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En septiembre de 2015 una biografía del primer ministro británico, David Cameron, reveló una historia de iniciación universitaria que lo involucraba con un cerdo muerto de garganta profunda. La reacción de Charlie Brooker, guionista de Black Mirror, fue de sorpresa: había predicho el futuro. Su serie se había estrenado cuatro años antes con “National Anthem”, capítulo en que secuestran a la princesa con la promesa de liberarla solo si el primer ministro tiene sexo con un cerdo en televisión. Brooker tuiteó victoriosamente el afiche promocional de su episodio: “Un primer ministro debería estar preparado para hacer cualquier cosa por su país”, dice sobre fondo negro, ante la mirada resignada de un cerdito manchado.

La anécdota de Cameron, de ser confirmada, podría convertirse en un perverso spin off de la ficción televisiva. Algo saben los británicos: este tropiezo narrativo confirma lo que Jorge Carrión, escritor apasionado hermeneuta de las series, ha llamado en su libro Teleshakespeare “la potencia de la ficción para analizar la deriva crítica del presente”. La caja boba dejó de serlo y ahora se ubica en el “centro simbólico” desde donde proyecta relatos adictivos, de altísima factura, ampliamente comentados, expandidos, en la vida real y digital.

Desde un presente conquistado por escepticismos, el futuro que predicen teleseries británicas estrenadas recientemente sospecha de la tecnología y devuelve siempre la pregunta por lo humano. Tienen en común empresas de oscuros fines, conspiraciones, persecuciones y avances técnicos que ponen en entredicho la posibilidad de que sigamos existiendo. Pero no como la venganza emancipada de un Terminator. En el futuro que proyectan estas series la sospecha está dirigida a nosotros mismos como artífices de esas pesadillas.

Black Mirror

Carlos Scolari, respetado académico del mundo digital, ha dicho que es “la mejor serie televisiva de ciencia ficción desde Twilight Zone”. Producida por el Channel 4 del Reino Unido y escrita con por un guionista a quien ya se le han empezado a cumplir sus tramas, tiene dos temporadas dándole forma a un aterrador futuro, demasiado próximo para ignorar. Cada capítulo tiene elenco y premisas diferentes, pues Brooker quería construir escenas “sobre la manera en que vivimos ahora, y la manera en que podríamos vivir dentro de diez minutos si somos torpes”. Brooker aspiraba a que la serie se transformara en un adjetivo y al parecer lo ha logrado. Con un par de minutos es suficiente para ver alrededor nuestro y pensar: “eso es muy Black Mirror”.

La serie no deja de ganar momentum: apenas desde el año pasado está en Netflix y cada vez suma más comentarios de críticos y compañeros de oficina. Recientemente el New York Times señaló la capacidad de la serie para decir que nuestros problemas van más allá de los gadgets: la tecnología no nos esclavizará, pero nos cambiará irremediablemente. Los capítulos de Black Mirror son puntos de fuga distópicos. En “The entire history of you” (La historia completa de ti) existe un dispositivo que guarda todos los recuerdos y permite acceder a ellos, borrarlos, rebobinarlos o proyectarlos a discreción, una especie de Google Glass intracraneal llamado the grain. En un mundo donde ya es posible subir a internet el latido del corazón, que dejemos a las máquinas apoderarse de la memoria no es descabellado. Las tramas de Black Mirror se relacionan con una de las advertencias de Evgeny Morozov, también académico experto en el mundo digital: tenemos tantas opciones tecnológicas que, decidir si compartimos o no nuestra información, si descargamos una app capaz de saber el ritmo con el que circula nuestra sangre, se está convirtiendo en una decisión ética. Pagar con nuestra privacidad, o estar actualizados a costa de ella.

Utopia

La primera temporada de esta serie entiende el cambio de narrativas y pone el futuro de la humanidad en un cómic. Un grupo de fanáticos del manuscrito se involucra en una conspiración supraestatal que busca en esas páginas una clave —genética— para salvar el futuro, enigma que están dispuestos a descubrir asesinando a quien se les cruce.

En Utopia se intenta detener la sobrepoblación de una manera radical, apoyados sobre la paranoia en las pandemias mundiales. La situación apocalíptica que describen se apoya en un miedo contemporáneo, al que se le busca una respuesta que no pase por dudosas condenas genéticas. Como aviso: ya es posible manipular los genes y en la revista Wired advierten que es posible que se nos vaya de las manos el asunto. Por eso otros grupos se concentran en el código de la carne que consumimos. En un reportaje que pareciera concentrar más ciencia ficción que todo lo descrito aquí, se cuenta la carrera por crear carne de laboratorio que pueda salvar a la humanidad.

La banda sonora de Utopia es uno de los puntos fuertes: la compuso el chileno-canadiense Cristobal Tapia de Veer quien ya ganó el premio de la Royal Television Society en 2013 por sus afilados sonidos industriales. Llena de colores saturados y planos naturales con verdes imposibles, Utopia tiene un sentido del humor que honra su origen, capaz de sobreponerse a la muerte con sarcasmo. Fue cancelada por ratings bajos después de dos temporadas, con las esperanza de un remake de David Fincher en progreso, pero en agosto de 2015 ese proyecto también se descalabró por desacuerdos en el presupuesto. HBO conserva los derechos, así que es probable que Utopia vuelva en un futuro cercano.

Humans

Cansados de trabajar en centrales telefónicas, cocinar, cuidar a los ancianos o atender perversiones, Humans nos presenta un mundo en que los synths, los obedientes humanoides sintéticos, están para cumplir las tareas cotidianas o degradantes. Inspirada en la serie sueca Real Humans, esta versión está coproducida por el británico Channel 4 y el estadounidense AMC (Breaking Bad, Mad Men) y se estrenó con una audiencia récord: cuatro millones de espectadores.

La historia se centra en una familia cuyo padre compra a una synth como acto de rebeldía, después de los sucesivos viajes de negocio de su esposa. La hija menor la bautiza como Anita, y mientras van pasando los días, exhibe comportamientos extraños que hacen sospechar a la madre. Al mismo tiempo, en otro espacio, un grupo de synths aparentemente emancipados tratan de escapar, mientras conjuran los fantasmas de su propia conciencia, del algoritmo que les ha dado sentimientos.

En Humans, los synths toman el lugar de la otredad y desde el propio hogar siembran la desconfianza. Andy Greenwald, crítico de televisión de Grantland, cree que ficciones como la de Humans representan un giro en la forma de concebir un futuro que ya ha llegado, los robots no vienen a destruirnos pues ya están entre nosotros, así que habrá que negociar con ellos. Tocará hacerlo como iguales: habrá que amarlos, odiarlos, intentar controlarlos, como a la rebelde Niska, una synth que lee a Nietszche y descubre que puede matar, en una falta que recuerda a las leyes de la robótica de Isaac Asimov.

Las predicciones apuntan que la inteligencia artificial alcanzará a la humana tan pronto como en unos veinte años. La máquina ha ganado: seremos, ya lo somos, seres prostéticos. Y la presencia del otro, como ya lo anunciaba el antropólogo francés Marc Augé, vuelve urgente nuestra propia definición. Por eso Mattie, la hija adolescente de la familia con synth nuevo se pregunta, frustrada ante el avance de los synths en todos los campos: “¿Así que ahora todos vamos a ser poetas?, ¡qué basura!”.

Bajada

Visiones de pesadillas demasiado cercanas