mercado tiene un papel que jugar, también tendrá que decidir si va a impulsar las tecnologías democratizadoras o prohibirlas. En el caso de Ecuador, si opta por lo segundo, el gobierno actual tendrá que dejar de ser antagonista del emprendimiento y apoyarlo. No solo en palabras o visitas del Vicepresidente, sino a través de acciones concretas y políticas amigables. 

El error de Marx y Lenin era asumir un progreso lineal de la historia, sin tomar en cuenta que los seres humanos somos muy innovadores y pocos sumisos. Tenemos nuevas tecnologías que nos permiten crear un futuro muy distinto al pasado. En su esencia, para los herederos de la leyenda de Marx y Lenin la pregunta es clara, ¿para llegar a un mundo más igualitario, es más importante el medio o el fin? La respuesta determinará si la próxima generación de gobiernos de izquierda se distinguen (o no) de la actual. 

Bajada
¿Pueden los movimientos progresistas de la región aceptar la innovación, el conocimiento y el libre mercado?
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Foto: Equipo Crónica (Manuel Valdés, Rafael Solbes). 1969.