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Foto de Jack Gordon bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.

Mi abuelo mintió sobre su edad para poder ir a la Segunda Guerra Mundial. Quería acompañar a sus tres hermanos mayores a combatir el cáncer que era el fascismo de Hitler. Cuando llegó a Europa y sus superiores se enteraron de que tenía solo quince años, lo hicieron chofer de ambulancias: transportaba heridos y muertos entre el frente de batalla y los hospitales en Inglaterra, Francia, y Holanda. A diferencia de las otras ramas de mi familia que mandaron sus hijos a la guerra para nunca regresar, los 4 hermanos volvieron, pero mi abuelo regresó con dos enfermedades: tuberculosis y estrés postraumático (PTSD en inglés). La tuberculosis lo internó en un hospital. El alcohol —su remedio para el PTSD— lo mató cuando su hígado falló después de muchos años de abuso. El alcoholismo sigue ejerciendo influencia en nuestra familia: el trauma de la última guerra contra el fascismo trasciende generaciones. 

El viernes de noche el fascismo regresó a Europa en la forma de una masacre de inocentes. Aunque todavía no sabemos todo sobre los autores y sus motivos, según un comunicado difundido por varios medios, el Estado Islámico se ha atribuido su autoría. En esta nueva encarnación, el fascismo no llega en la forma de un ejército nacional liderado por un psicópata ávido de poder, sino en la de un movimiento religioso extremista. En lugar de invadir con miles desde fuera, busca el colapso interno de las sociedades que ataca. Crean espectáculos mediáticos que magnifican el impacto de actos terroríficos: buscan que su presencia sea sentida en toda parte, aunque estén físicamente ausentes. Quieren que los seres humanos vivamos cada día a través del filtro de nuestro miedo más biológico, viendo amenazas donde no hay, categorizando el mundo en buenos y malos, perpetuando la victimización de inocentes. La respuesta de nuestros líderes políticos, nuestros medios y nuestras sociedades determinará cuán exitoso serán los terroristas en lograr su objetivo. 

La tuberculosis es una enfermedad latente cuyas síntomas desaparecen e intensifican sin aviso previo. El fascismo funciona de una manera parecida: aunque con Hitler cayó el fascismo institucional en Europa, la enfermedad aprovecha las malas condiciones sanitarias y se transmite por el aire. Los historiadores dirán si la invasión de Irak por el segundo presidente Bush de lo Estados Unidos creó esas condiciones, al generar el Estado fallido necesario para que una organización como el Estado Islámico pueda nacer y fortalecerse. También analizarán si la indecisión de los líderes mundiales sobre el destino del presidente sirio Bashar Al-Assad catalizó las múltiples guerras proxy —instigadas por superpotencias que no participan directamente en ella— que han convertido a Siria en un campo de matanza y en un diáspora que ha expulsado a sus ciudadanos por toda Europa. Debatiremos quiénes son responsables de haber dado a los terroristas tierra para conquistar, campos de guerra para mejorar su oficio, y una plataforma para sus actos horrorosos. 

En aquel momento tendremos el lujo de pensar de estos actos como una parte fea de nuestro pasado: ahora nos toca reconciliarnos con la batalla del presente. A diferencia de la generación de mi abuelo, tenemos nuevas armas. Más que el objetivo de matar a todos, el fascismo intenta dividir el mundo en dos, provocando resentimiento, odio, y violencia de un lado hacia el otro. El fascismo es discursivo y requiere la preeminencia de una narrativa sobre otras narrativas: en el caso de Hitler, tenía que convencer a los alemanes que eran superiores a los demás, y que los judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y tantos otros eran aberraciones que había que extinguir. Crear este mundo binario es más fácil cuando uno puede controlar los medios para evitar la promulgación de narrativas que contradicen el discurso oficial. 

Hoy, gracias a Internet, el poder mediático está más distribuido, y aunque los fascistas se aprovechan de los nuevos medios para llamar la atención a su brutalidad y difundir sus mensajes de supremacía divina, la misma naturaleza democrática de los nuevos medios nos permite contrarrestar aquellas narrativas simplistas. Gracias a los nuevos medios podemos, por ejemplo, volver a ver la belleza de los seres humanos cuando un grupo pequeño de franceses respondieron a los ataques abriendo sus puertas a turistas extranjeros incapaces de llegar a sus hoteles por los ataques a través del hashtag #porteouverte (#puertaabierta). Lo que comenzó como un movimiento pequeño se difundió hasta ser tema de discusión mundial. En lugar de caer en el juego de discriminar arbitrariamente, cristianos y musulmanes que comparten un mismo rechazo de los actos se juntaron en solidaridad. En lugar de dejar que la tragedia los separe, los residentes de París la usaron para fortalecer su compromiso con la libertad, igualdad y fraternidad.

Solo unos días después de los ataques, es difícil saber cómo reaccionará el mundo. Pero a diferencia de la última batalla contra el fascismo, ésta vez vivimos en la época de información en que la ignorancia es una elección. Podemos resistir las fuerzas que atentan contra los valores de democracia, apertura, aceptación, pluralismo y celebración de diversidad. Podemos rehusar volvernos víctimas de mentalidades mezquinas y rehusar esa paradoja de sacrificar nuestras libertades para, supuestamente, proteger nuestra libertad. Podemos resistir el miedo que nos provocan los terroristas, no por ser ingenuos sobre sus capacidades, sino porque sabemos que los valores que apuntalan nuestras sociedades liberales son lo suficiente fuertes para resistir los atentados de un grupo pequeño cuyo mensaje es cada vez más retrógrado en un mundo que avanza hacia una orden cada vez más democrático y libre. Podemos demostrar que los terroristas no hablan en nombre de nadie, y que la vasta mayoría de musulmanes y cristianos están unidos en buscar la paz. Fue más que simbólico que uno de los atentados se dio fuera del partido amistoso entre Francia y Alemania, dos países cuya enemistad histórica no sólo desapareció con el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino que  marcaron el inicio de capítulo de paz y cooperación entre los países europeos. 

La cara de fascismo regresó a Europa, y la siguiente batalla se dará no solamente en los cerros áridos de Siria o Iraq, sino también en nuestras mentes cuando dos narrativas divergentes choquen. Sabemos cómo funciona y cómo combatirlo: los sacrificios de las anteriores generaciones aún nos sostienen. Leonard Cohen escribió there is a crack in everything: that’s how the light gets in (hay una grieta en todo, y así entra la luz). Al combatir esta nueva forma de fascismo hay que dejar entrar la luz. Es la única manera de encontrar el camino hacia adelante.  

Bajada

Después de la barbarie en París, hay que redoblar nuestra convicción en la libertad, igualdad y fraternidad