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Foto de The NRMA bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios. 

Durante su visita a Bolivia para la II Conferencia de los Pueblos, el presidente Rafael Correa dijo que el capitalismo mercantilista no va a poder solucionar la crisis medioambiental, y que el socialismo —y su modelo de vivir en armonía con la naturaleza— era la solución para contrarrestar el cambio climático. El argumento de Correa seguramente haría que Elon Musk —el multimillonario empresario sudafricano y heredero de la corona de Steve Jobs como el hombre más innovador del planeta— se ría a carcajadas. Si Musk lo hubiera escuchado es probable que hubiese invitado al presidente ecuatoriano a comparar los logros del socialismo y del capitalismo en cuanto a producir soluciones para disminuir el daño ambiental que cada día es más —y más rápido— en el mundo. Y, si esto sucediera, quizás Correa se daría cuenta que actualmente Ecuador está diseñado para aumentar su huella ambiental.

Las credenciales ambientalistas del socialismo del siglo XXI son la explotación del Yasuní-ITT y los subsidios a la gasolina, y las de Musk —producto emblemático del capitalismo mercantil de los Estados Unidos— se resumen en tres alternativas: Tesla —su empresa de automóviles eléctricos que está revolucionando el transporte mundial—, SolarCity —la empresa más innovadora de energía solar en el mundo—, y Space X —la empresa que busca cómo poblar Marte en caso de que acabemos con esta planeta—. De hecho, mientras los gobiernos siguen debatiendo el cambio climático en conferencias eternas, Musk ha dedicado su vida, talento e inteligencia a desarrollar soluciones que ofrecen un cambio real, usando siempre los mecanismos del libre mercado para convencer a los consumidores de cambiar su comportamiento para encontrar ese equilibrio ambiental de utilizar recursos respetando el medio. 

Aunque Musk y el gobierno ecuatoriano representan dos tendencias ideológicas distintas, ¿será posible que algún día ambos trabajen juntos con el mismo objetivo de salvar al planeta? La respuesta es enfáticamente sí pero para lograr ese fin el gobierno ecuatoriano tendría que repensar ciertas políticas tributarias priorizando la estabilidad ambiental del largo plazo sobre los objetivos económicos del corto plazo. Hoy, en 2015, las políticas en Ecuador están destinadas a crear más impacto negativo en el ambiente: el gobierno subvenciona la gasolina y por ende incentiva su consumo que es uno de los causantes principales del cambio climático. Los mismos choferes privados que consumen el combustible subsidiado reciben más subsidios: los dueños de autos, por ejemplo, no pagan por las vías que usan cuando manejan, más bien el país entero subvenciona —a través de ingresos petroleros y recaudación tributaria— la construcción de aquellas carreteras. Además, el chofer privado no paga por el daño ambiental que produce su vehículo: el costo lo asume la población a través de enfermedades respiratorias, y el planeta entero a través de las emisiones de carbono. Este modelo de subvencionar actividades dañinas esconde el costo real de un estilo de vida no sostenible con consecuencias que las futuras generaciones pagarán cuando el cambio climático empiece a sentirse de verdad. 

Si este modelo descrito es socialista, le haríamos un gran favor a la naturaleza si lo cambiamos a uno capitalista en el que los consumidores de productos y servicios pagarían los precios reales de su actividades, y si estos costos superan su poder adquisitivo podrían elegir alternativas más sanas y económicas. Más allá de aprovechar las fuerzas del mercado para generar comportamientos más ecológicos, podríamos usar los incentivos del gobierno no para consumir más gasolina sino para dejar de consumirla por completo.

Noruega, el pequeño país nórdico cuyo modelo económico a veces representa el anti-Ecuador, ha ofrecido incentivos a los ciudadanos que se cambien a vehículos eléctricos como Tesla de Elon Musk. En este país, los consumidores de carros eléctricos no pagan impuestos sobre la compra, ni pagan peajes, y pueden usar carriles exclusivos que facilitan su llegada rápida a sus destinos. Para asegurar el éxito de lo carros eléctricos, el gobierno ha ayudado a instalar más de cinco mil estaciones de carga. Este régimen busca que para el 2018 el siete por ciento de todos los vehículos en Noruega sean eléctricos, y si siguen así van a llegar a esa meta. Asia también entiende que el futuro está en los autos sin motores de combustión interna. China, a través de su centro automovilístico Shang-Hai, busca impulsar la compra de autos 100% eléctricos para combatir la contaminación catastrófica que hace irrespirable el aire de sus ciudades principales. Japón, su adversario tradicional, subsidia la compra de autos que usan hidrógeno para poder cumplir su visión: ser una sociedad que produce cero emisiones de carbono. Honda, por ejemplo, en 2016 lanzará un vehículo que utiliza hidrógeno y cuesta alrededor de 60 mil dólares pero cuyo precio bajará a 40 mil gracias a subsidios. Las dos potencias ven a Tesla como un modelo para emular y luego superar: las empresas chinas hasta han abierto operaciones en Los Ángeles para tratar de contratar a los ingenieros que salen de la empresa de Musk. Es evidente que varios gobiernos quieren liderar la producción de autos ecológicos del futuro y ganarle a su competencia a través de subsidios. 

Pero si el gobierno ecuatoriano siguiera el modelo nórdico, dejara de subvencionar el uso de motores combustibles y comenzara a subsidiar los autos eléctricos, la pregunta sería: ¿Son prácticos estos automóviles para el ciudadano común ecuatoriano? El nuevo Tesla Modelo 3 puede recorrer —sin cargarlo— 402 kilómetros, la distancia exacta entre Quito y Guayaquil. El problema de ese modelo es que cuesta 120 mil dólares sin considerar las tarifas de importación que aplica este gobierno. El Nissan Leaf, en cambio, recorre hasta 135 kilómetros —de Quito a Ibarra— y cuesta, mínimo, 22 mil dólares. Una serie de modelos híbridos —como el Chevrolet Volt y Toyota Prius (actualmente disponible en Ecuador)— que dependen de una combinación de baterías y motores combustibles, han tenido éxito en Europa y EEUU porque el alto —y real— precio de gasolina que pagan los ciudadanos de aquellas regiones los ha obligado a buscar carros que usen menos gasolina y por ende sean más económicos. La popularidad de estos modelos demuestra que no solamente son prácticos, sino que son el futuro. 

Si somos inteligentes y revisamos las tarifas, podríamos quitar el impuesto de importación a los vehículos eléctricos e híbridos y buscar los medios para crear una infraestructura nacional para apoyar su uso, como estaciones de recarga. Ese plan tendría que venir acompañado con la reducción de las salvaguardias en casos específicos y aunque esa medida resulte incómoda para el gobierno, el beneficio de quitarlas sería mayor: tener un parque automotriz más ecológico. La tecnología que permite que el Tesla Modelo 3 recorra una distancia tan larga sin carga no demorará en democratizarse y se volverá más económica haciendo posible que, eventualmente, los autos de motores combustibles se extingan.

Todo esto demuestra que la afirmación del Presidente es equivocada. Lastimosamente (para él), el capitalismo es parte de la innovación producida por las fuerzas del mercado pero no funciona si el gobierno sigue ofreciendo incentivos que producen el fin contrario, como los subsidios a los combustibles. Si Ecuador combina incentivos inteligentes y aprovecha las soluciones que propone el sector privado, podría volverse líder en desarrollar un modelo económico sostenible. Aquella solución convendría a los llamados socialistas como el Presidente y los llamados capitalistas como Musk, y tal vez en ese momento nos daríamos cuenta que el futuro del planeta no pertenece a los socialistas ni los capitalistas, sino a los seres humanos dispuestos a cambiar para priorizar el futuro sobre el presente. 

Bajada

El gobierno ecuatoriano no entiende que camina hacia el lado contrario de la innovación