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Foto de Guillermo Alonso bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.

El terrorismo yihadista ha cumplido con lo prometido: iniciar la guerra contra Occidente. Los asaltos armados en Francia durante el año 2015 —en enero se atacó la sede del semanario de humor Charlie y asesinó a dos personas en un supermercado kosher— comprueban la certeza de las amenazas fundamentalistas en contra de sus enemigos. En noviembre, siete asaltos a lugares públicos con armas de alto calibre, tres explosiones causaron 129 muertos. El atentado fue reivindicado en un comunicado por el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS). El presidente francés Francois Hollande respondió al ataque dos días después declarando la guerra al colectivo terrorista. Me recordó a George  W. Bush en las Naciones Unidas, catorce años antes, anunciando una guerra preventiva al terrorismo. Lejos de buscar una solución diplomática o de ayuda internacional para mediar en el conflicto, los dos líderes han retomado la vieja usanza de la guerra. El uso exagerado del discurso contra el terrorismo —como única amenaza para Occidente— ha permitido a las potencias occidentales acrecentar sus fuerzas militares para enfrentar un enemigo poco visible e identificable —después del ataque la alianza entre Rusia y Francia para desplegar acciones militares ha sido visible a varios niveles. La amenaza terrorista ha permitido el ingreso de Estados Unidos a países como Afganistán e Iraq —con el afán de desmantelar estos grupos— con resultados nefastos para las poblaciones civiles, se calculan cerca de 4 millones de muertos desde la ocupación norteamericana. La ira de los yihadistas en contra de las potencias de Occidente es cada vez más visible y las ciudades cosmopolitas de éstas cada vez más inseguras.

Hace aproximadamente diez años el internacionalista Barry Buzan establecía —advertía— una analogía entre la Guerra Fría y la Guerra Contra el Terrorismo. Dicha analogía pretende identificar la existencia de similares caracteres de dominación en los dos períodos. Las pretensiones de ocupación geoestratégica que Estados Unidos tuvo sobre naciones con líderes autodenominados comunistas (Vietnam, Nicaragua) es similar a la que mantuvo —mantiene— sobre países donde residen grupos terroristas (Afganistan, Iraq). Entre 1947 y 1991 la potencia occidental dominante, Estados Unidos, lanzó un feroz ataque al avance comunista alrededor del mundo. En Sudamérica la Doctrina de Seguridad Nacional permitió brindar apoyo para el establecimiento de regímenes dictatoriales de extrema derecha: el 11 de septiembre de 1973 depuso por las armas al presidente constitucional Salvador Allende en Chile, instalando la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet. En Europa la Doctrina Truman con actividades de contraespionaje trató de desmantelar organizaciones comunistas: tropas norteamericanas se desplazaron a Grecia y Turquia a enfrentar la guerrilla comunista apoyada por la URSS. En Oriente apoyó la guerra de Corea y la invasión a Vietnam del Norte. La guerra de Vietnam dejó cerca de 600.000 bajas. Entre Argentina, Brasil y Chile se contabilizan 150.000 muertos y desaparecidosEl conflicto en Corea fue el producto de la muerte de  1.500.000 soldados. El constante interés neocolonial norteamericano, definido en términos de poder bélico, ha causado la pérdida incesante de vidas humanas alrededor del mundo.

El interés expansionista y de dominación constante de las potencias occidentales ha ocasionado una férrea resistencia y reacción por parte de células fundamentalistas yihadistas como ISIS. La doctrina de guerra preventiva no es otra cosa que un afán de posicionamiento geoestratégico el Oriente. Creada por George Bush —y reeditada por Barack Obama— esta doctrina ha sido exportada a las potencias occidentales. Vladimir Putin y Francois Hollande han realizado similares declaraciones a las realizadas por Bush hijo hace 14 años. La guerra contra el terrorismo enfocada en contra de las culturas orientales fundamentalistas ha ocasionado que la humanidad dé legitimidad a la guerra. La guerra de Iraq es vista por los analistas políticos como la razón de la reelección de Bush en el 2004. Setenta años después de la firma de la paz, los juicios de Nuremberg y la creación de la Organización de las Naciones Unidas —con su carta de derechos— el mundo enfrenta una nueva encrucijada bélica.

En el año 2003 el presidente George W. Bush envió sus primeras tropas a territorio iraquí. Siete años después, el régimen militar norteamericano instaurado en el país de Medio Oriente había cobrado la vida de un millón de civiles: 150 veces la cantidad de muertos en el atentado del 11 de septiembre de 2001. No es sorpresa, entonces, la ira de los fundamentalistas islámicos yihadistas en contra de las potencias occidentales. La guerra contra el terrorismo iniciada en 2001 ha cobrado, en 15 años, más vidas que todos los ataques terroristas a partir del fin de la Guerra Fría. El remedio es peor que la enfermedad.

Desde el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas los 5 poderosos miembros permanentes (Rusia, Estados Unidos, China, Francia y Reino Unido) han enfrentado directamente a los fundamentalistas islámicos. Han legitimado la intervención armada —guerra preventiva— y han emitido resoluciones en contra del territorio islámico, atentando la soberanía de sus estados. En febrero de 2015, el Consejo de Seguridad, por pedido expreso de Rusia, emitió una resolución de carácter vinculante para los miembros de la Organización de Naciones Unidas para interceptar los ingresos económicos de empresas ligadas a grupos terroristas. Estos ingresos económicos —de acuerdo a la resolución— deben ser redistribuidos para evitar que sean usados para actividades terroristas. Con esta resolución los países miembros están obligados a congelar fondos provenientes de un grupo de empresas de Oriente que, supuestamente, estarían financiando a miembros terroristas. La dominación occidental se extiende incluso al ámbito económico —tan apetecido— de Oriente.

Las decisiones de la Comunidad Internacional —representada en la ONU— nunca han permitido un acercamiento hacia las naciones islámico fundamentalistas. Han sido excluidas de la toma de decisiones. La polarización del conflicto en favor o en contra del mundo occidental ha llevado a expandir el odio entre los seres humanos. ISIS y las tropas norteamericanas —han sido constantes las denuncias de asesinatos, violaciones e irrespeto a los derechos humanos que cometen los soldados estadounidenses— son los ejemplos más claros de cómo el uso de la fuerza puede deshumanizar el hombre y convertirlo en una máquina de matar, aun a expensas de su propia vida. Los abusos y violaciones a la soberanía de los países orientales han creado enemigos occidentales en común —los reclutados occidentales son un ejemplo de la pérdida de fe en la política exterior, costumbres y relaciones de las sociedades actuales, acuden al islamismo en busca de una nueva creencia y para enfrentar un enemigo en común-.  

Fuera de delirios de conspiración, es claro percibir que los atentados terroristas no han sido dirigidos en contra del mundo occidental —como afirmó Francois Hollande— sino de aquellos que representan intereses de dominación  y afrentas culturales para los yihadistas. Los principales ataques han sido direccionados en contra de tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, aquellas naciones responsables por la invasión bélica de Oriente, y contra los Estados islámicos sunitas que se oponen a su creencia. El 11 de septiembre de 2001 el ataque fue contra Estados Unidos. El 7 de julio de 2005 el objetivo fue el Reino Unido, a través de la explosión en el metro de Londres. El 13 de noviembre de 2015 el blanco fue la zona turística de París, Francia.

Así como el choque ideológico entre capitalismo y comunismo dio lugar a una guerra fría que duró cuarenta años, la colisión cultural entre Occidente y Oriente ha originado un conflicto que ha durado 14 años ya.  El anuncio bélico de Hollande sólo refuerza la idea de dominación e irrespeto que permanentemente ha tenido el mundo occidental para con otras culturas. Hasta que las naciones poderosas no abandonen sus intereses expansionistas y de dominación sobre las culturas distintas el mundo seguirá siendo un lugar hostil. Vivimos a expensas de las decisiones de nuestros líderes mundiales. Decisiones que toman la vida de personas inocentes y que lejos de hacernos más humanos nos llenan de odio a través de las mismas. Parece que nos cuesta recordar que aplaudir y apoyar bombardeos preventivos (o ataques terroristas) es celebrar la muerte de otro ser humano. Ya lo dijo Sándor Márai: “Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido”.

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¿Por qué los ataques terroristas a París son la respuesta a los intereses geopolíticos occidentales?