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Es junio pero en la Vía San Gregorio Armeno, en Nápoles, parece diciembre. Es común que al final del año las plazas de varios países del mundo acojan mercados y ferias navideñas. Pero lo particular de esta calle del sur de Italia es que los talleres y tiendas de belenes —esa tradición católica de representar el nacimiento de Jesús— no cierran ningún día. En Nápoles, los belenes se popularizaron en los siglos XVIII y XIX cuando las familias pudientes se interesaron por ellos y empezaron a encargarlos a artistas. Estas obras llevaron el arte sacro —por lo general presentes en las iglesias o monasterios— a los hogares. Mientras caminaba por esta angosta calle peatonal napolitana en la que siempre es Navidad, recordé que horas antes, en el Museo de San Martino, había explorado la historia de los pesebres y pude apreciar uno gigante, con cerca de ochocientas piezas, ubicadas alrededor de una cueva. Por la iluminación artificial ese “nacimiento” simula el paso del día, con sus amaneceres, atardeceres y anocheceres. 

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Al fondo de la callecita que se hace aún más pequeña por las cajas y mostradores de las tiendas, me fijo en un arco a la altura de un segundo piso que cruza la calle; será la única vez que vea hacia arriba. Desde ese momento me faltan sentidos para percibir cada detalle. No importa hacia dónde mire: las vitrinas, los escaparates, las repisas del interior de cada local. La Vía San Gregorio Armeno es un espacio que se lee o entiende por capas. Cada segundo detengo mi vista en un punto y percibo un nuevo elemento, que se descompone en otros más si miro a profundidad: el mercado tiene vendedoras, las vendedoras tienen delantales con pliegues, los pliegues envuelven frutas, y las frutas tienen semillas. El carnicero tiene un cuchillo, el cuchillo corta una pierna de cerdo ahumada, cada rebanada tiene huesos y cartílago. Y así sucede con cada escena.

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Como aquellas recetas contemporáneas de los chefs creativos en donde la masa, el relleno y la cobertura de la tarta aparecen por separado en el plato, cada centímetro de la calle aporta un elemento de lo que tradicionalmente, al agruparse, formaría un pesebre. Es un gran Belén deconstruido: bandejas llenas de ovejas, vacas, cerdos y otros animales. Ejércitos de pastores y reyes magos vigilantes en las repisas. Casas, puentes, pozos y otras estructuras alineados en las paredes. Jesús, María y José de todos los tamaños en urnas de cristal. Pero no todo es sagrado. Lo profano también tiene su puesto y los ángeles se mezclan con diminutos comerciantes en escenas cotidianas: es posible ver cómo se hace queso o se prepara vino. Están el panadero, la lavandera, el carpintero, el carnicero, la vendedora de flores y otros mil oficios representados en pequeñas escenas en donde la luz compite con el movimiento para lograr más realismo. Cada una es un cromo con una visión idílica de la vida del siglo XVIII que se convierte en obra de arte.

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También hay frutas y verduras en pequeñas canastas, granos que repletan los costales, y aves que miran desde diminutas jaulas. Cada producto que vi en el mercado real, hace un par de horas, se ve reproducido en miniatura en este callejón. Parece que la vida misma se sigue plasmando en los belenes donde no faltan la pizza, las aceitunas o el prosciutto. Pequeños fogones brillan en las múltiples escenas animadas mientras el agua salta en diminutas cascadas y molinos hechos a escala. En los belenes no pueden faltar un puente, un horno, gitanos, pescadores y personajes que representan el Carnaval y la Muerte. 

Dentro de algunos locales se ve cómo fabrican las figuras que afuera se exhiben terminadas. Las estatuillas están hechas con terracota, una arcilla modelada. Los artesanos utilizaron este material desde tiempos romanos. Se dice que allí había un templo dedicado a una diosa a la que la gente llevaba exvotos, las estatuillas que se fabricaban en los alrededores. Con el tiempo los modelos mutaron en pastores, el material se conservó. En las repisas se forman ejércitos de réplicas de Polichinela tocando diversos instrumentos. Este personaje de la comedia del teatro popular aparece junto con los cuernos napolitanos, que, a primera vista, parecen ajíes colorados, pero en realidad son amuletos. Así de lo cotidiano se pasa a lo irreverente, a lo humorístico, incluso a los supersticioso. Y allí es donde el pasado se une con el presente, porque en medio de los pastores tampoco faltan imágenes del Papa, políticos, artistas y deportistas. Todos de arcilla.

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Una de las riquezas que se le atribuyen al nacimiento, especialmente al napolitano, es esa capacidad para reflejar la realidad. Una representación que no se queda en un pasado idílico sino que asume con ironía el presente, haciendo sátira de los sucesos del año. Madonna, Maradona, Assange, Lady Diana, Amy Winehouse han salido desde los talleres de este callejón convertidas en estatuillas para formar parte de los pesebres de los hogares italianos. 

Ese día —según Google Maps— caminé menos de doscientos metros en la Vía San Gregorio Armeno, parece que fue más. Sentí que hice varios viajes en el tiempo: primero hasta diciembre, luego hasta el siglo XVIII, después por los sucesos que impactaron la cotidianidad italiana en los últimos años, y finalmente de vuelta al presente. Mientras caminaba también recordé las veces que he armado un pesebre desde que era niña. No era raro que con mi hermana inventáramos complicadas fábulas para explicar por qué en el mismo espacio convivían ovejas, venados, leones, jirafas e hipopótamos. O descubriéramos cada mañana que misteriosamente los Reyes Magos habían avanzado en su viaje y estaban más cerca de llegar adonde estaba Jesús. O camuflásemos personajes en las escenas para que la familia los buscara. O volviéramos al engrudo, la cartulina, las tijeras y otros materiales para recrear en el pesebre aquel sitio que habíamos conocido y nos había encantado.

A los belenes, nacimientos o pesebres se les atribuyen muchos orígenes: todo depende del documento histórico que el estudioso cite. A mí me gusta aquella versión que señala que el primer belén lo montó una noche San Francisco de Asís en una cueva en el siglo XIII. Han pasado casi ochocientos años desde ese suceso, la fe ha cambiado, pero lo que se mantiene es la magia que encierra cada pesebre para recrear un pasado idílico o simplemente recordar.

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Todo el año, en Nápoles hay una calle con pesebres que pueden incluir futbolistas y cantantes

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