Se está convirtiendo a Guayaquil en una ciudad sin árboles y sin raíces, en detrimento de la ciudadanía y a favor del hormigón. A los guayaquileños nos quedan dos opciones para reaccionar ante lo ocurrido el pasado 5 de diciembre de 2015: o nos dejamos llevar por nuestra usual efervescencia, y hacemos una protesta iracunda que luego quedará en el olvido, o nos volvemos conscientes de que la frustración de muchos no es causada por la tala particular de 44 árboles, sino por una política local, que en los últimos tiempos se ha vuelto indiferente con la poca vegetación arbórea que aún existe en la ciudad.
Se extrañan los tiempos en que la M.I. Municipalidad de Guayaquil y sus organizaciones adyacentes tenían consideraciones con la vegetación. Malecón 2000 habría sido un fracaso completo, si hubieran talado —o “trasplantado”— los árboles del sitio. El gran mérito que tiene dicho espacio público es —precisamente— el gran esfuerzo que se hizo por preservarlos.
En contraste, hay otros lugares donde los árboles han sido segregados del espacio público. Los más conocidos son la intervención en la avenida del Bombero y la Avenida de las Américas. Así lo demuestran las fotos históricas que todo ciudadano puede obtener de Google Earth. El contraste existente entre las fotos de la avenida del Bombero entre los años 2009 y 2010 es desolador.
Lo mismo ocurre con las fotos de la avenida de las Américas, entre el 2010 y el 2011.
Para corolario, puede verse lo mismo en las fotos de la avenida del Bombero, frente a Puerto Azul.
Queda claro que el Municipio ha pasado de preservador de árboles en los tiempos del Malecón 2000, a una suerte de Rey Midas de la deforestación, que todo lo que toca lo vuelve un desierto de concreto.
Ahora, el caso de la Atarazana se suma a estos precedentes. Cuarenta y cuatro árboles fueron cortados con motosierra, dejándolos sin hoja alguna en su ramaje. Como en casos anteriores, las autoridades a cargo han dicho que era un trabajo que “debía hacerse”. Las justificaciones presentadas fueron las usuales: el rompimiento del hormigón a causa de las raíces, la necesidad de incrementar el caudal vehicular. y la promesa de replantar los árboles retirados en otro lugar, para cambiarlos por árboles jóvenes en el sitio. Llama la atención las declaraciones hechas por un residente de la obra en una entrevista hecha por Canal 1, donde dicho personaje califica a los árboles cortados como “peligrosos”, porque “rompen el hormigón y hacen que los autos salten”. Igual de pintorescas son las declaraciones que posteriormente dio el arquitecto Abel Pesantes, Director de Áreas Verdes de la M.I. Municipalidad de Guayaquil. Incluso, Pesantes va más allá y califica a los árboles como “agresivos”, también bajo la acusación de que rompen la calzada. Lo dijo con un alarmismo digno de un cuento de terror, donde los árboles sacan sus raíces del pavimento y deambulan por las calles a medianoche, con el afán de comerse a los niños que habitan los alrededores. Adicionalmente, Pesantes afirma que ha salvado a la Atarazana, al impedir que esos árboles caigan sobre los cables de tendido eléctrico y sobre las personas, durante el próximo fenómeno de El Niño. En definitiva, el arquitecto Abel Pesantes es un héroe, dolido por la incomprensión y la ingratitud de la comunidad guayaquileña.
Lo más triste de esta tragicomedia es que el arquitecto Pesantes y todo el equipo consultor a su cargo no entienden que la indignación expresada por muchos es originada por algo más allá de un simple caso de “maltrato” a los árboles. El descontento generalizado con el caso de la Atarazana tiene que ver con el modo sistemático con que se deteriora el espacio público y con la naturaleza irreversible de dicho proceso, que prevalece por encima de las compensaciones ofrecidas a los habitantes del barrio. Más allá de cualquier promesa, la suerte está echada. El sector se verá desmejorado, tanto por el incremento de la temperatura exterior, como por la caída de la calidad del aire. Ante ello, los propietarios de los inmuebles verán impotentes cómo sus viviendas entrarán en un proceso progresivo de desvalorización.
Desmitificando el Oro de los Tontos
Los árboles nuevos que el Municipio ofrece plantar en la avenida Nicasio Safadi jamás podrán alcanzar el tamaño y el volumen de sus predecesores. No hay que olvidar que los árboles retirados crecieron cuando la Atarazana tenía aún características suburbanas. La nueva arborización deberá lidiar con un mayor nivel de monóxido de carbono producido por el numeroso parque automotor que circunda los alrededores. Dichas circunstancias impedirán su crecimiento óptimo, y —por ende— no alcanzarán ni los niveles adecuados de fotosíntesis, ni el volumen requerido para la generación de sombras.
El fenómeno de la trasplantación de árboles es algo que debe ser desmitificado. Se debe aclarar que la supervivencia de los árboles sometidos a dicho proceso no es algo garantizado. Christian Arias, reportero de Canal 1, solicitó hace poco que lo lleven a constatar el estado en que se encontraban los árboles trasplantados por el municipio guayaquileño. De acuerdo con los números dados por el cabildo, debería haber un registro cercano a los 350 árboles trasplantados. Según el propio Arias, solamente pudo dar fe de 44 árboles reubicados en el cruce de la vía Perimetral con la avenida Orellana. Difícil es que un árbol sobreviva un proceso de reubicación si no se considera el mantenimiento adecuado de su cepellón, al momento de ser trasladado.
Fotografía de Arqstracto Estudio
Sería interesante que se muestre un seguimiento a los árboles que han sido replantados en nuevos espacios, a fin de verificar la efectividad del procedimiento. Caso contrario, se estaría haciendo una historia semejante a la que se le cuenta a los hijos cuando se muere el perro, afirmando que la querida mascota ahora vive feliz en una finca, donde cuenta con grandes espacios para correr libremente.
A todo esto, vale la pena hacernos la pregunta: ¿de qué sirve plantar árboles donde no hay gente? Los antiguos filósofos se preguntaban si un árbol hacía ruido al caer en medio de un bosque no habitado por persona alguna. Replanteemos la interrogante, y tratemos de averiguar si sirve de algo sembrar o replantar un árbol en un lugar donde no le da sombra a nadie y donde no le brinda oxígeno a ningún habitante. Es muy probable, que dicha respuesta sea afirmativa para quienes no buscan mejorar la calidad del espacio público y los niveles de vida sino que pretenden manejar las áreas verdes desde un archivo de Excel, desde donde se puede cumplir con el estándar internacional, haciendo una sumatoria de áreas verdes y áreas recreacionales, sin importar su ubicación de dichos sectores dentro del mapa metropolitano.
Un árbol sembrado en la periferia urbana mejora tanto las condiciones de un residente de la Atarazana como un árbol plantado en la Amazonía. Guayaquil debe dejar de ser esa ameba gris, rodeada por masas de agua y remanentes de vegetación natural.
Para ello se debe planificar una estrategia que permita reverdecer la ciudad. Se nos han dado montones de obras a nivel de infraestructura, pero, ¿cuándo fue la última vez que se inauguró un área verde municipal, dentro de la trama urbana guayaquileña? Todo buen planificador conoce del factor positivo que tienen las áreas verdes en sus alrededores, tanto social como económicamente.
Finalmente, hablemos de la famosa “lucha eterna” entre las raíces de los árboles contra las calzadas y veredas. Si los árboles rompen el hormigón y el asfalto en Guayaquil, es por una simple razón: la carencia por parte del Director Municipal de Áreas Verdes de los conocimientos indispensables para el ejercicio de su cargo. Silverio Sierra, Profesor de Arquitectura del Instituto Tecnológico de Monterrey me explicó alguna vez, a mediados del 2011, el motivo que empuja a las raíces a romper el hormigón: “Se asfixian”. Efectivamente, las raíces también respiran; y cuando éstas se encuentran impedidas de recibir aire y agua, rompen con cualquier cosa que se les ponga encima. Con dicha afirmación coincide también el ingeniero agrónomo Eduardo Pire, de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, quien detalla cómo deben colocarse tuberías de PVC en el hormigón cercano al árbol, durante el proceso de fundición. Dichas perforaciones deben estar en un área equivalente al espacio ocupado por el cepellón, que es casi siempre equivalente a la extensión de la copa.
Si alguien dice ser Director de Áreas Verdes y desconoce las alternativas posibles para la preservación de árboles existentes ante la actualización de la infraestructura vial, simplemente no está a la altura de su cargo, y se convierte en un “acolitador” del departamento de Obras Públicas. Alguien cuya función es justificar el retiro de la vegetación existente en Guayaquil, mientras ciudades alrededor del mundo —como Buenos Aires— mantienen árboles centenarios.
Colectivos y organizaciones civiles: la luz al final del túnel
Afortunadamente, en Guayaquil han aparecido agrupaciones arquitectónicas, urbanísticas o civiles que —con campos de acción basados en el activismo social, y no en las ideologías políticas de turno— han comenzado a alzar su voz y a reclamar mejores espacios públicos, que sean concebidos con una visión mucho más contemporánea y acorde a un mundo preocupado por mejorar la calidad ambiental de los espacios urbanos. ¡Bien por El Selectivo, Escribe Arquitectura, LASE, Arqstracto Estudio, Cerros Vivos, Amigos del Estero y las demás organizaciones que se unieron el pasado sábado para pedir que se cambie la actitud que las autoridades municipales! No se trata de gente sentimentalista. Somos una parte de una generación guayaquileña que quiere un espacio mejor para vivir y que considera a la vegetación arbórea como un elemento indispensable para lograr los ambientes urbanos anhelados.
Por todo esto, apelo a la sensatez que aún ha de haber en el arquitecto Pesantes: el mayor acto de heroísmo que usted puede hacer no es salvarnos de los árboles que nos caerán —supuestamente— durante el fenómeno de El Niño, sino de su forma anacrónica y anticuada de manejar las áreas verdes de Guayaquil. Estoy seguro que el Alcalde entenderá la necesidad de un relevo en el área que usted administra. En otros ámbitos, el abogado Nebot ya ha dado señales de entender el cambio de los tiempos y que los caprichos caudillistas —tan cuestionables en los personajes de las esferas gubernamentales— ya no satisfacen a la población guayaquileña.
Los guayaquileños queremos que se reverdezca nuestra ciudad, generando espacios públicos dentro de ella, donde podamos jugar y descansar a la sombra de esos verdes y silenciosos testigos de nuestra historia.
La triste historia de una ciudad en la que su Director de Áreas verdes le teme a los árboles “agresivos”
Fotografía de Fernando Boloña